Las risas y el humor recorren las páginas de los libros de Ricardo Mariño, escritor de cuentos infantiles, periodista y guionista. Tiene más de setenta títulos publicados y obtuvo numerosos reconocimientos por su labor, como el Premio Casa de las Américas. Un diálogo con un escritor que crea universos disparatados y contradictorios, pero que demuestran que con la imaginación las posibilidades son infinitas, los resultados inesperados y las aventuras impredecibles.
Sobre el autor
Ricardo Mariño nació en Chivilcoy, provincia de Buenos Aires en 1956. Es escritor, guionista y periodista. Dirigió la revista literaria Mascaró y colaboró en varios medios como Clarín y las revistas Billiken, Humi, A-Z Diezy Genios. Es autor de varios librospara chicos, entre ellos Eulato (Colihue), El sapo más lindo del mundo, Cuento con ogro y princesa (Colihue), Cuentos ridículos (Premio Casa de las Américas 1988), Cuentos del circo (Colihue), El mar preferido de los piratas, Recuerdos de Locosmos, Cuentos espantosos, El rapto. Ganó varios premios, entre ellos el Premio Konex en Literatura Infantil en 1994 y The White Raven, en el año 2000. Sus obras también han sido editadas en Chile, Colombia, Brasil y Cuba.
— ¿Cómo fue tu aproximación al ámbito de la literatura infantil?
— Llegué a la literatura infantil por casualidad. No estaba en mis planes, ni conocía nada de esa producción, hasta que a los 20 o 21 años, alguien me propuso escribir un cuento. Para mí fue un descubrimiento en relación a la apertura natural que tiene este género hacia el humor y lo fantástico.
— ¿Qué es lo que preferís de ese mundo respecto de la literatura para adultos?
— No prefiero una u otra, pero noto diferencias. Valoro, por ejemplo, que la literatura infantil es menos grave, menos impostada y más propensa al juego, al disparate, al absurdo.
— ¿Podría decirse que, más allá de las diferencias entre ambos universos, existen puntos de contacto como quizás lo demuestre Algo que cae, premiado como un cuento para adultos?
— Sí, los puntos de contacto son múltiples y en los casos de libros que pertenecen a ambos subconjuntos, como Alicia de Lewis Carroll o Tom Sawyer de Mark Twain, queda claro que cuando es buena literatura, la clasificación sólo tiene una función de ordenamiento.
Los puntos de contacto entre la literatura infantil y adulta son múltiples y, en los casos de libros que pertenecen a ambos subconjuntos, como Alicia de Lewis Carroll o Tom Sawyer de Mark Twain, queda claro que cuando es buena literatura, la clasificación sólo tiene una función de ordenamiento.
— Cinthia Scoch es uno de tus personajes más conocidos. ¿Cómo surgió el mundo que le dio origen?
— Hace muchos años escribí cuentos que tenían a Cinthia Scoch como personaje y que están en distintos libros. Después escribí Cinthia Scoch y la guerra al malón, un libro con cuentos donde están ese personaje y su familia, y ahora, en los últimos dos o tres años, hice esta serie que lleva cuatro libros que serán seis, luego de retomar aquellos cuentos y agregar otros nuevos. También hay un par de libros que incluyen exclusivamente textos de humor, que se supone escribió Cinthia.
— ¿Cómo es el proceso de construcción del humor y el absurdo en tanto dos características que atraviesan tu escritura?
— En principio es mi modo natural de procesar al mundo, así que no es necesario que me ponga en “modo” absurdo para escribir. Ya vengo de fábrica así. Es posible que sea una manera de observar privilegiando la falla, el encuentro de lo imposible, esas cosas. El humor tiene como material al lenguaje, así que debe tratarse de un placer personal por jugar con las palabras, los conceptos, las ideas, incluso de algún placer por impugnar o poner patas arriba lo que se da como establecido, incluso las percepciones “instituidas”.
— ¿Qué cambios observás en el mercado de la literatura infantil?
— Lo primero que se puede observar es el ensanchamiento de ese mercado. Hay más editoriales, se publican más títulos y hay más gente dedicada a esto. También se puede ver la consecuencia de ese avance: lo que se publica es más previsible, más amoldado a la demanda.
El abusurdo es mi modo natural de procesar al mundo, así que no es necesario que me ponga en “modo” absurdo para escribir. Ya vengo de fábrica así. Es posible que sea una manera de observar privilegiando la falla, el encuentro de lo imposible, esas cosas.
— ¿Cuál creés que es el lugar que tiene el juego literario en los libros infantiles en la actualidad?
— Hay mucho de juego en los libros para más chicos, incluido en el llamado libro/álbum. Pero creo que es más audaz el juego gráfico que lo literario propiamente dicho.
— ¿Qué espacio considerás que ocupa la literatura en la vida de los chicos al estar asediados por tantos estímulos tecnológicos?
— Puede ocupar un espacio de contrapeso, ser todo lo contrario al entretenimiento sin esfuerzo. No creo que sea un tema circunscripto a los chicos y a sus estímulos tecnológicos. Toda la sociedad tiene problemas con “ser” en el lenguaje: los adultos también están tomados por el entretenimiento y les resulta difícil mantener una conversación o al menos escuchar a quien les habla. La literatura, en cualquiera de los casos, supone el ejercicio de salir de uno mismo, de despojarse de tanto narcisismo y atender qué pasa fuera de uno.
— ¿Cómo pensás que es considerada la figura del escritor infantil?
— En algunos casos la veo sobrevalorada o deformada: como la de alguien que sabe sobre chicos, educación, fenómenos culturales relacionados con la infancia, incluso que debería ser modelo para los niños. Lo deseable es que sepa escribir libros para chicos y creo que eso es lo que habría que evaluar de un escritor en primer lugar.
— ¿Qué características debería tener para vos un buen libro para chicos?
— Entretener, divertir, provocar un efecto de conocimiento sobre alguna de esas cosas imposibles de definir en las que consiste la vida.
— ¿Alguno en particular que te haya marcado?
— De los pocos libros que pasaron por mis manos de chico recuerdo dos: el primero que leí, que se llamaba Nubat el valeroso, que nunca más volví a ver, pero que de todas formas me reveló la lectura de una novela como algo maravilloso; y El corsario rojo, de Emilio Salgari, leído a los 8 o 9 años, que me hizo descubrir que la lectura, además de maravillosa en sí, podía ser mejor aún cuando se trataba de un buen libro.