«Antes pensaba a la literatura como un vehículo para hacer la revolución, pero también tiene que ver con un estado de conciencia» señala Ariel Bermani, escritor y coordinador de talleres literarios, quien se encuentra pronto a publicar No sé nada de ballenas (Santos Locos, 2017), su primer libro de poesía después de 30 años. «La poesía es un trabajo intenso con el lenguaje, absolutamente minucioso y poderoso», afirma al respecto. ¿Sirven las rutinas a la hora de escribir? ¿Cuál es el panorama actual de las editoriales independientes? Eso y mucho más en la siguiente entrevista. (Foto: Diego Martínez / Tiempo Argentino)
Sobre el autor
Ariel Bermani nació en Gran Buenos Aires, en 1967. Desde hace varios años coordina talleres de lectura y escritura. Publicó cuentos, artículos y poemas en numerosas revistas y participó de distintas antologías de cuentos. Es autor de seis novelas: Leer y escribir (Interzona, 2006), Veneno (Emecé, 2006), El amor es la más barata de las religiones (Hum, 2009), Quedarme acá (Eloísa Cartonera, 2014), Furgón (Paisanita Editora, 2014) y Agua (Zona Borde, 2015). También publicó el libro de cuentos Ciertas chicas (Editorial Conejos, 2011) y un libro de crónicas Inoci wa takara – La vida es un tesoro (Postales japonesas, 2010). Recibió el premio Emecé en 2006 y la segunda mención en el premio Clarín en 2003 y parte de su obra fue traducida al hebreo y francés. Es parte de la editorial Conejos.
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-Un tema que a mí siempre me interesa, es cómo se puede relacionar la literatura con lo político, no en el sentido partidario, sino más vinculado a la denuncia o plantar posiciones. ¿Cómo manejás esa relación?
-La fui manejando de distintas maneras a medida que fui creciendo. Cuando empecé a escribir, lo político me parecía central. Yo escribía una poesía «ultranerudiana», combativa y leía a autores como Roque Dalton.
-Un poco la marca de la época, ¿no?
-Claro, pero en mi caso pasó en los 80’s, fuera de toda posibilidad de pensar en la literatura social como algo necesario, no era algo que estaba sucediendo. Años después, me di cuenta de que lo que estaba pasando en Argentina a nivel literatura era otra cosa, todo lo contrario. Esa idea de lo social era más propia de los 60’s y 70’s, pero yo la empecé vivir en mi adolescencia en los 80’s. Ahora manejo esa relación de una forma totalmente distinta.
-¿Cómo fue tu primer acercamiento a la literatura?
-Casualmente, no había muchos libros en la casa de mis viejos, salvo los que dejaba una tía mía que era socia del Círculo de Lectores. No sé bien como llegué a lo «nerudiano» por esa época. A los 17 años, aproximadamente, empecé a hacer un taller literario con una poeta de Burzaco, Beba Bori, que ahora sigue escribiendo y leyendo a sus 90 años. Una poeta absolutamente perdida, con pocos libros y todos autoeditados. Me sirvió mucho ese taller porque ahí conocí a «Veneno», un personaje de mi primera novela y el protagonista de mi segunda. Creo que él me trajo el asunto de la poesía y Neruda. Eso me hacía pensar que todo lo que no fuera explícitamente político en la literatura era anacrónico y reaccionario. Después cambió mi percepción hasta la que tengo hoy.
Todo lo que sea explícito o un intento ordenado, organizado y evidente de que la literatura intervenga a la sociedad me parece anacrónico
-¿Cuál sería?
-Todo lo que sea explícito o un intento ordenado, organizado y evidente de que la literatura intervenga a la sociedad me parece anacrónico, es decir al revés de lo que pensaba antes. Creo que la literatura tiene otros caminos, otros modos de pensar la realidad, no es periodismo o sociología. La literatura abre sus propios mundos, aunque siempre existe un tipo de conexión con lo real, nunca es absolutamente volado o artificial. Mientras más velada sea esa conexión, más me interesa. Antes pensaba a la literatura como un vehículo para hacer la revolución, pero también tiene que ver con un estado de conciencia y con lecturas que se van sucediendo y te muestran a la literatura como algo más complejo, que no es unidireccional y tiene muchos matices.
-Recién hacías referencia a cuando empezaste a leer literatura y cómo fue cambiando. ¿Cuándo empezaste a escribir?
