En los últimos años, las redes sociales comenzaron a ser el principal soporte para amparar las denuncias de mujeres que sufrieron distintos tipos de violencia machista. Muchos de estos discursos -escraches- se fundan en una nueva retórica propia. En este artículo intentaremos dar cuenta de este fenómeno partiendo de la base de que se trata de un proceso en construcción, y como tal, es objeto de constante reformulación. (Foto de portada: Mar Garrote Cortínez)
Por Alejandra M. Zani y Lucía Cholakian Herrera*
Ningún discurso es inocente. El lenguaje es performativo. Los discursos nos interpelan, nos transforman y nos obligan a tomar posiciones. Si las narrativas y los usos del lenguaje en la sociedad que conocemos son producto de un sistema económico-político patriarcal, estas narrativas y usos del lenguaje tienen como fundamento la negación histórica de las voces de las mujeres. Por esto, consideramos que de nuestra lucha contra esa negación sólo pueden surgir nuevas discursividades. Nuevas retóricas.
Con la aparición de las redes sociales surgieron también nuevos modos de compartir discursos. La velocidad de la propagación de la información en los medios digitales, sumada al alcance de la comunicación y a la construcción de una “sororidad feminista”; permitió que muchos de los discursos que comenzaron como denuncias públicas en las redes devinieran causas penales, aceleraran procesos judiciales, e incluso que terminaran con el procesamiento de los acusados, como fue el caso de Cristian Aldana (cantante de “El Otro Yo”) y José Miguel Del Pópólo (cantante de “La Ola que quería ser Chau”).
El surgimiento del escrache es un punto fugaz en el cruce entre el avance de la lucha de las mujeres y el crecimiento de las redes sociales. Con todas las complejidades que estas dos transformaciones implicaron en la vida social, el escrache como uno de sus resultados habilitó la existencia de nuevas discursividades en un contexto de violencia aún irrestricta.
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A su vez, desde hace algunos años que en Argentina las violencias contra las mujeres -algunas violencias y contra algunas mujeres- se han posicionado en la agenda mediática. También de la mano del movimiento de #NiUnaMenos, entre otros, se agudizó el debate público en torno a las muchas caras de la violencia patriarcal. El surgimiento del escrache es un punto fugaz en el cruce entre el avance de la lucha de las mujeres y el crecimiento de las redes sociales. Con todas las complejidades que estas dos transformaciones implicaron en la vida social, el escrache como uno de sus resultados habilitó la existencia de nuevas discursividades en un contexto de violencia aún irrestricta. El discurso del escrache no está jamás escrito en potencial ni se hace preguntas a sí mismo: es el producto de una urgencia.
Es esta misma urgencia la que hace que muchas veces aparezca como un discurso atropellado en oposición al proceso burocrático de tener que relatar en -y ante- un lenguaje judicial. Desde su origen, el escrache es un discurso no hegemónico. Tiene que existir porque no encuentra espacio en las estructuras institucionales para ser resuelto. O porque muchas veces, esas mismas instituciones relativizan las experiencias de las mujeres, haciendo necesario recurrir a otros medios para acelerar los procesos y construir solidaridades.
El escrache comienza con la conciencia del abuso y puede extenderse hasta una condena judicial. No hay límites, no hay parámetros, y el protocolo se escribe mientras se hace. Puede ser anónimo, estar firmado; denunciar un delito penal o simplemente buscar alertar a otras mujeres. Puede contener imágenes, audios, videos o ser simplemente una narración de los hechos. Sin embargo, y con la infinidad de sus potencialidades, se está constituyendo como un género discursivo dentro de la lucha feminista.
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¿Hay alguna consecuencia inmediata o preestablecida de la circulación de estos discursos? No. De la misma manera que no hay parámetros o valores preestablecidos de verdad de los testimonios. Porque el movimiento inaugurado por el estallido del escrache al varón violento como mensaje público en redes sociales creó también su círculo de contención y sus fundamentos ideológicos.
¿Hay alguna consecuencia inmediata o preestablecida de la circulación de estos discursos? No. De la misma manera que no hay parámetros o valores preestablecidos de verdad de los testimonios. Porque el movimiento inaugurado por el estallido del escrache al varón violento como mensaje público en redes sociales creó también su círculo de contención y sus fundamentos ideológicos: ante un sistema violento y patriarcal, la voz de las víctimas es siempre la que se pondera. Esto, sin embargo -como en nuestro mundo analógico- no opera de manera generalizada.
Uno de los potenciales efectos sobre la sobreviviente que denuncia es el del repudio público, las amenazas y hasta la exclusión social de ciertos espacios. En los peores casos, si la mujer no está debidamente acompañada y contenida el escrache público contra un varón violento puede significar la profundización de las vejaciones contra su persona. Entiéndase por esto que en ningún caso -ni en el plano judicial ni en el digital- es cómodo y divertido exponer un testimonio de violación. Y en todos los casos es un acto de coraje.
“Me violó”, “me obligó a tener relaciones sin protección”, “me sacó fotos sin mi consentimiento”, “le dije que no y lo hizo igual”, “me hizo prometer que no iba a decir nada”. Este tipo de frases suelen ser las que aparecen en las denuncias públicas por abuso en redes. Se escriben en primera persona, en la mayoría de los casos presentan un contexto de la relación o el espacio en el que desataron los abusos y son publicados. Inmediatamente aquel discurso pasa a formar parte de la red y está disponible para que muchas mujeres lo lean, lo compartan y -en muchos, muchísimos casos- se identifiquen.
“Me violó”, “me obligó a tener relaciones sin protección”, “me sacó fotos sin mi consentimiento”, “le dije que no y lo hizo igual”, “me hizo prometer que no iba a decir nada”. Este tipo de frases suelen ser las que aparecen en las denuncias públicas por abuso en redes. Inmediatamente aquel discurso pasa a formar parte de la red y está disponible para que muchas mujeres lo lean, lo compartan y -en muchos, muchísimos casos- se identifiquen.
Muchas mujeres hemos despertado de la anestesia del amor romántico y analizado relaciones pasadas de forma retroactiva para encontrarnos con que fuimos víctimas de múltiples abusos y violencias. Es decir: el escrache no opera solamente para alertar que un varón es violento y/o misógino, sino que su carácter indicial y testimonial permite colectivizar el repudio y entender que los recursos que tenemos hoy para leer críticamente a nuestras relaciones no son los que teníamos en el pasado y que hoy, más que nunca, tenemos que hablar de lo que pasa. Nombrar a las violencias es el primer paso para erradicarlas.
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El escrache es necesario no solamente porque denuncia la violencia machista sino porque empuja y corrompe los límites de lo decible. Toma aquellos elementos relegados de forma adrede al espacio de lo privado y los pone en el foro público. Desmitifica las figuras de la retórica patriarcal y las invierte: todo aquello que es pronunciado, todo argumento que se usa para tejer las redes que nos retienen en relaciones enfermizas y violentas, es vuelto a enunciar en tono de repudio.
Como discurso que surge en el marco de una urgencia no resuelta institucionalmente, es una retórica pasajera. Las formas, si todo sale como lo esperado, serán otras. Lo importante de pensar al escrache como género es poder comprender sus particularidades, no relegarlo en tanto discurso de una “marginalidad” sino como una construcción ideológica fundada en una incansable pelea en contra de las violencias contra las mujeres. En ese sentido, observarlo y pensarlo es también devenir de esa urgencia.