Ir a ver Tebas Land es sin dudas una experiencia de la que cuesta salir porque el juego propuesto resulta tan atractivo que uno desearía permanecer allí un rato más. La obra escrita por el dramaturgo franco-uruguayo Sergio Blanco, dirigida por Corina Fiorillo e interpretada magistralmente por Lautaro Perotti y Gerardo Otero parte de un tema tan áspero como complejo: el parricidio. Pero lejos de quedarse girando sobre ese único eje, la propuesta alcanza un vuelo que nos lleva a indagar la metateatralidad y arrastra al espectador hacia esos tiempos de infancia en los que pensar las diferencias entre presentación/representación era un acto prácticamente imposible. La obra puede verse los viernes a las 20 hs. y los sábados a las 23 hs. en Timbre 4 (México 3554).
Tebas Land podría definirse como una tierra dramatúrgica de ensueño en la que cada calle ha sido trazada con precisión cartográfica y cada edificio está emplazado en el lugar correcto. Luego de ver la puesta montada sobre el mítico escenario de Timbre 4, resulta imposible imaginar a otros actores encarnando esos papeles o pensar en otros recursos más allá de aquellos que configuran el universo creado por Sergio Blanco desde el texto y concretado por Corina Fiorillo en la elaboración del dispositivo escénico. Lautaro Perotti y Gerardo Otero son quienes dan vida a estos personajes con iguales dosis de compromiso, ternura y destreza.
Las fronteras se hacen cada vez más difusas y los territorios se funden en un único espacio: pensamiento y acción; escritura y puesta en escena; realidad y ficción
Todos ellos nos sumergen en las profundidades de una narrativa que seduce, atrapa y envuelve al espectador en un torbellino de sensaciones que perdura hasta patear la vereda de México y más allá. La categoría de autoficción parece ser la clave para abrir el campo de análisis, pero lo cierto es que este trabajo abarca mucho más que los límites de una simple etiqueta genérica. Porque, lejos del narcisismo o la egolatría, esta es una autoficción que a través de la mixtura entre realidad/ficción, trabaja con los componentes del yo (ego) para delinear los contornos del otro (alter).
Sergio Blanco parte del relato sobre la intimidad de lo propio pero narrándolo desde la exterioridad de lo ajeno, para pasar del episodio traumático a la esencia misma de la trama. Aquí, de algún modo, Blanco es él mismo sin serlo; su yo aparece pero desplazado, desdibujado, como fuera de eje. ¿En qué momento preciso comienza a escribirse un texto? Esa es una de las primeras preguntas que lanza el personaje interpretado por Perotti, dramaturgo y director de la Tebas Land ficcional y álter ego del propio Blanco, que derriba la cuarta pared desde el inicio.
El proceso de escritura tiene bastante poco de planificación y mucho de pulsión, de instinto animal, de trance salvaje. El escritor puede planear los momentos del día en los que prefiere trabajar o disponer algunas franjas horarias semanales, pero sin dudas no puede llamar a la musa a su antojo o saber con exactitud qué palabras saldrán de su pluma. Tebas Land emprende ese camino de búsqueda en plena escena y muchos de los mecanismos de montaje son expuestos brutalmente frente al público: el espectador asiste entonces al proceso creativo del dramaturgo y puede echar un vistazo al interior de su cabeza. Pero ningún elemento queda sujeto a los malabares de la improvisación. Por el contrario, se trata aquí de pensar el teatro dentro de sus propias fronteras para poder sacarlo y hacerlo estallar contra el muro de la realidad; escribir y reescribir el mismo episodio una y otra vez; pulir una misma escena hasta que sangre.
Esta clase de autoficción trabaja con los componentes del yo (ego) para delinear al otro (alter)
En el dispositivo escenográfico hay dos polos que escinden el plano real del ficcional: por un lado, el escritorio repleto de papeles, notas, documentos, archivos y expedientes donde Lautaro comienza a pensar la estructura de la obra que le han pedido montar en el San Martín; por otro, la cancha de básquet del penal en la cual se llevan a cabo los encuentros entre Lautaro y Martín, el parricida que inspirará el personaje protagónico de Tebas Land. A lo largo de la pieza, esos dos polos chocan, las fronteras se hacen cada vez más difusas y los territorios se funden en un único espacio: pensamiento y acción; escritura y puesta en escena; realidad y ficción.
Pero esa jaula no sólo es útil al momento de separar lo real de lo ficticio, sino que resulta muy reveladora desde una perspectiva filosófica porque condensa una gran metáfora sobre nuestras sociedades panópticas contemporáneas, donde la vigilancia es permanente. En una de las escenas, Lautaro le pregunta a Martín (el parricida) si no le incomoda ser vigilado todo el tiempo por los guardias; en otra, le pregunta a Gerardo (el actor) si disfruta ser visto por el público. Y aquí realidad y ficción se yuxtaponen otra vez para dar cuenta de un tema que ha desvelado a Sartre y otros tantos existencialistas: es la conciencia de la mirada del otro aquella que funda la existencia del sujeto, existimos porque esos ojos ajenos nos acechan.
Por otra parte, esta máquina teatral nos permite pensar la máquina social y la relación entre arte, técnica y sociedad. Los elementos y su materialidad tienen un rol importante: el cuchillo que usa Martín para matar a su padre o el libro que el difunto empleaba para torturar al hijo aplastándole los dedos, cobran dimensión y despiertan la pregunta por los usos sociales que se le otorga a las piezas hijas del artificio humano, incluso a aquellas que poseen el aura de lo sagrado. ¿Hay neutralidad posible en ellas?
Las fronteras están puestas en cuestión a lo largo de toda la pieza; parece haber una rebelión contra el orden establecido. Los nombres de los personajes y los actores son los mismos; el pasaje entre un plano y otro al principio es claro, pero luego se torna imperceptible; las preguntas que los personajes se hacen acerca del parricidio caben también para hablar del arte, del lenguaje o del teatro mismo. ¿Es posible matar al padre sin saberlo? ¿Es posible rebelarse contra el lenguaje sin siquiera sospecharlo? ¿Se puede reinventar el modo de hacer teatro?
Blanco lo intenta, y de la mano de Tebas Land el teatro se erige como una máquina demencial que huye de cualquier verticalismo o imposición para promover la horizontalidad entre diversas miradas, que abre el juego a múltiples lecturas y se presenta como un espejo que rara vez devuelve las mejores facetas del ser humano. La monstruosidad de nuestra propia condición puede espantarnos, pero a veces se hace necesario echar un vistazo y caer en ese abismo. Matar al padre es algo que Blanco resuelve aniquilando el lenguaje mismo en el que ha nacido, haciéndolo trizas para derribar un orden al que se resiste.
Las actuaciones de Perotti y Otero no dejarán a nadie indiferente por la solidez interpretativa y su compromiso con los personajes que encarnan. El dispositivo escénico está muy logrado y refuerza cada una de las ideas depositadas en el texto. Todos los recursos están bien pensados en pos de la propuesta, desde lo más evidente (el audiovisual) hasta el detalle mínimo de la elección de una camiseta blanca para percibir las emociones del personaje atravesando el cuerpo del actor. Paso ineludible por ese mítico rincón: Timbre 4.