Actuar como loco es el primer libro del escritor, actor y dramaturgo Alan Robinson, quien fue internado dos veces por diagnósticos relacionados a la locura. En el relato de su propia experiencia, sostiene: “Yo luché contra el poder más grande del mundo actualmente: la industria médica, la industria farmacológica”. En clara oposición a la visión actual sobre la salud mental, no duda en afirmar: “Un manicomio es drogar a una persona hasta que se muera”. Su historia personal, su propuesta teatral, la diferencia entre ser y estar, sus planteos sobre la alucinación y la imaginación y la visión del arte según Robinson en este nutrido diálogo. “Un artista es tal si le está dando respuesta a la problemática en la que se encuentra, tratando de resolverla y tratando de traer amor y belleza donde están el odio y la maldad”, plantea. Colaboración especial en el armado de esta nota: Paola Fernández Mafut.
– ¿Desde cuándo tenías la idea de escribir Actuar como loco?
– Estoy estudiando una Maestría en Teatro y Cine Argentino y Latinoamericano en la Facultad de Filosofía y Letras, de la UBA. Hace aproximadamente dos años, me habían rebotado el Plan de Tesis en el seminario donde tenés que presentarlo, sin siquiera llegar a la mesa donde se evalúa ese tipo de entregas. Entonces yo canalicé mi enojo y volqué toda mi energía y mi pasión por la escritura a eso que iba a ser, en un principio, una tesis. Decidí seguir escribiéndola, pero ya mucho más libre del formato académico.
– Pudiste abordarlo de una forma más informal, más abierto
– Claro, en la Academia se pide un estilo que se resiste al ensayo: la investigación académica. Se pide una forma particular de relacionarte con el conocimiento y el saber. Entonces me fui liberando un poco de ese pedido y empecé a escribir un ensayo mucho más libre, con un estilo propio, acompañándome de lo que yo ya llevaba escrito a lo largo de mi vida. A los 20 años empecé a escribir dramaturgia y también escribí poesía toda mi vida, desde chiquito, desde los 5 o 6 años. No periódicamente sino cuando surge, como ejercicio artístico, aunque no haya publicado nada aún. Creo profundamente que en la poesía está la fuente de todo proceso creador; por eso escribo poesía, para entrenarme en los procesos creadores. Por eso cuando me metí de lleno en Actuar como loco bajo la forma de un ensayo me empecé a divertir: comencé a escribir de teatro, de chamanismo, a comprometer experiencias personales. Descubrí que eso se relacionaba con algunas cosas que ya tenía escritas sobre teatro, como monografías o como una obra de teatro que a mí particularmente me gusta mucho, que la voy a estrenar el año que viene, que se llama Daría mi memoria por volverla a ver. Cundo la introduje en el libro, sentí que se había armado Actuar como loco. Y después, cuando me di cuenta de que tenía un libro en mis manos, me asusté y pedí ayuda, porque era un texto muy personal.
– ¿En qué sentido te asustaste con el resultado final del libro?
– A veces me preguntan por el tema de la locura, de mi situación personal, mi experiencia personal en la locura, el hecho de haberla volcado en el libro; pero lo teatral también es muy personal. Escribir y reflexionar metodológicamente sobre lo que hacés en un ensayo teatral con otras personas, con actores, es algo muy íntimo, de los sentimientos profundos, de las emociones, donde no hay certezas, donde no hay verdades, donde te exponés a decir “bueno, no sé, yo entiendo el teatro desde este punto de vista, porque lo hago así, lo siento así, lo sueño así”. Y eso me daba cierto temor, también; no era tanto el tema de la locura, me daba más miedo reflexionar sobre experiencias personales -como director de teatro, sobre todo- fuera del marco académico, porque el marco académico -mal o bien- te legitima y te apoya. Ahí fue cuando le pedí ayuda a escritor y dramaturgo Vicente Zito Lema, que además es mi maestro, vecino y amigo, y que, para mí, es un referente de nuestra cultura. Le llevé el borrador del libro, lo leyó, me junté a hablar, me dio su opinión, sugerencias sobre la estructura del libro y después le pedí un prólogo. Me acuerdo que su mujer decía que no tenía que publicar el libro, porque era un libro donde yo me exponía mucho y exponía mucho mi vida personal, mi familia y una serie de cosas y Vicente le decía que no, que lo tenía que publicar, que si él hubiese escrito el libro que escribí yo, él lo hubiera publicado. Siempre voy a estar muy agradecido a Vicente porque es una persona muy valiosa para el mundo.
