“El arte no tiene que servir para nada, porque cuando sirve para algo es peligroso”, lanza el noble gaditano que se ocupa de interrogar a Blai Perera Morat apenas pone un pie en tierra firme, tras haber cruzado el Atlántico en un viaje obligado por esos años: el exilio (una tragedia desafortunadamente muy conocida en nuestras tierras). Ese hombre es mejor conocido como Blas Parera, autor de la música del Himno Nacional Argentino. Pero, ¿qué historia esconde esa legendaria composición musical? ¿Cuál es el lugar que tiene el arte en un proyecto político revolucionario? Esas son algunas de las cuestiones que la obra escrita por Mariano Cossa y dirigida por Daniel Marcove nos invitan a reflexionar.
Blas Parera (Juan Manuel Correa) es el artista dedicado a la búsqueda de la belleza, un músico cuya máxima aspiración es ejecutar una de sus sinfonías ante miles de personas; Vicente López y Planes (Miguel Sorrentino) es el político revolucionario dispuesto a utilizar todos los medios para conquistar la independencia del Río de la Plata y abandonar de una vez por todas el sometimiento a la Corona española. Sin embargo, estos perfiles no definen un antagonismo llano ni personajes unidimensionales, sino más bien un entramado complejo que no le permitirá al espectador asignar a priori los motes de bueno o malo tan rápidamente.
Se trata de una obra compleja, brillantemente escrita e interpretada, que permite pensar el vínculo entre la estética y la política viajando al lejano pasado de nuestra historia o en el puro presente
Tanto Blas como Vicente tienen pasión y amor por sus causas, y parecen dispuestos a entregarlo todo por ellas: el arte y la política. La cuestión es definir si la orientación de cada una puede encauzarse en un proyecto político común, si sus intenciones y pulsiones son compatibles. Las interpretaciones de los actores recrean muy bien esa complejidad; en sus criaturas hay intensidad, convicción, pasión, argumentos sólidos y una pizca de locura en iguales medidas. Por lo tanto, establecer una empatía con ellos se vuelve uno de los procedimientos más difíciles durante el transcurso de la obra: el espectador estará preguntándose todo el tiempo de qué lado de la contienda debe ubicarse, y no hay opciones incorrectas.
Por un lado aparece la causa revolucionaria, y eso inevitablemente nos posiciona a favor de los independentistas. Pero, un poco más allá de la perspectiva histórica, emerge una de las discusiones claves de la obra: el lugar que el arte adquiere en tiempos de grandes transformaciones sociales. Además, la ingenuidad en la figura de Parera inspira ternura e incluso cierta compasión, mientras que López —quien encarna a la facción independentista— está muy lejos de ser un personaje intachable. Sin embargo, en ese recorrido dramático ambos despliegan una cantidad de matices que hacen aún más difícil esa clase de elecciones: ¿por quién «hinchar»?
Parera ha escrito lo que quizás sea su mejor pieza musical, y esos pasajes épicos —a su vez— han inspirado a López la escritura de unos versos que sus camaradas han juzgado como memorables, autorizándolo a que los convierta en la nueva Marcha Patriótica, un elemento necesario (tal como la bandera, la escarapela o el escudo) para infundir coraje en los corazones revolucionarios y crear en el pueblo naciente una mística identitaria. Para concretar su tarea, López necesita las melodías de Parera, pero cuando le ruega al español que intente ajustar lo ya compuesto a la métrica imprecisa de sus versos, él se niega rotundamente a prestar su arte para subvertirlo.
Por un lado aparece la causa revolucionaria, y eso inevitablemente nos posiciona a favor de los independentistas. Pero, un poco más allá de la perspectiva histórica, emerge una de las discusiones claves de la obra: el lugar que el arte adquiere en tiempos de grandes transformaciones sociales
Y aquí emerge el quid de la cuestión: ¿cuál es el lugar que se le otorga al arte en un proceso histórico revolucionario? La historia de las vanguardias rusas parece ser interesante para ilustrar algunos de esos puntos: al inicio de la Revolución hubo un romance entre políticos y artistas, pero no duró mucho. Tal vez porque los artistas sí eran revolucionarios pero los políticos no eran auténticos vanguardistas. Sus formas y métodos de trabajo no fueron aceptados plenamente por los políticos de turno, pues no vieron en esas rupturas con el arte tradicional ningún potencial para interpelar a las masas en forma directa.
Aquí las estructuras musicales de Blas son bien recibidas por los políticos, pero es él quien no está dispuesto a ofrecer su arte para ser “tergiversado” por una causa. ¿Por qué? Él alega que el arte no es eso, sino una permanente búsqueda de belleza que va mucho más allá de cualquier ideal político (lo universal versus lo coyuntural), y también menciona sus reparos sobre las críticas dirigidas a España por ser ese su país de origen; su entorno, sin embargo, le reprocha simple vanidad. Cuando el arte se enfrenta a estos dilemas, surgen interesantes debates que la obra no esquiva.
Arte y política se presentan en la realidad de hoy como elementos indisociables
Los otros personajes que se integran en el relato son Morante (Marcelo Serre) —un comediante con quien Blas escribe obras de teatro— y el noble que lo recibe en la oficina de migraciones luego de su exilio, ya en Cádiz (Jorge García Marino). Las actuaciones de los cuatro son excepcionales: Serre se luce especialmente en la plano corporal, donde despliega gran ductilidad y toda la comicidad de la que es capaz, y tampoco escatima intensidad en los momentos más dramáticos; Correa brilla con su composición de Blas y cuenta con esa clase de expresividad en el rostro que es difícil de olvidar; Sorrentino da vida a un gran López y registra uno de los puntos más altos durante su recitado de la versión completa del himno; y García Marino interpreta a su personaje de manera convincente, con un acento impecable y gran seguridad escénica.
La obra no se completa sin la música en manos del pianista Christian De Miguel, la exquisita escenografía y el vestuario de Paula Molina (para ingresar plenamente en el clima de la obra) y el diseño lumínico de Gabriel Morales. Se trata de una obra compleja, brillantemente escrita e interpretada, que permite pensar el vínculo entre la estética y la política viajando al lejano pasado de nuestra historia o en el puro presente. El cierre de la función del jueves 28 fue quizás la más contundente expresión de esa relación: tras los aplausos, Juan Manuel Correa tomó la palabra en nombre del elenco para pedir por la aparición con vida de Santiago Maldonado y convocar a la marcha del domingo por los 2 meses de su desaparición. Arte y política se presentan en la realidad de hoy como elementos indisociables.
Funciones: jueves a las 20 hs. en el Teatro del Pueblo (Diagonal Roque Sánez Peña 943)
Localidades: Alternativa Teatral o en la boletería del teatro
FICHA ARTÍSTICO-TÉCNICA: Coronado de gloria
Autoría: Mariano Cossa
Actúan: Juan Manuel Correa, Jorge García Marino, Marcelo Serre, Miguel Sorrentino
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Músicos: Mariano Cossa, Christian De Miguel
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Diseño de vestuario: Paula Molina
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Diseño de escenografía: Paula Molina
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Diseño de luces: Miguel Morales
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Fotografía: Gianni Mestichelli
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Diseño gráfico: ENdiseño
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Asistencia de dirección: Christian De Miguel
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Prensa: Daniel Franco, Paula Simkin
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Producción ejecutiva: Pablo Silva
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Productor asociado: Claudio Meilán
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Puesta en escena: Daniel Marcove
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Dirección: Daniel Marcove