La masividad que el feminismo cobró en los últimos años, en particular luego de la primera marcha por Ni Una Menos, el 3 de junio de 2015, evidenció la fuerza del movimiento, pero también la invisibilización de una larga historia de lucha colectiva. Aún en un contexto de emergencia por violencia de género, no faltan las voces de quienes siguen desligitimando los reclamos y afirman que se trata de una «moda». ¿Qué es lo que estos planteos ignoran? (Foto de portada: Gustavo Yuste)
En los últimos años, el feminismo logró un impulso masivo, infiltrándose en las calles y en los medios de comunicación, profundizando un camino irreversible hacia la igualdad de género y denunciando las violencias que durante tanto tiempo fueron naturalizadas. Este movimiento, que para muchos irrumpió con fuerza gracias a la movilización por Ni Una Menos realizada en junio de 2015, carga en realidad con una larga historia de luchas colectivas invisibilizadas, que permitieron intercambiar experiencias y construir identidades. A diferencia de lo que se suele escuchar en uno de los tantos intentos por deslegitimar un grito urgente y necesario, el feminismo no es una “moda” o una tendencia frívola marcada por los tiempos actuales.
El feminismo, que para muchos irrumpió con fuerza gracias a la movilización por Ni Una Menos realizada en junio de 2015, carga en realidad con una larga historia de luchas colectivas invisibilizadas, que permitieron intercambiar experiencias y construir identidades.
Esta clase de etiquetas no sólo estigmatizan el trabajo de miles de mujeres para reclamar derechos vulnerados por la sola pertenencia al género, sino que también borra una trayectoria de militancia activa en el país y en el mundo. Años de reclamos que demuestran la consciencia sobre las desigualdades y que dan cuenta también de la base histórica de las opresiones. Regulación laboral, derechos civiles, voto femenino, la patria potestad compartida, el divorcio vincular, ley de cupo, ley contra la violencia familiar y la de protección integral son solo algunas de las tantas conquistas logradas, que requirieron del esfuerzo permanente de miles de mujeres por hacerse escuchar.
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Aquel historial, muchas veces olvidado, deja en evidencia lo que aún hoy se continúa negando desde amplios sectores de la sociedad: el rol de inferioridad asignado a la mujer y la subordinación a la que ha sido relegada en múltiples ámbitos de la vida cotidiana. Antes de 1968, por ejemplo, las mujeres casadas pasaban a ser consideradas ante el derecho como menores de edad, sujetas a la patria potestad del marido. Esto significaba que requerían de autorización legal del hombre para salir del país, abrir una cuenta bancaria o disponer de bienes. Un año después de la reforma parcial del Código Civil, que les concede capacidad plena, se sanciona la ley del apellido que obligaba a la mujer a llevar un «de» en su nombre en relación al del esposo.
Antes de 1968, por ejemplo, las mujeres casadas pasaban a ser consideradas ante el derecho como menores de edad, sujetas a la patria potestad del marido. Esto significaba que requerían de autorización legal del hombre para salir del país, abrir una cuenta bancaria o disponer de bienes.
Así, aquella idea de posesión, de la mujer como objeto sin capacidad decisoria que aún sigue siendo desestimada y que hoy está presente en violencias de todo tipo – no solo físicas – estuvo durante mucho tiempo reglamentada. Que derechos que para el hombre siempre fueron completamente naturales hayan sido logrados para la mujer solo luego de un arduo trabajo de reclamos y movilizaciones a nivel nacional y mundial, dan cuenta de la fuerza del machismo en la cultura. Y con ello de la presencia permanente del feminismo, de su necesidad histórica que a lo largo del tiempo atravesó coyunturas políticas.
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La lista de organizaciones que impulsaron el debate, abrieron espacios de diálogo e hicieron sentir su voz para exigir cambios sociales es larga y dinámica. Se pueden encontrar – por nombrar solo algunas – a la Unión Feminista Argentina (UFA) o el Movimiento de Liberación Femenina (MLF), ambos surgidos en la década del ‘70, pero el reclamo por igualdad de condiciones se puede rastrear décadas atrás, desde principios del siglo XX, por ejemplo con los movimientos de mujeres sufragistas.
Tampoco son nuevas las acciones que mostraron a las mujeres como fuerza política organizada. Sin ir más lejos, los Encuentros Nacionales de Mujeres, una práctica feminista única en el que se debaten cuestiones de género, surgió por primera vez en 1986.
Tampoco son nuevas las acciones que mostraron a las mujeres como fuerza política organizada. Sin ir más lejos, los Encuentros Nacionales de Mujeres, una práctica feminista única en el que se debaten cuestiones de género, surgió por primera vez en 1986. Su impacto alrededor del país generó niveles de convocatoria sin precedentes, generando niveles masivos de participación y también proyectos de ley que buscan cambiar la trama machista de la sociedad.
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La primera marcha por Ni Una Menos y la creciente visibilidad que el feminismo comenzó a tomar en la sociedad no es algo nuevo. Es el resultado de un movimiento de múltiples voces que, a lo largo de la historia, fueron contagiando las ansias de una sociedad justa. Una lucha con una potencial tal que trasciende épocas y que se expresa también en las actitudes de nuestra vida cotidiana, en el movimiento de rechazar toda clase de violencia que busque reafirmar esa idea de la mujer como una posesión, en un gesto que, en definitiva, es político.