– Pero creo que lo personal del libro, lo que vos mostrás tanto de parte de la locura, del teatro y de la vida en general, es lo que más atrae. Porque no es lo mismo si vos lo escribieras desde afuera, desde el lado doctoral -que es el que criticás-. Lo más rico del libro en cierta forma es que está contado en primera persona.
– A mí me gustaría tener el título de Doctor. Doctor, a secas. Difícil que me lo den igual (se ríe). Está buena la observación. Yo siempre me pregunto, pero no tengo la respuesta para eso: ¿cuál es la relación del lector con la literatura testimonial? Yo tengo respuestas parciales, no tengo una respuesta definitiva. Yo sé que hay lectores que se acercan a mi libro y que lo leen buscando la respuesta a la pregunta «¿qué es la locura?«. También sé que hay lectores que se acercan al libro -lectores vinculados a las artes- buscando una respuesta acerca de quién soy yo en el arte, o cuál es el arte que yo hago. Ésas son experiencias de los lectores y yo no sé la respuesta. También sé que hay profesionales del campo de la salud mental que leen el libro suponiendo que ahí van a encontrar una forma de ayudar, tanto a la problemática social desde el arte como a la problemática social desde el ejercicio de la medicina. Yo supongo que también debe haber lectores que se acercan por morbo.
– Más que morbo, curiosidad, también…
– Claro, curiosidad: la locura llama. Sobre todo en los últimos treinta años de la historia argentina siento que hubo como un llamado hacia el tema. Pero es un llamado positivo, para hacer el bien, no para hacer el mal. Si no, no se explica cómo puede ser que este libro se lea tanto sin yo haber ganado nunca un premio como director, como escritor, a pesar de ser un director de teatro y un escritor formado. Es como si fuese el libro de una obra de teatro que ya va en mil cien funciones reales y yo no me lo puedo explicar. Yo supongo la locura está llamando, y que la gente está respondiendo y se está acercando y le está perdiendo el miedo. Ya conté en varios medios que estuve encerrado en manicomios, que padecí la psiquiatría, la drogodependencia psiquiátrica, que me drogaron, que me torturaron, que me metieron en una habitación de contención, que estuve seis meses sin ver a mi familia, que perdí dos o tres años de mi vida, un montón de cosas que son parte de esta sociedad. Pero creo que va más allá de eso lo que está pasando con el libro, la verdad no sé por qué. Tal vez el método de distribución, la posibilidad de conocer al escritor. En definitiva desde mi posición es inexplicable, habría que preguntarle al lector eso.
– En relación a eso, vos al principio de Actuar como loco decís que el libro va a terminar de ser un libro cuando el lector lo lea.
– Exacto, yo creo que el libro es cuando el lector lo lee. El libro hace lo que tiene que hacer en manos del lector; y si el lector no quiere leerlo, el libro no hace nada. Yo eso lo entiendo como al teatro: el teatro es y hace lo que hace y cumple su función social en el encuentro con el espectador. Si el teatro no se encuentra con el espectador, el teatro no logra hacer nada por la sociedad. El teatro se puede encontrar con el espectador en la calle, en las salas, en las performances, en los ritos, en las universidades, en cualquier lado; pero se tiene que encontrar. Esto también, de alguna forma, me ayuda a pensar y entender el propio proceso artístico también, porque los procesos artísticos si a uno no le hacen preguntas de afuera, no los entiende. En los procesos artísticos hay un porcentaje muy alto de intuición, entonces hacés cosas sin saber por qué ni para qué las estás haciendo; como una voz de afuera. Los procesos artísticos son procesos psicóticos, subversivos y delirantes; por eso Freud decía que los artistas son histéricos. Cuando vienen de afuera y te hacen preguntas, uno empieza a pensarse en su propio proceso artístico, y cuando escribí eso de «no me leas a mí, leé al libro», «el libro va a ser libro cuando vos lo leas y vos le vas a dar el destino que le quieras dar», de alguna forma me estaba adelantando sin saberlo a lo que iba a pasar. Yo creo mucho en que uno a la obra la tiene que entregar al público, y esto no quiere decir que uno no tenga que ganar dinero, pero sí quiere decir que uno no tiene que lucrar con lo que hace, que no es lo mismo. O sea: en esta sociedad capitalista comerciamos todos. Ahora, algunos lucran y otros buscan una economía social, una economía familiar, una economía justa; yo busco una economía justa, social, familiar… No busco lucrar porque no quiero explotar a nadie, no quiero que nadie me explote. No me interesan los métodos de validación de la economía del lucro ni los métodos de validación de las grandes editoriales, ni tampoco los métodos de validación de los premios. Y entonces de alguna forma yo creo que arrancar el libro con eso fue como adelantarme a algo sin saberlo, y también descargarme de ser responsable de las consecuencias que implica un libro. En un punto es darle al lector la libertad de fotocopiarlo, regalarlo, venderlo; pero no creo que la literatura sea propiedad del escritor, propiedad privada; porque básicamente uno es heredero y uno está reaccionando y también es heredero de tendencias; y esto no quiere decir que yo me oponga al derecho de autor, pero es entender el derecho de autor desde otro lado: no desde la propiedad privada sino desde la propiedad colectiva y eso te lleva a otras prácticas.
