La obra teatral Indócil. Tenemos la sangra manchada de historia, dirigida por Ana Laura López y puesta en escena por Obstinado Colectivo, muestra mediante distintos planos la potencia enjaulada en el cuerpo humano. A través de una crítica aguda y sensible sobre los discursos e ideologías que domestican las pasiones humanas y aquietan cualquier intento de libertad, la obra pone en jaque a la historia argentina planteando que la revolución es posible si ponemos el cuerpo en el centro (Fotos: Emiliano Sánchez).
¿La revolución es posible? Y, en todo caso, ¿qué tipo de revolución es la que se debe llevar a cabo? Esas preguntas recorren desde mediados del siglo XIX a gran parte del arte moderno y las respuestas han sido varias. La obra teatral Indócil. Tenemos la sangre manchada de historia, de Ana Laura López y puesta en escena por Obstinado Colectivo, demuestra que a pesar de la hipermodernidad y una conexión apabullante que nos llena de información, el cuerpo sigue siendo la clave para cambiar el orden establecido de las cosas.
Haciendo un gran uso de los recursos escénicos y de la gestualidad a cargo de los cinco protagonistas de la obra, Indócil no tiene ningún tipo de prurito a la hora de interpelar al público de manera directa. Sin la necesidad de una interacción obvia, las miradas y, sobretodo, la profundidad y potencia del lenguaje hacen que los asistentes no sean meras miradas pasivas, sino una parte crucial del clima que la obra construye desde el minuto cero.
Haciendo un gran uso de los recursos escénicos y de la gestualidad a cargo de los cinco protagonistas de la obra, Indócil no tiene ningún tipo de prurito a la hora de interpelar al público de manera directa.
En esa dirección, lo que para muchas obras podría representar un conflicto, en Indócil representa uno de sus pilares más importantes: el entrecruce del material histórico con la puesta en escena. Con la noción de «patria» puesta en jaque y desnudando construcciones discursivas que garantizaron la creación de un país para pocos a costa de la sangre de millones de personas atropelladas por el tren del «progreso», la historia va desde los comienzos de la nación a la absoluta actualidad, demostrando de esa manera que el fondo sigue siendo el mismo y, a lo sumo, las formas van variando.
Se puede afirmar que en Indócil no hay nada que sea inocente de principio a fin, ya que cada elemento aporta su cuota en el complejo entramado artístico y político que se va tejiendo a lo largo de la obra. Desde un texto que se apoya en la repetición para acompañar al espectador a poder ver los discursos desde distintas perspectivas, así como también el movimiento de los cuerpos de las protagonistas que encarnan la revolución a través de sus cuerpos, es notorio que esta obra tiene un plan bien consolidado: impactar a cualquiera que lo vea.
En esa misma dirección, el apoyo en material sonoro y audiovisual no le quita peso a la puesta en escena, sino todo lo contrario: realza aún más y completa un sentido que, para un espectador disperso o distraído, puede parecer confuso en los primeros minutos de la obra. Con una gran puntería, se logra poner en cuestionamiento imágenes y canciones patrias que por su constante repetición derivaron en una mirada acrítica por parte de la población. Y en este punto volvemos al principio sin temor a ser reiterativos, afirmando que las formas aparentemente van cambiando a lo largo de la historia, pero el fondo sigue siendo el mismo: la opresión de una inmensa mayoría en beneficio de una minoría que se escuda en valores intangibles como la patria, el honor y el progreso.
Indócil deja una pregunta sonando en la cabeza de la audiencia y, al mismo tiempo, su respuesta: si quien nos domina no tiene más que dos ojos y dos manos, ¿qué es lo que hace que tenga poder sobre nosotros sino somos nosotros mismos? ¿De dónde obtienen las manos, las piernas, los ojos con los que nos vigilan y oprimen si no es de nosotros mismos? Si nuestra sangre está manchada de historia, es porque, en definitiva, nuestra historia se alimenta de sangre para justificarse y reproducirse. Y eso no se puede lograr si no es a partir del silencio y quietud de un pueblo. La contrarrespuesta necestaria, entonces, son los cuerpos indóciles y esta obra lo deja más que claro.
Para eso el guión y la puesta en escena se encarga de incluir en su narración a protagonistas claves de la historia nacional que aparecen como grandes héroes de la patria y, al mismo tiempo, a las familias patricias que a partir del genocidio en el sur del país han visto su fortuna acrecentarse hasta el día de hoy. Con recursos elegantes y explícitos al mismo tiempo, Indócil deja algo en claro: esas familias millonarias son las mismas que nos gobiernan en la actualidad.
Si nuestra sangre está manchada de historia, es porque,nuestra historia se alimenta de sangre para justificarse y reproducirse. La contrarrespuesta necestaria, entonces, son los cuerpos indóciles y esta obra lo deja más que claro.
En conclusión, Indócil se trata de una obra necesaria en un tiempo de urgencia, donde la política y los grandes poderes económicos ganan la batalla del sentido a través de diferentes estrategias comunicacionales, logrando que un inocente emoticon pueda esconder un fin mucho más siniestro. Ante la abundancia de información, el cuerpo necesita volver a ganar el terreno perdido y ser la pieza angular para cualquier tipo de revolución posible. Organismos indóciles que no acepten el sentido común y se den cuenta de que las diferencias no son más que discursivas; ahí está el fuego inicial.
Ficha técnica:
Texto y Dirección: Ana Laura López
Actuación: Marta Cosentino, Jorge Gazzaniga, Cali Mallo, Sandra Martínez, Natalia Urbano
Escenografía: Obstinado Colectivo
OESTE USINA CULTURAL – Del Barco Centenera 143 «A» – Ciudad Autónoma de Buenos Aires
Reservas: 49013111 / Web: http://www.oesteusinacultural.com.ar
Entrada: $ 180,00 – Sábado – 21:00 hs – Hasta el 25/11/2017