«El hecho de que la cultura sea un tentáculo del capital es algo malísimo y eso se mantiene casi de manera atávica», señala J. P. Cuenca, escritor y director brasileño que estuvo de visita en Argentina presentando su libro Descubrí que estaba muerto (Tusquets, 2016). Basada en una historia real y personal, esta novela entra en terrenos policiales y metafísicos a partir de que la policía le avisa que encontró un cadáver con su nombre. «El libro no te ofrece tantas respuestas y la película menos», afirma en relación al film A morte de J. P. Cuenca. La relación cultural de Brasil con el resto de la región y la crisis que atraviesa el gigante sudamericano con Michel Temer, en la siguiente entrevista (Fotos: Adrián Escandar).
Sobre el autor
J. P. Cuenca nació en Río de Janeiro, Brasil en 1978. Es autor de cuatro novelas y un volumen de crónicas. En español publicó El único final feliz para una historia de amor es un accidente (2012) y Cuerpo presente (2016). Además dirigió la película A morte de J. P. Cuenca (2016).
En 2011, J. P. Cuenca recibe la noticia de que un cadáver fue identificado por la policía con su partida de nacimiento. Luego de ser citado en una comisaría y de tener un expediente con documentos que prueban su propia muerte, Cuenca inicia una alucinante y vertiginosa investigación para explicar el hecho.
Con un comienzo cercano a la autobiografía, la historia va cambiando de género al mismo tiempo que la mente del protagonista, el propio J. P. Cuenca, también va modificándose a partir de las decisiones que va tomando. Tan atrapante como desconcertante, Descubrí que estaba muerto (Tusquets, 2017) es una de las novelas latinoamericanas más leídas en los últimos tiempos.
“Lo que ocurre en Brasil es un retroceso democrático de 20 años”
— ¿Cómo fue la génesis de Descubrí que estaba muerto?
— Yo no tenía ningún plan de hacer este libro, ni de ponerme como protagonista, pero lo que ocurrió es que, al descubrir los documentos y utilizarlos en la historia, tenían mi nombre. Obligatoriamente me llevaban a ponerme a mí.
— ¿Qué particularidades tiene ponerte a vos mismo como protagonista?
— Al principio intenté escribir en tercera persona, pero me parecía horrible. Ahí fue que pasé a este personaje narrador que soy yo, o una personificación mía. Es algo que apareció en mi trayectoria de una manera bastante circunstancial.
— El ponerte a vos como protagonista, ¿te permitió decir más cosas o liberarte?
— Sí, por un lado liberarme, pero por otro lado es muy difícil, en el sentido de que hay una serie de límites sociales y morales que tuve que traspasar por el simple hecho de que yo estaba muerto. Aproveché la muerte para poder decir cosas sobre mí mismo, la gente que conozco y sobre Río de Janeiro y Brasil de una manera bastante libre. Sin la muerte dentro del panorama, no sé si eso hubiera sido posible.
Aproveché la muerte para poder decir cosas sobre mí mismo, la gente que conozco y sobre Río de Janeiro y Brasil de una manera bastante libre. Sin la muerte dentro del panorama no sé si eso hubiera sido posible.
— A lo largo del libro hacés bastantes comentarios irónicos e incisivos sobre lo que es el ambiente literario y cultural. ¿Es lo que vos realmente pensás?
— Sí, es así y a veces soy generoso (risas). Lo que más me molesta de este ambiente es la falta de osadía, el miedo de tomar riesgos. Me parece que muchas veces los artistas jóvenes son muy conservadores. Pero eso es algo que traspasa mi generación, viene desde el imperio en Brasil. Históricamente, la clase artística está muy conectada con el poder, está muy domesticada. Eso es algo que me incomoda.
— Es un poco al revés de lo que suele ocurrir en otros países de la región, donde el arte joven suele provocar o incomodar más al poder. ¿En Brasil eso no ocurre?
— Claro, hay una tendencia muy fuerte hacia eso. El hecho de que la cultura sea un tentáculo del capital es algo malísimo y eso se mantiene casi de manera atávica.