– Estaba pensando con tu explicación anterior que en el mismo libro está la respuesta de lo que a vos ahora te pasa de no saber por qué se acercan los lectores de Actuar como loco: en definitiva depende de cada lector, de cómo construye ese libro al terminar de leer. Quizás algunos lo habrán leído por curiosidad y casi en clave de ficción. Y eso es lo que siempre pasa con la literatura en sí.
– Es muy lindo esto de las experiencias de los lectores, el libro me ayudó a descubrirlo. Una vez, una lectora me dice «en la página 60 lo dejé y nunca más lo pude volver a abrir» y justo me contó por qué hizo eso: ellla había sido víctima de la dictadura militar y al principio, en la introducción del libro, yo cuento parte de mi historia en los manicomios. Y hay unos párrafos donde yo cuento cuándo, cómo y por qué me encerraron en una habitación de castigo y cómo me torturaron ahí. Y ella, que fue víctima de la dictadura militar (yo fui víctima de la dictadura psiquiátrica) me dijo que eso la llevó al pasado y no pudo seguir avanzando. Fue tan terrible para ella que no pudo seguir avanzando. Y ahí me parece que también uno es parte de una herencia y de una historia. Yo nací en 1977, sobretodo forma parte de esa herencia. Yo tengo que decir algo sobre la tortura de la dictadura, tengo una responsabilidad. No puedo desconocer que los primeros cinco años de mi vida los viví en dictadura militar aunque no recuerde nada y aunque a mí me hayan cuidado y mis viejos hayan tenido la suerte de que no les haya sucedido nada; yo tengo una responsabilidad como comunicador social y como artista, sobre todo como artista; porque un artista es tal si le está dando respuesta a la problemática en la que se encuentra, tratando de resolverla y tratando de traer amor y belleza donde están el odio y la maldad.
– ¿Te sorprendió el alcance que tuvo Actuar como loco o lo esperabas en cierto punto?
– No, yo no lo esperaba. Me llaman de muchos lugares para hablar del libro y para hablar de la locura y para hablar de teatro; la verdad sorprendió para bien. Hablé con radios chiquitas, radios grandes, radios medianas, radios en loqueros. Incluso en Canal 7 me entrevistaron.
– ¿Qué es la locura? Vos en el libro la llamás por momentos “un estado del ánimo”.
– Y eso, en parte, lo tienen que decidir los lectores. Inevitablemente este libro obliga a hablar de la locura. Hay que tomarse el derecho humano a impugnar el discurso hegemónico de la industria de las drogas psiquiátricas y del poder mundial hegemónico de hace quinientos años que tiene la Psiquiatría en todo el mundo. Entonces uno tiene que asumir que tiene derecho a impugnar determinados saberes y quitarles validez ¿Y por qué? En estos quinientos años existieron brujas en la hoguera, hombres de medicina y chamanes asesinados, exiliados, expulsados, torturados, locos, locas, artistas, sanadores muertos en manicomios, en cárceles, expulsados de la cultura, torturados con electroshock, habitación de contención, celdas de tortura, ataduras mecánicas, y las más recientes muertes psicofarmacológicas. Un manicomio es drogar a una persona hasta que se muera. Puede ser social o puede ser psiquiátrico. Entonces, yo en el libro lo que trato de aclarar es que primero el libro plantea una hipótesis: la alucinación es un acto social, público y artístico. La imaginación es un acto individual y privado. Entonces el artista puede trabajar tanto con la imaginación como con la alucinación. Para trabajar con la alucinación hay que entrenarse. Así como el artista de teatro, el actor, busca el impulso escénico, también debería buscar la alucinación; porque la imaginación es un procedimiento individual, solitario y privado e íntimo, no es social, no es público. La alucinación, sí. Entonces mi planteo central es que el artista de teatro trabaja con la alucinación, porque está reaccionando a lo que sucede en su entorno con una disposición perceptiva alterna. Modificando su percepción, percibe de forma distinta su entorno para producir una obra artística. No es la percepción ordinaria, yo cuando trabajo no tengo la percepción que cuando cocino, por ejemplo; ahí no estoy con mi percepción extraordinaria. Pero cuando me pongo a trabajar, como escritor, como director, como actor, ahí sí estoy trabajando con mis alucinaciones y con mi percepción extraordinaria.
