La muerte de Emanuel Balbo durante el clásico cordobés generó dos reacciones contrapuestas y, a la vez, entrelazadas entre sí: el horror de ver cómo se produce un asesinato en vivo y la apatía que genera la costumbre de un nuevo caso de violencia en el fútbol. La erróneamente denominada «cultura del aguante» se cobró una nueva vida que engorda la lista negra de un negocio multimillonario y un espectáculo que, lejos de poner paños fríos y buscar soluciones, sigue recalentando la maquinaria de una pasión mal entendida.
Un crimen a la vista de todos
Cientos de personas contra una sola. Golpes a traición por la espalda. Patadas y empujones sin terminar de entender qué era lo que estaba pasando. Una pasión tan mal entendida que convierte a simples trabajadores y oficinistas en asesinos. Ese cóctel, procesado en la cultural del aguante tan agitada por los mismos medios que ahora se muestran escandalizados, fue lo que derivó en la muerte de Emanuel Balbo durante el clásico cordobés entre Belgrano y Talleres el pasado sábado 15 de abril.
Según confirmó el comisario general de Córdoba, ya son cuatro los detenidos por la agresión al hincha de Belgrano, que fue golpeado por decenas de personas y arrojado al vacío desde tres metros de altura luego de que se corriera el rumor de que Balbo, en realidad, era hincha de Talleres y estaba “infiltrado” en la tribuna local. El aberrante hecho sucedió delante de padres con sus hijos y la pasividad de miles de espectadores. Algunos se reían, otros se agarraban las cabezas, pero finalmente nadie hizo nada. Como si fuera poco, al cuerpo inconsciente de Balbo le robaron las zapatillas.
El aberrante hecho sucedió delante de padres con sus hijos y la pasividad de miles de espectadores. Algunos se reían, otros se agarraban las cabezas, pero finalmente nadie hizo nada.
Tras el gran impacto que causaron las imágenes, se supo que el origen del incidente era un problema personal que la familia Balbo tiene desde hace dos años con un hombre llamado Óscar Eduardo Gómez, que nada tiene que ver con el fútbol. La historia oficial, relatada por el propio padre del joven que luchó por su vida durante más de 36 horas es que, en medio de la tribuna de Belgrano, Balbo se encontró con Gómez, quien asesinó a su hermano hace 4 años mientras corría una carrera ilegal en medio de Córdoba. Al cruzarse, el asesino eligió hacer circular que Balbo era hincha de Talleres y tenía un tatuaje del equipo rival para desatar la violencia de toda la popular, ganar tiempo y salir ileso de la situación.
Según dieron a conocer en el hospital de urgencias de Córdoba, Balbo estaba en un coma inducido con un daño cerebral irreversible producto de los golpes recibidos y la caída de tres metros por el hueco de la escalera de la popular. Minutos antes de su deceso, su padre Raúl había hablado con el canal deportivo TyC Sports y comunicado que iban a tratar de sacarlo del estado en el que estaba para ver su reacción. Pero el daño cerebral era tal que Emanuel no soportó el cambio y falleció. Ahora, ante la muerte del agredido, la carátula bajo la que están imputados los cuatro detenidos debería dejar de ser “intento de homicidio” para convertirse en una figura más fuerte.
La cultura del aguante y el doble discurso de muchos
Este episodio, más allá de la compleja historia con la que cargaba detrás, despierta una vez más la alarma de la violencia e irracionalidad con la que se puede vivir el fútbol en el país ¿Qué hace que cientos de personas agredan cobardemente a alguien que se encuentra en clara desventaja? ¿El fútbol es excusa para volverse asesino? Un claro síntoma de lo corrompido que todo se encuentra en Argentina es que la fecha no se suspendió tras conocerse lo ocurrido y tampoco serán suspendidas las venideras.
Los mismos medios que se muestran horrorizados por lo sucedido, son los que por décadas hicieron culto de la mal denominada y mucho peor entendida «cultura del aguante», donde las hinchadas empezaban a cobrar más protagonismo que el deporte mismo. En ese sentido, basta hacer referencia a las antiguas transmisiones de TyC Sports y Fox Sports en las que, en vez de mostrar el partido -por ese entonces codificado-, durante 90 minutos se mostraba a las tribunas como «otra forma de estar ahí».
En la misma dirección iban programas históricos como El Aguante o Policías en Acción, en los que se hace un espectáculo de la ingesta de alcohol y drogas antes de un encuentro deportivo, donde se reproducen sin ningún pudor discursos violentos entre una hinchada y su rival, comentarios discriminatorios. También basta recordar cuando Marcelo Tinelli llevó a «La Butteler» (la barrabrava de San Lorenzo) a su programa de televisión, luego de salir campeón en el 2007 como sinónimo de «fiesta», «color» y «alegría». Años después, ya como dirigente, desmentía cualquier tipo de relación con ese sector de la hinchada del club de Boedo.
Sin embargo, lo particular de este caso es que, al menos a priori, no hay integrantes de la barrabrava de Belgrano en este hecho en concreto, sino simples simpatizantes que, en medio de una multitud, se creen libres de golpear a otra persona y tirarla al vacío. La mal entendida cultura del aguante en el fútbol está tan encarnizada que se naturaliza lo que en cualquier otro ambiente sería inaceptable y se sigue el ritmo de un pequeño grupo al que muchos parecieran querer pertenecer. Así, tanto personas reaccionarias y punitivistas en sus discursos públicos, como chicos de primaria, pueden cantar sin ponerse colorados que «se tomaron todo el vino, toda la falopa, ya no queda más» en medio de la popular o un palco VIP.
Mucho insisten en querer demonizar a la «sociedad», y pocos ponen el foco en las clases dominantes, tanto políticas como económicas, que se nutren de esta violencia para generar nuevos negocios y cuidar los ya existentes.
Para no generar malentendidos, el objetivo acá no es ir en contra de ninguna expresión popular o de masas, sino desnudar el entramado de negocios que pueden derivar en muertes por las que nadie se hace responsable. Así como sucedió en Belgrano, pudo haber pasado en cualquier otra hinchada. Mucho insisten en querer demonizar a la «sociedad», y pocos ponen el foco en las clases dominantes, tanto políticas como económicas, que se nutren de esta violencia para generar nuevos negocios y cuidar los ya existentes. ¿Cuántos barrabravas son «punteros» o «colaboradores» de los principales partidos políticos? ¿Cuántos policías están los negocios de los barras?
Mientras la cultura machista y patriarcal sigue rodeando al fútbol y todos se midan quién la tiene más larga y quién tiene más aguante, cada vez menos personas se animan a pisar un estadio y el fútbol muestra su faceta que lejos está de la pasión y el sentimiento de pertenencia con la historia de un club social y deportivo. En su lugar, solo queda un espectáculo millonario que no importa lo que suceda, debe seguir facturando sus ganancias, cuesten las vidas que cuesten.