Alicia Muñiz: 30 años del femicidio que quebró el silencio sobre la violencia machista

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Hoy se cumplen 30 años del femicido de Alicia Muñiz, asesinada por el boxeador argentino Carlos Monzón en una casa en Mar del Plata, provincia de Buenos Aires. El crimen marcó un cambio fundamental en la mirada sobre la violencia machista, que dejó de replegarse al ámbito doméstico para convertirse en un problemática pública. Las reacciones de la sociedad, los medios y el Estado, en la siguiente nota. 



La mañana del 14 de febrero de 1988, el cuerpo de Alicia Muñiz yacía en una quinta del barrio La Florida, en Mar del Plata, provincia de Buenos Aires. Las pericias demostrarían que su pareja, el reconocido boxeador argentino, Carlos Monzón, la había arrojado de un balcón luego de golpearla y estrangularla. “Alicia se mató, Alicia se murió”, repetía al casero mientras le pedía que llamara a una ambulancia. La actriz y modelo uruguaya tenía 32 años y había convivido con el deportista durante seis. En varias entrevistas, había hecho referencia al maltrato sufrido durante su relación, que continuó incluso después de haberse divorciado: en octubre de 1987, llegó a presentar una denuncia judicial por “disturbios, amenazas y violación de domicilio”.

La mañana del 14 de febrero de 1988, el cuerpo de Alicia Muñiz yacía en una quinta del barrio La Florida, en Mar del Plata, provincia de Buenos Aires. Las pericias demostrarían que su pareja, el reconocido boxeador argentino, Carlos Monzón, la había arrojado de un balcón, luego de golpearla y estrangularla.

La foto de Alicia semidesnuda, tirada a un costado de una pileta circuló por diarios y revistas sin ninguna clase de reparo. “Confuso episodio”, “riña”, “ruidosa pelea”, titularon los medios. Un repaso por las principales noticias de aquel momento ofrecen un panorama de las desigualdades enraizadas en los roles de género, mucho antes de que la palabra «femicidio» comenzara a circular en la sociedad. Ella había sido una mujer con una “vida afectiva tormentosa”. Él un “campeón incomparable”, una “fiera acorralada”, víctima de sus instintos y de una profesión que, de la misma forma que le había permitido alcanzar fama, lo había llevado a una “tragedia”. La imagen del ídolo que había caído en desgracia por «no haber dominado» su fuerza física suscitaba compasión: un “exabrupto” que podía ser disculpado.

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La violencia resultaba así completamente naturalizada, eliminándose además el machismo que se encontraba de fondo y  que hacía de la cuestión un problema estructural. Durante los días posteriores, la cobertura periodística se centró en la versión de Monzón, que sostenía que Alicia se había arrojado al vacío y que él, en un intento de detenerla, había caído tras ella. La teoría del “accidente” reforzaba  la defensa del “héroe deportivo”, apañado por el grueso de la sociedad. En sus traslados de la cárcel de Batán a los tribunales de Mar del Plata, una multitud dividida solía esperarlo. De acuerdo a las crónicas de Clarín, estaban presentes quienes lo condenaban – en su mayoría mujeres – y también quienes le dedicaban palabras de aliento. “Dale Monzón, no aflojés”, le gritaban según lo relatado por Revista Gente.

La euforia popular y el compadecimiento no cedieron ni siquiera cuando el boxeador admitió haber golpeado a Alicia o aún sabiéndose su largo historial de violencia hacia las mujeres.

La euforia popular y el compadecimiento no cedieron ni siquiera cuando el boxeador admitió haber golpeado a Alicia o aún sabiéndose su largo historial de violencia hacia las mujeres. Años antes, su primera esposa, Mercedes Beatriz García, había presentado una demanda judicial, a raíz de la cual Monzón había sido sentenciado a dos años de prisión. Nunca cumplió la condena: en 1977, Jorge Aníbal Desimoni, vicealmirante y gobernador de facto de la provincia de Santa Fe, le había extendido un indulto. También era de público conocimiento que había agredido a otras de sus parejas, como Susana Giménez. “Alicia pude haber sido yo”, diría más tarde la actriz. Para Monzón era natural. “Siempre les pegué a todas y nunca les pasó nada”, afirmó ante el primer juez a cargo de la causa, Jorge García Collins.