– También en tu libro sos muy crítico al mundo se la psiquiatría y la industria farmacológica.
– Además de todo lo anterior, el libro es también un recorrido sobre la crónica que yo desarrollé en cuanto a lo que tuve que enfrentar. Yo luché contra el poder más grande del mundo actualmente, que es la industria médica, la industria farmacológica. En el siglo XX, la subversión tomaba las armas y se le enfrentaba con la fuerza armada, con las fuerzas represivas, con dictaduras y con terrorismo de estado. Son tan inteligentes que se dieron cuenta que ya no necesitan eso, ahora el poder que utilizan es el poder del miedo y de la Psiquiatría. Entonces hoy una persona si dice «salvemos al mundo, yo propongo esta forma de hacerlo», le diagnostican delirio mesiánico, esquizofrenia, bipolaridad, drogodependencia psiquiátrica, encierro, tortura, y ya no puede salvar al mundo… Entonces cuando yo hablo de terrorismo, digo en serio que hay un terrorismo de la corporación psiquiátrica mundial y no es conspirativo, son hechos concretos. Si el grueso de la gente se despojara de los prejuicios y estereotipos que rodean el mundo de la locura, se encontrarían con poetas, sanadores, artistas, con revolucionarios. Al principio yo decía que tuve una crisis de bipolaridad, ahora dejé de decirlo directamente.
– Eso me lleva también a hablar de la diferencia que planteás entre ser y estar.
– Claro, eso viene del antropólogo y filósofo argentino Rodolfo Kusch. Él dice que en América hay una filosofía del estar en el mundo y en Europa hay una filosofía del ser en el mundo y que en las culturas urbanas el principal problema es que no podemos estar en el mundo, que lo único que queremos es ser: ser director de teatro, ser dramaturgo, ser exitoso, ser bueno, ser malo, ser lindo, ser feo. Y eso es imposible y frustrante porque no se puede ser. ¿Cuándo uno es lindo, cuándo es inteligente, quién dice, cómo se mide eso? Entonces a mí Kusch me pareció siempre muy interesante, primero desde el punto de vista teatral, plantear un personaje como un modo de estar en la realidad y no como un objeto, como un ser, como una cosa. Porque no se puede, porque el personaje sucede en el ser vivo, que es el actor. Kusch también sirve para entender un poco las relaciones con nuestra propia naturaleza, uno puede estar alucinando y dejar de alucinar, dejar de estar alucinando. Uno puede estar pleno haciendo el amor con su mujer o su hombre y después dejar de estar en ese estado de plenitud, lo cual es muy dinámico porque propone una acción: estoy haciendo cosas en la vida, me defino por lo que hago. Eso es un poco adonde nos lleva Kusch. El teatro entonces se define por lo que hace, no por lo que es. El actor, cuando logra convocar un personaje en escena, frente al espectador, se define por lo que hizo; no hay una medida de cuándo el personaje fue. O sea, si el actor pudo traerlo, el personaje apareció. Si no pudo traerlo, el personaje no apareció. Y a Kusch lo traigo un poco para entender la salud mental como algo variable.
– ¿Qué relación encontrás entre la salud mental y el teatro?
– La salud mental en teatro es central y también es una problemática, porque para hacer una obra de teatro con un elenco y dirigirlo hay que tener una gran capacidad de mantener la salud mental y emocional de ese grupo para que pueda lograr el objetivo de trabajo que es estrenar la obra y hacer funciones. Los procesos artísticos son muy complejos, porque se ponen en juego muchas cosas personales, muchas ansiedades, temores, incertidumbres, vacíos. Y para poder conducir ese grupo, hay que mantener la salud emocional del grupo, porque no es fácil convivir con el vacío de respuestas, como por ejemplo: “¿y cómo es la obra?” ¡Y qué sé yo cómo es la obra: vamos a hacerla, busquémosla a ver si la encontramos!