— En es sentido, en Descubrí que estaba muerto se puede ver cómo, muchas veces, la literatura está vista como un bien de consumo, un posible negocio, y no como un placer o necesidad. ¿Ves que el arte en general está tendiendo a ir hacia ese lado?
— Creo que sí y que lo más peligroso es que eso se dio de una manera totalmente acrítica. Toda forma de arte es un cuestionamiento del mundo, pero también de los propios sistemas dentro del arte. La producción ahora se ve cercada por los límites propuestos por el mercado o el poder académico y eso también me parece mal.
Lo que más me molesta de este ambiente es la falta de osadía, el miedo de tomar riesgos. Me parece que muchas veces los artistas jóvenes son muy conservadores. Pero eso es algo que traspasa mi generación, viene desde el imperio en Brasil
— Relacionado con eso, en el libro también se puede ver la falta de crítica con los cambios que tuvo Río de Janeiro en la época previa a los Juegos Olímpicos, donde edificios antiguos fueron tirados abajo para construir algo nuevo sin mayor resistencia. ¿Vos cómo viviste como habitante de la ciudad?
— Eso tiene un costado personal, porque yo viví en muchos edificios en Río que ahora fueron demolidos con consecuencias incómodas como dislocarse, más allá del respeto por lo arquitectónico de la ciudad. Más allá de eso, hay una falta de respeto total a los derechos de quienes viven allí, para darle prioridad a los intereses de los dueños del capital versus los intereses de la población, con un Estado que está al servicio de los dueños del dinero. En el libro se ven contempladas ambas formas: la personal y la general. En Brasil siempre da la sensación de que los procesos históricos se borran, las cosas pasan y de repente dejan de pasar.
— ¿Cómo ves el momento histórico que está atravesando Brasil tras la destitución de Dilma Rousseff y el gobierno de Michel Temer?
— No creo que nada bueno pueda salir de esto, lo que hay en Brasil es un retroceso democrático de unos 10 o 20 años, volvimos a los años ’80. Tardará mucho tiempo para que la democracia de Brasil retorne al camino normal. Veo todo con mucha preocupación y desilusión.
— Este año de Gobierno que lleva Temer, ¿cómo lo evaluás?
— Como una tragedia, en todos los sentidos. Temer subió al poder bajo una maniobra totalmente antidemocrática y sigue imponiendo un programa de reformas que no fue apoyado por la población brasilera. Tenemos un presidente que no fue electo y teníamos una presidenta que fue electa y destituida de manera casi ilegal, por más que a mí no me gusta Dilma, yo soy más de izquierda que ella, pero ella fue electa y debería haber terminado. Aún mucho peor que eso es que apruebe un conjunto de medidas sin ningún soporte de la población. Además, como todos los grandes medios están comprometidos con eso, entonces avanza. Los derechos laboristas en Brasil están volviendo a los tiempos de la revolución industrial prácticamente. No creo que la gente en Brasil tenga real noción de lo que está pasando.
Temer subió al poder bajo una maniobra totalmente antidemocrática y sigue imponiendo un programa de reformas que no fue apoyado por la población brasilera. Tenemos un presidente que no fue electo y teníamos una presidenta que fue electa y destituida de manera casi ilegal
— Volviendo al plano literario, ¿qué relación tenés con la literatura del continente? Siempre teniendo en cuenta que Brasil es uno de los pocos países con otro idioma.
— Al tener un padre argentino yo tengo una posición un poco rara en ese sentido. Yo sé que Brasil no es parte de América Latina, es otra cosa. Entonces yo soy latinoamericano por parte de padre y brasilero por parte de mi madre. Eso me coloca en un puente.
— ¿Por qué decís que Brasil no es parte de América Latina?
— Se comunican muy poco ambas partes. Yo me veo influenciado por escritores del continente y de Brasil, pero el escritor brasilero promedio se puede decir que está casi de espaldas a América Latina. Un escritor francés o japonés puede ser más importante que cualquiera del canon literario.