Reconstrucción del femicidio de Alicia Muñiz. Imagen de archivo


Aunque las lesiones en el cuello de Alicia eran visibles, no fueron constatadas en la primera autopsia. Es por eso que el abogado de la familia Muñiz, Rodolfo Vega Lecich, pidió que se realizara otra en Buenos Aires. Allí se descubrió que, en algún momento del trayecto desde Mar del Plata, alguien había extraído del cuerpo un músculo en el que habían quedado marcadas las huellas del estrangulamiento. Los peritos forenses notaron una segunda costura que no coincidía con la original. Sin embargo, esto no impidió que se encontraran pruebas firmes de la violencia física y que comenzaron a desbaratar la defensa de Monzón: los resultados demostraron que Alicia estaba inconsciente al momento de caer del balcón y que, por lo tanto, había sido arrojada.

En la segunda autopsia se descubrió que, en algún momento del trayecto desde Mar del Plata, alguien había extraído del cuerpo un músculo en el que habían quedado marcadas las huellas del estrangulamiento.

Unas semanas después, el 2 de marzo, apareció un testigo: Rafael Crisanto Baéz, un hombre que pasaba por el lugar al momento del hecho y afirmaba haber visto la escena. Si bien su testimonio terminó siendo desestimado por incurrir en contradicciones durante el juicio, su versión – que se correspondía con los resultados de la autopsia – permitió que la opinión pública comenzara a virar. Las pruebas forenses fueron determinantes. El 3 de julio de 1989, Monzón fue condenado a once años de prisión por homicidio simple en uno de los primeros juicios orales y públicos del país. Para ese momento las posiciones sociales sobre la violencia machista habían cambiado y lo que era considerado como un tema de moral privada pasó a tomar visibilidad pública. Fue el principio de un largo camino para llamar por su nombre las agresiones sufridas por las mujeres en la esfera doméstica.


Carlos Monzón en el juicio. Imagen de archivo.


Cuando se abrió la puerta estatal

Faltaba mucho para que la violencia de género fuera considerada como tal y, sin embargo, el femicidio de Alicia Muñiz quebró algo. Era el primer caso que mostraba la brutalidad de las agresiones contra las mujeres, en ese momento concebidas como episodios aislados. Aquel año, se triplicaron las denuncias a nivel nacional: de acuerdo a lo detallado por la periodista Soledad Vallejos en Página/12, entre enero y julio de 1988, las comisarías bonaerenses recibieron 19.046 exposiciones civiles por maltratos a mujeres. Fue una alerta que logró ganar algunos espacios al Estado, hasta entonces completamente inexistentes. Cinco meses después del caso, se inauguró la primera Comisaría de la Mujer del país en la ciudad de La Plata, bajo el gobierno de Antonio Cafiero.

La nueva dependencia fue un trabajo impulsado por el Consejo Provincial de la Mujer (CPM). Requirió de esfuerzo y paciencia para hacerse un camino al interior de una burocracia machista que se negaba a comprender la utilidad y la urgencia de esa labor. Quien por entonces era presidenta del CPM, Inés Williams, cuenta a Página/12 que tuvo que presentar el proyecto como un programa de apoyo y prevención para que no fuera rechazado. Hablar de “comisarías” implicaba destinar recursos que la policía prefería usar para otros fines. Además, significaba darles un lugar a las mujeres en los nuevos organismos. Por esa época, el artículo 13 de la Ley de la Policía de la Provincia de Buenos Aires establecía que, estando presentes en el mismo lugar hombres de igual o mayor cargo, las mujeres policías tenían prohibida la palabra.

Faltaba mucho para que la violencia de género fuera considerada como tal y, sin embargo, el femicidio de Alicia Muñiz quebró algo. Era el primer caso que mostraba la brutalidad de las agresiones contra las mujeres, en ese momento concebidas como episodios aislados.

El femicidio de Alicia Muñiz no solo dio un giro en la forma en que la violencia de género era tratada por la sociedad, el periodismo y el Estado, sino que también demostró la fuerza del machismo enraizada en la cultura y de la que apenas había consciencia. Tres décadas después, la apología a las figuras deportivas en caso de agresiones contra las mujeres no es ajena, los resabios continúan presentes en los medios y en las corporaciones que se encuentran detrás. Pero si hay algo que este caso marcó fue el inicio de un silencio que comenzó a romperse, aquel que escondía en lo privado la violencia sufrida por cientos de mujeres alrededor del país.


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