– Sostenés en el libro que el amor es lo que te curó, por decirlo de alguna manera.
– Sí, yo creo que el amor es un ejercicio. El amor a las personas con las que uno está en la vida, ya sea profesionalmente, íntimamente, el amor mutuo hace bien, eso es indudable. En el libro yo cuento que tuve dos episodios que antes llamaba crisis: primero una internación terrible, a mis 16 años, y en el segundo una internación más suave. Ahora, yo no sé lo que sucedió (sí sé lo que dice la Psiquiatría, el diagnóstico, el tratamiento). Yo creo que lo que aprendí desde que estoy en este mundo, desde que nací, es que la realidad es misteriosa, que hay un punto donde uno se empieza a hacer preguntas y se encuentra con el misterio y con un gran vacío, que ahí está la locura, que ahí está el amor. Hay distintas formas de percibir la realidad, no hay una única forma de percibir la realidad, y también aprendí que es injusto maltratar a las personas que perciben a la realidad de formas alternativas y que tienen experiencias mentales alternativas y misteriosas y que eso está en su naturaleza y en su identidad mental. Tienen la capacidad de percibir otras cosas y eso no las hace ni mejores ni peores; no las hace geniales, pero tampoco las hace enfermas. Podemos convivir juntos y juntos hacer de la sociedad una sociedad más inclusiva, más bella, más amorosa. Y me costó mucho. Sufrí mucho, pero no sufrí por mis alucinaciones, sufrí por lo que me hacían; no sufrí por mis delirios, pero tampoco los festejo. Es parte de mi laburo. Yo tengo un entrenamiento mental y tengo un entrenamiento emocional y el delirio y la alucinación y la imaginación son parte de los procesos creadores. Me costó y tuve que aprender. Hice mucho teatro, en el medio. Y fue bueno también haberlo hecho público, porque de alguna forma me terminé de aliviar de mis miedos al «qué dirán», de mis miedos a la opinión del otro. Fue bueno publicar parte de mi experiencia con la Psiquiatría y con los manicomios porque fue terminar de liberarme del miedo a que me miren mal, a que me tengan miedo, también.
– Volviendo al teatro, se puede ver una influencia bastante marcada de la obra de Antonin Artaud, en lo que vos hacés y escribís, en tu forma de ver tanto el teatro como la locura.
– Sí, yo estudié mucho y en serio la obra y figura de Artaud. Es una figura inmensa en la poesía y el teatro universal y su legado es un legado inmenso. Hay como cuatro grandes teóricos en la historia del teatro universal: Artaud, Stanislavski, Grotowski y Brecht. Yo en esa lista de cuatro te agregaría Augusto Boal -el brasilero- y te agrego también a Juan Carlos Gené -el argentino-, te lo agrego a Alberto Ure -argentino, también-, te lo agrego a Peter Brook -el inglés- y a Living Theatre -de Estados Unidos-, a Julian Beck y Judith Malina. A Artaud se lo conoce por cierto impacto que tuvo el tratamiento de su locura, de sus alucinaciones. Pero la obra de Artaud va mucho más allá de eso, porque Artaud plantea una cosmovisión de la realidad, es algo inmenso. Un ejemplo que ayuda a entender concretamente lo que quiero decir: en el libro Para terminar con el juicio de Dios, hay un capítulo -muy poco comentado porque justamente no tiene que ver con lo más marketinero de Artaud- que se llama Teatro y Ciencia. Ahí Artaud dice «la muerte es algo que nos enseñó la cultura». Sostiene que «los seres humanos no se mueren, lo digo literalmente, no lo digo poéticamente. Nos morimos físicamente, biológicamente, porque la cultura nos enseñó que nuestros órganos se deterioran y debemos morir». Si a esto lo empezás a relacionar con otras propuestas de otros libros de Artaud, empezás a encontrar una cosmovisión de la realidad. Entonces la obra de Artaud es teatral, es filosófica, es religiosa, es antropológica, es médica, es biológica. Es inmensa. Ahora bien, la obra teatral, que es de la que yo tengo de alguna forma más autoridad para hablar, es una obra que fue muy castigada y muy desautorizada, pero es una obra que tiene tanta potencia que se defiende sola.
– ¿Qué era lo que más se le cuestionaba a la obra de Artaud?
