Hoy se estrena Un viaje a la luna, la ópera prima de Joaquín Cambre que tiene como protagonista a Angelo Mutti Spinetta, hijo de la actriz y artista plástica Catarina Spinetta y el actor Nahuel Mutti. El film aborda desde el punto de vista de su joven protagonista los conflictos típicos de la adolescencia, extremados por una madre sobreprotectora interpretada por Leticia Brédice, un padre inerte en la piel de Germán Palacios y un psiquiatra que intenta domar sus traumas con medicación encarnado por Luis Machín.
La propuesta de Cambre en su primera película resulta interesante porque aborda una de las problemáticas más universales, un conflicto en el que todos se podrán sentir más o menos identificados: la incómoda adolescencia. A pesar de los delirios emanados de la mente del joven Tomás (Angelo Mutti Spinetta) hacia el final del metraje —cuando su trastorno se agudiza de un modo notable—, los padecimientos que vive el protagonista son fácilmente detectables en cualquier biografía corriente.
La presión familiar para rendir con éxito un examen de la secundaria y no arruinar las vacaciones, las estrategias para zafar como sea de ese embrollo, el amigo incondicional, las primeras fiestas, los acercamientos al sexo opuesto, la primera borrachera y el primer enamoramiento: todos momentos iniciáticos (casi rituales) dentro de esta compleja tribu enmarcada en lo que hemos dado en llamar cultura contemporánea.
Angelo Mutti Spinetta amasa su personaje con sencillez y honestidad; Tomás resulta un constructo complejo y difícil de abordar porque transita muchos estadios mentales: pasa de la completa ausencia al frenesí descontrolado en cuestión de segundos, tiene múltiples caras y todas responden a un mismo episodio que no conviene revelar en estas líneas. El joven está muy bien acompañado por Ángela Torres (como Iris, la chica con quien él se comunica a través del lente de su telescopio), Leticia Brédice, Germán Palacios (sus padres) y Luis Machín que tiene breves intervenciones como su psiquiatra.
Tomás intenta escapar de su realidad, y para eso planifica minuciosa, obsesivamente un viaje a la luna. El film de Cambre se presenta ante los ojos desprevenidos como un film inocente y en apariencia naif. Pero poco a poco va develando sus aristas más oscuras, las sombras que rodean a este muchachito atormentado no sólo por sus propios fantasmas de esa época de transición y revoltijo hormonal, sino también por la acción (u omisión) de los miembros de su familia.
En Un viaje a la luna encontramos cierto tono despojado, cierto clima de ensueño que nos permite ingresar en la intrincada mente de Tomás. Las escenas de los recorridos en bicicleta son de una gran sutileza y quizás constituyan la mejor condensación de ese «ritmo-otro» donde las fronteras entre realidad/ficción se diluyen y develan una impronta cercana a lo fantástico.