-Mucho antes de eso, a los 12 años más o menos. A esa edad escribí una novela y después nunca más escribí narrativa hasta los 20. Me había dedicado exclusivamente a la poesía. No sé bien por qué habré escrito eso tan de chico, porque no leía nada.
-¿No recordás cuál fue el impulso que te llevó a hacerlo?
-La televisión, porque no tenía otro contacto con el entretenimiento o la ficción que no fuera ese. Las series norteamericanas que pasaban a fines de los 70’s, cuando yo era chico, pero que eran de décadas pasadas. Yo miraba eso y se me dio por escribir pensando en ese formato. Años después, cuando empecé a escribir relatos, hice una serie de textos relacionados a la familia Ingalls, porque mi formación no era literaria, sino televisiva. Esto sería la prehistoria de mi escritura narrativa. Después, a los 20 años, me enganché con los cuentos, a los 30 con las novelas y no paré hasta hoy, pero siempre incorporando el cuento y la poesía. La novela es la zona donde me siento más cómodo, el espacio donde también puedo hacer cuentos y poemas.
-En ese sentido, ahora vas a sacar No sé nada sobre ballenas (Santos Locos, 2017) que es libro de poesía. Si no me equivoco sólo publicaste un libro de poemas de muy joven. ¿Cómo te sentís volviendo a ese terreno?
-Sí, lo publiqué a los 19 años y, por suerte, ese libro desapareció. Es rara la sensación, porque tengo ganas de mover un poco mi poesía. Siento que la corté en un momento, cuando entré en la fascinación de la narrativa, la teoría y la literatura en general. La poesía me parecía insuficiente para eso y después me pasó con el cuento. Son todos procesos muy lentos para ir de un estado al otro, lo que no significa que sea un estado de evolución, pero sí de cambios. En los últimos años, volví cada vez con más ganas a la poesía, me di cuenta de que no tengo dificultad para escribirla, me sale con una facilidad increíble. Como cuando era chico, puede hacer 5 o 10 poemas en dos horas. Eso me sale ahora, pero con otra conciencia, después de haber hecho todo ese recorrido con la narrativa, me permitió volver a la poesía con otra cabeza, siendo otra persona. Siento que recién ahora estoy en condiciones de publicarla.
-Aprovecho que estamos en el tema y hago una pregunta improductiva pero que me encanta. Para vos, ¿qué es la poesía?
-Gelman decía «palabra calcinada». También me acuerdo de Allen Ginsberg que decía «escribo poesía lo mejor que puedo decir en un cuarto de hora o en toda una vida». La poesía es un trabajo intenso con el lenguaje, absolutamente minucioso y poderoso. Es el trabajo más intenso que conozco, que te posibilita pensar situaciones específicas o el mundo de una manera mucho más sintética y epifánica. La poesía es casi una epifanía. A mí me interesa trabajar con pocos elementos, por eso vuelvo a la poesía. Lo mismo me ocurrió con la narrativa, porque trabajo cada vez con menos palabras. Además, suele tender más a lo personal que la narrativa.
Es el trabajo más intenso que conozco, que te posibilita pensar situaciones específicas o el mundo de una manera mucho más sintética y epifánica. La poesía es casi una epifanía.
-Con relación a eso de utilizar cada vez menos palabras, es algo que se puede ver en Procesos Técnicos (Paisanita Editora, 2017) y en Quedarme acá (Eloísa Cartonera, 2015). ¿Cómo definirías Procesos técnicos? A simple vista parece un diario de escritor pero vía web.
-Sí, es eso: un diario de escritor vía web. Pero también son apuntes de talleres. Yo iba escribiendo cosas en Facebook que salían de los talleres literarios que doy. A veces pasa que estás laburando en medio de una clase y decís algo que te parece que está bueno, pero es una pena porque te lo vas a olvidar después. Son herramientas de escritura a partir de la práctica de la escritura, no de la teoría. Es la consecuencia de la escritura, un espacio para reflexionar sobre lo hecho. Hacías referencia a Quedarme acá, pero en mis últimas novelas como Furgón (Paisanita Editora, 2014) y Agua (Zona Borde, 2015) son obras donde trabajo con muy poco. Veneno era una novela de 220 hojas y fui necesitando cada vez menos. De ahí también la vuelta a la poesía. Los problemas que me interesan pensar en la literatura están pensados en Procesos Técnicos. Es un libro indefinible en algún sentido. Seguramente en algunos años haga una edición ampliadísima, donde me contradiga mucho (risas). Me interesa la contradicción, porque pensar es contradecirse. Creo que un personaje de Borges decía: «Pensar es incurrir en tautologías».