– Se hace mucho hincapié en que no dejó métodos o instrucciones para llevar a cabo lo que el planteaba, lo cual es una pavada. No se puede hablar de teoría teatral, se puede hablar de ensayo teatral, porque el teatro no deja teoría, lo que deja teoría es la ciencia y el teatro no es ciencia, el teatro lo que deja son ensayos y metodologías: los directores y dramaturgos que quieren pensar y reflexionar, lo que dejan son ensayos. Dicen «bueno, yo hice más o menos esto, porque pienso más o menos esto y porque creo que el teatro es bueno hacerlo de esta forma». Entonces, a Artaud le han dicho que él no dice cómo hay que hacerlo, ¡y claro que no lo dice! Ningún ensayista del teatro, ningún maestro del teatro dice cómo hay que hacerlo, porque no puede, o sea, no es su tarea. Su tarea no es escribir manuales. Manuales los hay, pero bueno, los manuales son para gente que tiene otros intereses del teatro. A Artaud le han dicho eso, pero aun así, saliendo de la disputa, en el propio libro El teatro y su doble, hay un montón de consignas y descripciones de ejercicios, hay tres ejercicios que él describe: un ejercicio sobre el humor, un ejercicio sobre la respiración y un ejercicio sobre la forma de crear una obra de teatro, ¿no? Con lo cual el propio libro desmiente lo que se le critica: ¡lo único que hace falta es leer El teatro y su doble!
– Por ejemplo, volviendo a la relación de tu obra con la de Artaud, hay una máxima que éste buscó toda su vida: unir la vida y la obra de arte, ya que en definitiva son indisolubles, lo que lo lleva hasta el punto de arriesgar su físico y su existencia en búsqueda de esa comunión.
-Estoy totalmente de acuerdo con eso. Ahora, hay algo en lo que me gustaría detenerme: yo soy heredero de la obra teatral de Artaud pero no porque haya estado loco como Artaud, o también por eso: digo, soy heredero porque acuerdo ideológicamente con la filosofía de Artaud, así como también soy heredero de Juan Carlos Gené, y de Alberto Ure. Así como también soy heredero de Vicente Zito Lema.. Yo creo que es prudente para nosotros, los latinoamericanos, tomar un poco de distancia de Europa y de Francia y, por ende, de Artaud. Yo reconozco que mi trabajo puede asociarse con Antonin Artaud pero quien haya leído Artaud, Ure y Gené, va a darse cuenta de que Actuar como loco, tiene mucho más que ver con Ure y con Gené y Augusto Boal y lo que está sucediendo en Bolivia (el denominado teatro de los Andes). A veces pienso que también mi laburo está relacionado con la visión de Peter Brook, porque mi apellido es inglés y yo tengo una fuerte herencia inglesa y una fuerte herencia judía, judía por parte de mi familia materna e inglesa por parte de mi familia paterna. Entonces mi herencia también tiene que que ver con Peter Brook o si se quiere Shakespeare. Igual, a mí Shakespeare mucho no me interesa, creo que ya podemos hacer versiones u otras cosas que superen a Shakespeare. Se lo puede considerar anticuado a esta altura.
– En la actualidad se habla de la era del fin de los grandes mitos y las grandes historias.
– Es que Shakespeare es una dramaturgia que defiende a los imperialismos. Hacer versiones de Shakespeare, de alguna forma es convalidar los imperios, los reinos y las monarquías, las estructuras verticales en definitiva. Entonces, está bien, son universales… ¿pero a qué precio? Cervantes, es otro ejemplo. Don quijote de la mancha es una obra manicomial , donde Alfonso Quijano se arrepiente de su locura. Cervantes no le da a Alfonso Quijano el derecho a una muerte digna. Eso no está bueno. Me parece que es más fácil opinar desde lo establecido que animarse a hacerle preguntas y a criticar y a tomar distancia de las posturas hegemónicas en la literatura universal. Por eso me parece que somos herederos de Shakespeare, somos herederos de Cervantes, somos herederos de Molière, y como tenemos la responsabilidad de su herencia los podemos cuestionar y decir «nosotros, a las futuras generaciones, les vamos a dejar algo mejor a lo que nos dejaron Shakespeare y Cervantes y Molière y los griegos». Se dice que el teatro empieza en Grecia, pero en realidad el teatro empieza en Grecia por un ritual alienante, para emborracharse, y se lo utiliza para que la polis pueda mantener el orden establecido y el funcionamiento por castas y por esclavos. O sea: estamos defendiendo al teatro para que pueda existir la esclavitud. Cada vez que decimos que el teatro nace en Grecia y que ése es el verdadero origen del teatro occidental, lo que estamos haciendo es convalidando las democracias esclavistas. El teatro no nace en Grecia, el teatro nace antes de Grecia y nace en distintas culturas; lo que pasa es que el discurso hegemónico de la cultura y de las academias nos pretende enseñar que solamente nace en Grecia en los trágicos griegos y los comediantes griegos y en la poética aristotélica
– Planteás discutir el discurso eurocéntrico, que habla de que la cultura del mundo sigue una línea que empieza en Grecia, sigue por Europa y, actualmente, está en Estados Unidos.
