En los últimos días circuló en todo tipo de medios y redes sociales el video en el que Diego Maradona golpea a su pareja, Rocío Oliva, lo cual despertó reacciones de toda índole, mayoritariamente de repudio, pero con una escasa posibilidad de articulación entre este hecho puntual y otras formas más cotidianas de maltrato hacia la mujer.
Tratándose de Maradona, la noticia excede el terreno de las notas de farándula local y dio la vuelta al mundo, pero esta vez se suma además el hecho de que se trata de un episodio de violencia de género, lo cual trasciende a su vez el mundo del espectáculo o del entretenimiento; pero justamente por tratarse de una persona cuyos actos más triviales son objeto de “análisis” cotidiano dentro de este tipo de encuadre, el hecho de violencia se prestó para las más superficiales reflexiones y discusiones “de café” en los medios.
Diego Maradona es un personaje de envergadura mundial cuyos actos siempre van a tener una lupa que los agigante. Toda su vida estuvo marcada por la persecución mediática, de la cual por momentos se sintió agobiado, y por otros necesitado, pero nunca pasan un par de meses sin que tengamos alguna noticia de él. De hecho hay periodistas que han fortalecido su carrera hablando de él, o que han dado el saltito a la fama. Sin embargo, esta vez ya no se trata de lo que decida hacer con su cuerpo; no se trata tampoco de otra cruzada mediática moralista que, escondiendo su rechazo relacionado con su origen, se muestre como cuestionadora de su estilo de vida; ni de alguna reacción violenta frente al acoso mediático. Esta vez se trata de violencia de género.
Las voces mayoritarias fueron terminantes: un rotundo repudio a su accionar fue expresado por gran parte de los medios y por una gran parte de la opinión pública, al menos la que emerge en los comentarios de los medios digitales y en las redes sociales, muchos de ellos mezclando el tema con otras cosas, como su origen villero, su adicción a las drogas, su ideología política, poniendo en práctica lo que los mismos medios muchas veces hacen. Sin embargo, muchas de esas personas y medios, son los mismos que una semana atrás aplaudían la distinción a Marcelo Tinelli como «Personalidad destacada de la cultura» por parte del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?
En medio de tanto premio por un lado, y repudio por el otro, pocos son los ámbitos en los que se ponga sobre la mesa a la violencia de género, con su necesaria objetualización de la mujer, como un tema complejo, y con un análisis a la altura de tal complejidad. “¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?” es la pregunta retórica que muchos esgrimen en respuesta a quienes rechazamos que se otorguen premios a quienes colocan a la mujer en ese lugar de humillación y denigración, y por ello se vuelve imprescindible hacer visible la relación de continuidad simbólica existente entre “una cosa” y “la otra” si pretendemos seguir rasgándonos las vestiduras contra la violencia de género cuando aparece un borracho Maradona pegándole a la mujer.
La mujer es colocada en este lugar desigual y humillante en todos los ámbitos, de manera cotidiana, y el programa conducido por el acreedor del premio es el caso más paradigmático. Todos recordamos cuando el carismático conductor cortaba, tijera en mano, la pollera de todas las bailarinas, y la negativa de una de ellas, Carla Conte, luego abucheada mediáticamente por respetarse y decir: “yo sólo vine a bailar”.
Pero sería miope condenar una parte por el todo, ya que no es el inventor, ni el único, ni el principal responsable de la violencia simbólica hacia la mujer. Es, quizá, su principal y más vistoso exponente, pero otro ejemplo son las publicidades de productos de limpieza e higiene, de ropa, de bebidas, etc., que son un gran caldo de cultivo de la estereotipación de los roles femeninos y masculinos.
Un hecho llamativo y que despertó opiniones encontradas que sirven a nuestro análisis, fue la campaña iniciada en abril por la organización «Acción Respeto: por una calle libre de acoso», mediante la cual se promovía la concientización sobre esta forma de violencia, una de las más naturalizadas. La polémica se suscitó en las redes con las opiniones, tanto de hombres como de mujeres, que sostenían la defensa de esta modalidad de violencia. Incluso el mismo Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri, se manifestó a favor de poder decirle a las mujeres “qué lindo culo tenés”, lo cual a su vez hace más entendible la entrega del premio a Tinelli.
Otros hechos que despertaron las más disparatadas formas de defensa de algunas modalidades de la violencia de género, fueron los conocidos casos de violación de Camila, en el boliche donde se realizaba la fiesta Alternativa, y el multimediático y triste caso Melina. Estos dos casos, fueron disparadores de las “reflexiones” más aberrantes nacidas en la trama de la llamada cultura de la violación, a partir de la cual no se cuestiona la violación en sí, ni se analiza la cultura patriarcal en el contexto de la cual ésta se produce, ni se habla seriamente de este tipo de conductas condenables por parte de los violadores, sino que se culpa –de manera más o menos explícita- a la víctima. “¿Para qué fue si no quería coger?”, “¿Con esa forma de vestirse cómo quieren que no las violen?”, “¿Qué hacía sola a esa hora?”, son algunas de las manifestaciones de esta enfermiza pero masiva forma de ver las cosas.
Ahora aparece un video de Maradona golpeando a Rocío Oliva y de repente muchos parecen ser acérrimos feministas, condenando una conducta que parecieran percibir como desconectada de las otras formas de violencia contra la mujer. Ingenuos, sostienen que eso está mal, pero por otro lado sugieren que algunas violaciones no están tan mal, o que son culpa de la víctima, y no pueden comprender que existe un eslabonamiento simbólico que conecta la reproducción de estos modelos de sumisión y degradación, en los que la mujer se vuelve un mero objeto, lo cual pareciera habilitar a expresarles nuestros deseos sexuales en la calle sin su consentimiento, a cortarles la pollera frente a millones de personas, a violarlas.
Es obvio que en esta imposibilidad de relacionar las cosas convergen una diversidad de factores culturales, educativos y sociales, pero también existe cierto grado de responsabilidad por parte de quienes tienen la posibilidad de abordar estos temas de manera masiva, y niegan a su público la posibilidad de un análisis profundo que conecte cuestiones que aparentemente son percibidas como inconexas.
No hay una diferencia categorial entre lo que reproduce todos los días Tinelli en su programa, las publicidades sexistas, el acoso callejero, las trompadas que le pega Maradona a su pareja, las violaciones y su justificación; la diferencia es sólo de grado, y si seguimos sin herramientas que nos permitan vislumbrar esto, vamos a seguir premiando a quienes promueven estos modelos nefastos y dañinos para nuestra sociedad.