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–Al ser un libro que nació en la web, y vinculado a eso que decías sobre la necesidad de cada vez necesitar menos palabras para decir algo, ¿creés que el uso de las tecnologías influyó en la producción literaria?
-Sí, totalmente, al menos en mi caso es evidente. Procesos Técnicos es un libro enteramente escrito en Facebook. En el libro no está ordenado por fecha, sino con un cierto orden temático. El formato me condicionaba por completo pero me venía muy bien, porque la brevedad que a mí tanto me interesa me parece muy buena para la reflexión. Es casi un ideal de libro para mí, porque no se puede leer de cualquier manera.
-Y con respecto a No sé nada sobre ballenas, que es el próximo libro de poesías, ¿qué relación vas a poder ver con tu obra anterior?
-Tiene muy marcado el trabajo con el lenguaje, que es algo que a mí me interesa mucho. Fueron muchos años de ejercicio de poesía que me hicieron ser muy cuidadosos con las frases. Son poemas cortos donde cada verso tiene lo que necesita y nada más, es como llegar a la mejor síntesis posible que puedo hacer en este momento sobre las cosas que quiero decir. Sin embargo, es un libro de poemas de amor, por lo que se corre mucho de lo que es mi literatura. En mis libros no hay historias de amor, más si tenemos en cuenta que hay una novela que se llama El amor es la más barata de las religiones (HUM, 2009). El amor siempre es desencuentro entre mis personajes, es una constante. En la poesía no pasa eso, en este libro se celebra el encuentro y el estar bien. Siento que la poesía la puedo hacer como un espacio privado celebratorio. Nunca hice poemas de queja o lamento.
-Un poco al contrario de lo que se suele pensar con la poesía, ¿no?
-Totalmente, se la suele asociar a la pérdida. Yo no escribo sobre eso, sino sobre cosas que fui ganando con el tiempo. Ahí hay una diferencia radical con mi escritura pero no a nivel lenguaje, sino temática, el universo que aparece en sus textos. Me interesa diversificar mi obra e ir probando variantes para ampliar tus posibilidades.
El amor siempre son desencuentros entre mis personajes, es una constante. En la poesía no pasa eso, en este libro se celebra el encuentro y el estar bien. Siento que la poesía la puedo hacer como un espacio privado celebratorio. Nunca hice poemas de queja o lamento.
-Después otro elemento que aparece en tu biografía como bibliografía es la del escritor que vive en el conurbano o un suburbio alejado de la capital y que, innegablemente, tiene que venir hacia acá. ¿Cómo llevás eso?
-La periferia y el conurbano quedaron lejos para mí porque hace media vida que vivo en la ciudad, pero empecé a reconocer que, de alguna manera, había sido muy fuerte mi vida en el conurbano en mis primeras escrituras. Cuando empecé a hacer novelas, automáticamente me empezaron a salir historias suburbanas y ahí me di cuenta de que también están en muchos cuentos que no voy a publicar nunca, pero me sirvieron de colchón literario, entrenamientos. El conurbano aparece naturalmente y está muy presente en muy narrativa. Es muy difícil desterrarte, exiliarte de tus orígenes. Además, uno escribe lo que puede, no lo que quiere. En mis últimas novelas y en otras inéditas, de todas formas, lo real aparece de forma fragmentada, se fue descomponiendo y la sensación de una historia que se fue a la mierda es constante. En Furgón, un viaje en tren se descompone totalmente. Lo mismo que Agua. El conurbano se fue desarmando en ese sentido.
-Como autor y editor de Conejos, perteneciente a La Coop, ¿cómo ves el reflorecimiento que hay de editoriales independientes?
-Es la única esperanza que le veo a la literatura. Siempre funciona de esa manera: son las independientes las que van marcando el cambio en el panorama literario, porque las multinacionales tienden a ser conservadoras. Sólo incorporan nuevos autores cuando ya fueron probados por las independientes. El panorama lo veo bárbaro: el comienzo del siglo XXI fue muy bueno para la literatura argentina. Además de la explosión de las editoriales y sus autores, la circulación de los libros es poderosa. Se fue generando un público lector específico. Es el espacio perfecto para debutar y con el tiempo convertirse en escritor. No todos los que publican un libro son escritores.