– Exacto, lo que planteaba recién. Por eso, cuando a mi laburo lo alinean con Artaud, yo digo sí, hay algo; pero ojo con pensar que lo que pasa en América es hijo de Europa. Porque América es violada por Europa. Europa vino, violó y exterminó América. Yo estoy defendiendo el origen del teatro en América; cuando yo hablo de teatro, locura y chamanismo, estoy defendiendo a mis hermanos que fueron asesinados hace quinientos años, porque yo soy hermano de ellos. Las filosofías de los pueblos originarios de América y sus rituales tienen una gran influencia en mí. Yo participo activamente en los rituales de la comunidad lakota (o lakhota), de México. Hay un mexicano, Aurelio Díaz Tekpankalli, que fue enseñando distintos tipos de rituales, de medicina, búsquedas de visión por toda América, hasta que llegó a Argentina. Y nosotros aprendimos con un grupo, que se llama Temazcal en el Tigre, y la espiritualidad indígena a mí me ayudó mucho, tengo que decir: la espiritualidad indígena dentro del campo de la salud mental tiene mucho más para aportar hoy en día que la medicina occidental. Tienen formas mucho más amorosas de enfrentar los problemas o enfrentar las diferencias. Hay toda una cosmovisión de la vida y de entender el conflicto. Ellos son mi sangre también. Mi sangre es la del toba, la del mapuche, la del guaraní, ésa es mi lengua, es mi sangre, es mi sentir, es mi arte, es mi poesía. Mi poesía no es la de los europeos y mi arte no es la de los europeos y esto no quiere decir que yo esté en contra de los europeos, pero sí tomo una posición y me defino. El teatro no puede ser todo. El teatro no puede ser juego y espectáculo y ritual al mismo tiempo. O es juego o es espectáculo o es ritual. Hay que tomar una decisión; son decisiones éticas, morales, políticas y estéticas. El teatro que es todo no es nada. Creo que tomar posición también es un aprendizaje y eso te expone, por eso yo al principio decía que son cosas muy íntimas las que planteo en Actuar como loco; porque uno no está tan seguro tampoco de lo que piensa. Qué sé yo, después cambiás de opinión, te arrepentís, encontrás un matiz.
– Y para terminar y tocar un tema coyuntural con respecto la locura, ¿qué opinás de la nueva ley, la Ley Nacional de Salud Mental que se aprobó hace poco?
– A mí no me gusta hablar de la nueva ley de salud mental, yo hablo de la Ley Nacional de Salud Mental. Es una ley argentina, es para todo el país y nos da la oportunidad de soñar, con ser el primer país del mundo libre de manicomios y libre de drogodependencia psiquiátrica. Alguna gente le llama la nueva ley nacional de salud mental, pero si conocieran la vieja ley, la Ley para enfermos mentales, toxicómanos y alcohólicos… Como si una persona en la vida es enfermo mental, toxicómano o alcohólico y eso es irreversible. El que habla de la nueva ley, que vaya a estudiar la vieja ley. La vieja era el nazismo. El poeta español Leopoldo María Panero dice «los manicomios son campos de exterminio nazi y la Psiquiatría es un crimen de lesa humanidad». Testigos de esto son Marisa Wagner y Jacobo Fijman, poetas argentinos detenidos contra su voluntad y torturados por represión psiquiátrica los dos. Sobre la Ley Nacional de Salud Mental yo no puedo opinar como jurista, como abogado; yo puedo opinar desde lo que conozco, que es el teatro y la salud mental. Lo que yo siento es una gran sensación de esperanza, una profunda sensación de felicidad, de amor. La primera vez que la leí sentí como una reparación. Es difícil ponerlo en palabras, porque la ley es algo frío, tiene la frialdad del artículo legal. Hay gente que le tiene miedo a la ley, porque es una ley que cuestiona la hegemonía de la corporación psiquiátrica, y es una ley que cuestiona y que puede llegar a poner en crisis en nuestro país a la industria, al negocio multimillonario y mundial de la industria psicofarmacológica. Los psicofármacos, las drogas psiquiátricas mueven muchísimo dinero. Yo recomiendo un libro, que es el libro que Te tengo bajo mi piel, de Federico Pavlovsky, que es un psiquiatra que desde la corporación psiquiátrica la cuestionó y la denunció en ese libro; un psiquiatra que desde adentro del grupo puede denunciar y mostrar los procedimientos que manejan.
