La novela Gaijin (Odelia editora, 2017) de Maximiliano Matayoshi, propone un relato donde la identidad y el sentimiento de pertenencia aparecen como problema central de un joven japonés que se ve forzado a emigrar la Argentina de mediados del siglo XX. Con la incertidumbre como único horizonte, esta historia atrapa al lector a partir de los más mínimos detalles que hacen que cada personaje se vuelva único. Con los sentimientos como motor de este libro, las migraciones se dan de forma constante aunque el paisaje sea el mismo.
Sobre el autor
Maximiliano Matayoshi nació en Buenos Aires en 1979. Dicta talleres de fotografía y participó de publicaciones y muestras, tanto en forma individual como grupal. Publicó relatos en diversas antologías. Gaijin, su primera novela, ganó el premio UNAM-Alfaguara 2002.
La identidad a través de los sentimientos
El siglo XX, sobre todo en países como la Argentina, es una época de migraciones e historias que se mezclan constantemente. Un nación joven -pero no moderna- abre sus puertas a miles y miles de extranjeros que escapan de zonas convulsas. Gaijin (Odelia editoria, 2017) de Maximiliano Matayoshi se encarga de dar cuenta de esa momento histórico, centrándose en el caso de la llegada de un joven japonés a un país tan lejano como diferente, donde el único lenguaje en común van a ser los sentimientos.
Sin caer en lugares comunes sobre el viaje y el abandono de la tierra natal, Gaijin -que en japonés significa «extranjero», «de afuera»- propone una historia sencilla, que en los detalles encuentra el motor necesario para avanzar y seducir al lector. A través de Kitaro, el protagonista del relato, se puede ingresar a un mundo donde todo es nuevo, todo se conoce por primera vez y todo necesita ser traducido constantemente para llegar a comprenderlo de manera cabal. Con un ritmo sostenido a lo largo de esta extensa novela, Matayoshi crea un escenario tan incierto como reconfortante, logrando que quien agarre este libro sea en parte también un gaijin.
En ese sentido, los sentimientos van a ser los verdaderos factores que van a definir una identidad y un sentimiento de pertenencia, y no así la geografía o la burocracia. Gaijin está tan bien lograda por su autor, que el lector parece ir descubriendo esa enseñanza a la par del protagonista del relato: un ser parco, confundido y que solo piensa en regresar a lo único que conoce. Sin embargo, gracias a lo incierto del azar y la facilidad que tienen las relaciones sociales para alterarlo todo, la patria al fin y al cabo no tiene más fronteras que las del afecto.
Matayoshi, además, resuelve con éxito la difícil tarea de retratar una época y todo lo que viene aparejado con ella: las costumbres, las microculturas, así como también el tiempo y su andar particular. En esa dirección, el autor mantiene un complicado y eficaz equilibrio: no subordinar la historia principal a un ritmo frenético contemporáneo, ni forzar un estilo literario antiguo para que encaje mejor con la historia. Así, se da con el resultado final: una novela ágil y compleja que no se ve debilitada en ninguna parte a pesar de su extensión.
En resumen, Gaijin es una novela asombrosamente construida que hace acordar a los mejores ejemplos de este género dentro del llamado «boom latinoamericano» de la década de los 60’s en el continente. Con una historia que se aleja de ser efectista, todo quien se introduzca en ella va a descubrir que se puede ser un extranjero aún sin haber viajado nunca. Al fin y al cabo, el mejor mapa para guiarnos a nuestra verdadera identidad no es otro que el del sentir.