— ¿Y por qué considerás que es difícil para los artistas brasileros llegar al resto del continente?
— Son muy pocos los casos. Caetano Veloso puede ser consumido en Argentina, por ejemplo, pero su obra no dialoga con América Latina, en mi opinión. Ya no tengo la ilusión de que Brasil tenga un arte más latinoamericano, y tampoco sé si Brasil o el continente quiere que así sea. Eso a mí me pone a mí en la posición ambigua de ser y no ser latinoamericano, porque hay una distancia enorme y no solo lingüística.
— En el momento de dirigir la película basada en Descubrí que estaba muerto, ¿qué te pareció ese proceso?
— Es mucho más impredecible que escribir una novela, porque lo que está en la pantalla jamás es lo que imaginas antes, porque está contaminado por interferencias externas: casualidad, improvisaciones, colaboraciones de otras personas. Es algo contaminado en el mejor sentido de la palabra. En la novela, en cambio, uno tiene más control de lo que ocurre: con el libro estuve mucho tiempo solo antes de enseñárselo a alguien. Con la película estuve desde el inicio rodeado con otras personas y abierto a la colaboración. Lo que derivó en la pantalla fue una construcción nueva que me sorprendió totalmente.
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— ¿Con cuál de los dos procesos te sentís más cómodo ahora: la soledad del escritor o la compañía del director de cine?
— Yo creo que con ninguno de los dos, porque el trabajo artístico para mí jamás va a ser cómodo. Ahora bien, el trabajo de director me parece más saludable porque estoy más acompañado, lo cual no quiere decir que deje de escribir novelas, porque eso lo voy a hacer siempre. A bien de mi salud mental y física, creo que sería mejor hacer más cine.
— Particularmente en el libro se nota que empezás en un plano autobiográfico y luego la historia va más hacia la ficción. ¿Cómo llevaste esa transición?
— Sí, creo que el libro va cambiando de género, hay siempre una sensación de deriva. La historia siempre va agarrando desvíos hasta parar en un lugar completamente inhóspito. Esa fue la forma que yo sentí y que el lector también lo sintiera, que nunca fuera hacia el camino esperado.
— Claro, es algo que se ve mucho en el personaje principal y narrador, que siempre toma decisiones y direcciones que no se esperaban, pasando de un policial clásico a una novela más introspectiva.
— Sí, el final es más metafísico, yendo hacia la pregunta sobre la identidad, qué hace lo que eres.
— ¿Jugaste un poco con el morbo que tiene el lector sobre la realidad de los hechos?
— Sí, lo hice conscientemente. El libro no te ofrece tantas respuestas y la película menos. Esta historia es una máquina que sigue produciendo cuestiones, como lo que ocurrió en Río después de forma casi profética. Eso es más interesante que cerrar una historia.
El primer consejo que le doy a cualquiera que ser escritor es que desista, ya que es la labor menos lucrativa, más solitaria, difícil y menos glamorosa. Si no puedes desistir, entonces ahí eres un escritor
— A la hora de escribir, ¿tenés algún mecanismo o rutina?
— Mi rutina de escritor es muy rara, es más mental que física. Si estoy en proceso creativo de una novela no paro de pensar en eso, por más que esté haciendo otra cosa o durmiendo. Pero no es que me levanto a una hora o escriba cierta cantidad de horas por día. Puedo estar tomando cerveza con mis amigos y estar pensando en ello. También por eso tardo más terminar una novela, que pueden ser como 4 años.
— Por último, ¿qué consejo le darías a alguien que quiere empezar a escribir?
— El primer consejo que le doy a cualquiera que ser escritor es que desista, ya que es la labor menos lucrativa, más solitaria, difícil y menos glamorosa. Si no puedes desistir, entonces ahí eres un escritor. Publicar, las reseñas en diarios o que te publiquen en otros países, no hace al escritor, sino querer desistir y no poder hacerlo. Existen muchos ejemplos, como Fernando Pessoa, uno de los grandes poetas de la humanidad, que fueron muy poco publicados en vida pero siguieron escribiendo. Eso te da el carácter para escribir.