– ¿Se puede decir, entonces, que sos optimista con respecto a la Ley de Salud Mental?
– Creo que es una ley de la inclusión y yo siento -y esto es más un sentir como ciudadano o como artista, una percepción- que va a pasar lo que pasó con la comunidad homosexual y toda la temática relacionada al género; siento que inevitablemente va a suceder la inclusión. Porque, marcando un paralelo, a los homosexuales lo quisieron definir como enfermos mentales, y a los travestis también. Estuvieron a punto de engancharlos, pero no los pudieron enganchar. La problemática, en definitiva, es la misma, tiene que ver con la identidad, con decir «bueno, déjenme a mí, no me castiguen, no me discriminen, no me maltraten, no me droguen, yo tengo los mismos derechos y las mismas obligaciones que cualquier otro y tengo libertad como todos». Me parece que va ser inevitable el cambio, va a ser inevitable que dentro de cinco o diez años exista un colectivo de locos y de locas fuerte, organizado, inclusivo, amoroso, sin odios, sin resentimientos, sin pedir venganza, como existe el colectivo de los compañeros homosexuales o compañeros y compañeras trans, que desde el amor buscan que se vean garantizados sus derechos civiles y sus derechos humanos. Cuando vos le decís a una persona que estamos hablando de vida o muerte, ¡es real!. En los manicomios, las personas se mueren por los efectos secundarios de las drogas psiquiátricas. Cuando hablamos de electroshock, el electroshock mata, la habitación de contención mata… Una persona que está drogada, que está psiquiatrizada, que está sin trabajar, que está viviendo en una casa, que no tiene asistencia, que está excluida, empieza a discapacitarse, empieza a dejar de poder hacer cosas. Hay personas a las que el sistema los venció, los quebró, y que lo mejor que les puede pasar, quizás, es que tenés certificado de discapacidad. No es deseable, en lo más mínimo, pero también hay que entender y reconocer la realidad: un tipo que vivió cuarenta años drogado en un manicomio sale al mundo y hay cosas que no las puede hacer. Creo que la Ley Nacional de Salud Mental es mucho más que un texto. Mi experiencia, mi testimonio creo que sirve para que los profesionales, los periodistas, los artistas, tomen conciencia de que la ley nacional se da gracias al trabajo histórico de compañeros que estuvieron militando en la salud mental hace como cuarenta años. Yo siento una gran esperanza y una gran alegría; la salud mental es la salud de todos. Cualquiera de nosotros va al psicólogo, bueno, la ley lo beneficia. Porque se piensa más la atención psicológica desde lo comunitario, desde lo social.
– ¿Cómo te imaginás el futuro en relación a este tema?
– Va a llegar un momento en que sólo vamos a hablar de salud mental y no vamos a hablar más de enfermedad mental. Y luego vamos a empezar a incorporar el concepto de salud social, que es el paso que tenemos que dar como sociedad. Eso indudablemente nos va a llevar a hacer referencia a la diversidad mental, a la identidad mental, de derecho al delirio… son pasitos que hay que ir dando con paciencia. Si yo quisiera salir a cerrar los manicomios me haría terrorista y me organizaría a través de la violencia y de las armas. Pero no, yo quiero que se cierren los manicomios y finalizar con la drogodependencia psiquiátrica a través de la cultura, de la organización popular, de otro tipo de métodos, porque a mí no me gusta que hayan intentado matarme, entonces no voy a salir a intentar matar a otras personas con la violencia. Creo que la subversión hoy pasa por la cultura, no por las armas. La subversión hoy está puesta en el arte, en la locura. Hay fuerzas que son de la vida y son invencibles. El amor, la locura, el arte; contra eso no se puede. Artaud decía: “si el actor supiera que hay fuerzas que viven en él y a través de él, se sorprendería de todo lo que puede hacer”. Yo extiendo lo de Artaud a los actores sociales, todos somos actores sociales, y si todos supiéramos que hay fuerzas que se mueven en nosotros y a través de nosotros, nos sorprenderíamos de todo lo bueno que podríamos hacer.
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Contacto con el autor y encargo del libro: Alan Robinson
Página del libro: Actuar como loco