El comienzo del siglo XXI fue muy bueno para la literatura argentina. Además de la explosión de las editoriales y sus autores, la circulación de los libros es poderosa. Se fue generando un público lector específico. Es el espacio perfecto para debutar y con el tiempo convertirse en escritor. No todos los que publican un libro son escritores.
-¿Por qué?
-Tiene que ver un poco con la continuidad, con la forma en que ese libro actúa. Es difícil pensar en una época cuando uno está sumergido de lleno ahí. En el futuro vamos a ver qué es lo que pasa, pero es una época muy jugosa porque se fueron rompiendo esquemas que estaban muy arraigados en la literatura argentina y no creo que se vuelvan a reconstruir. Hay autores y corrientes que ya no ejercen ninguna influencia.
-¿Como cuáles?
-El propio Borges, que es un autor que yo adoro, pero es un tipo de literatura que se fue perdiendo. Cortázar también. Son modos un poco «burgueses», por llamarlos de alguna manera, de pensar la literatura, más propia de clase media intelectual. Y eso ya no existe más. La literatura se fue diversificando y surgieron nuevas preocupaciones. No digo que hayan salido mejores escritores que Borges, porque por ahora no (risas). Se escribe desde afuera de los libros en muchos casos, lo cual está muy bien. Es auspicioso lo que está pasando. Es una buena época para estar haciendo literatura.
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-Volviendo a tu escritura, ¿tenés algún mecanismo o rutina?
-Escribir todos los días. Facebook me ayudó mucho en estos últimos años para hacer novelas. Hacía un capítulo, lo subía y automáticamente algún tipo de respuesta recibía, lo que me hacía seguir y escribir un capítulo por día. Para mí, poder ordenarme una hora por día para escribir implica que en tres meses tengo una novela lista. Me gusta proponérmelo aunque no sepa bien hacia dónde voy a ir, la historia la voy encontrando en el camino. Es una cosa que me funciona desde hace 15 años.
-Es decir que en tu caso sí te sirve más plantearte una rutina, que es algo que muy pocos escritores hasta el momento me contestaron.
-Yo sí necesito una rutina, con eso me alcanza. Es una cuestión de disciplina y ponerme todos los días a escribir, por más que después termine quitando más de la mitad de lo que escriba. Eso es con las novelas, con los cuentos es distinto. O los hago a pedido o cuando planifico una serie de cuentos. Lo hago menos ahora. La poesía, en cambio, la puedo hacer cuando tenga ganas. Por ejemplo, con Gabriela Luzzi nos pusimos a trabajar mucho los poemas de No sé nada sobre ballenas y de Un alhajero sin terminar (Santos Locos, 2016). Nos poníamos consignas y escribíamos varios poemas.
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-¿Son dos libros que dialogan entre sí?
-Sí, porque son poemas que los escribimos juntos en el verano del 2015/2016. La poesía para mí funciona mejor si estoy con alguien. Si ahora te digo: «Vamos a laburar Gustavo, tenemos estas consignas», y podríamos estar unas horas escribiendo.
-Como docente y profesor de taller, ¿qué consejo le das a los escritores iniciáticos?
-Que lean y que escriban, que es algo básico y fundamental. Además, es importante que tengan amigos, que estén en contacto con otras personas que lean y escriban, que vayan a talleres. Es recomendable un nivel de sociabilización alto, porque si tenés amigos que lean lo que escribís te va a permitir crecer. Si escribís un montón y no tenés a nadie que te lea, es un problema.
Hacía un capítulo, lo subía y automáticamente algún tipo de respuesta recibía, lo que me hacía seguir y escribir un capítulo por día. Para mí poder ordenarme una hora por día para escribir implica que en tres meses tengo una novela lista
-¿Qué libros recomendarías para leer sí o sí?
-Podría nombrar a los que influyeron fuertemente en mi vida, como Respiración artificial de Piglia, Los Suicidas de Antonio Di Benedetto, El libro de desasosiego de Fernando Pessoa, El sonido y la furia de William Faulkner. Hay un montón de cosas mezcladas. Son libros que leí muchas veces, durante muchos años. Al igual que cuentos de Borges, Kafka, Hemingway.
-Y, por último, ¿qué estás leyendo ahora?
-Estoy leyendo mucha poesía. En general lo que más leo es poesía. Después leo mucho de mis talleres, literatura cruda.