«No escribo para cumplir con nada más que conmigo mismo», sostiene Osvaldo Bossi, quien se encuentra presentando el libro de cuentos A dónde vas con este frío (El Ojo del Mármol, 2016)», al cual define como «una autobiografía extraña que perfecciona el pasado». ¿Qué desafíos plantea escribir narrativa para alguien acostumbrado a la poesía? ¿Cuál es la importancia de encontrar una voz que ponga en marcha a todo el relato? «No me interesa ser narrador, quiero contar esas historias. Si tienen componentes poéticos o narrativos, ya no me pregunto más por eso» responde Bossi. (Foto de portada: Nadina Marquisio)
Sobre el autor
Osvaldo Bossi nació en Ciudadela, provincia de Buenos Aires, en 1963. Es poeta y narrador. Entre sus libros publicados se encuentran: Tres (Bajo la luna,1997), Fiel a una sombra (Siesta, 2001), El muchacho de los helados y otros poemas (Bajo la luna, 2006), Adoro (Bajo la luna, 2009), Esto no puede seguir así (Letras y Bibliotecas de Córdoba, 2010), Casa de viento, antología personal (Nudista, 2011), (Editorial Conejos, 2012), Como si yo fuera su novia (Editorial Mágicas Naranjas, 2013), A donde vas con este frío (El Ojo del Mármol, 2016), entre otros. Colabora como crítico en distintos medios especializados. Organiza, junto con los chicos y chicas de su taller literario, el ciclo de lectura “El rayo verde”.
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-Todos los cuentos de A dónde vas con este frío (El Ojo del Mármol, 2016) tienen un tono muy similar y vos mismo señalás en el epílogo que los escribiste en pocos meses. ¿Cómo se fue gestando el libro?
-No fue muy premeditado, después me di cuenta de que estaban muy conectados con la novela Yo soy aquel (Nudista, 2014). Tenía ganas de contar una historia, que es el primer cuento: «Pájaro loco» y no encontraba el tono, la voz del narrador. Es una historia que me contó una amiga y que yo siempre quise escribirla desde ese momento, pero me era dificultoso hasta que me di cuenta de que el narrador era el mismo que en Yo soy aquel, que era el más capacitado para contar las historias. Así volvió Ovi, Os, El Capitán, o cómo se llame, y que finalmente es un niño muy introvertido, pero que a la vez sueña con ser escritor y tiene esos poderes del lenguaje. A mí me facilita mucho que las historias las cuente él.
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-Claro, el narrador tiene una mezcla de visión infantil y adulta al mismo tiempo, una ingenuidad experimentada por decirlo de algún modo.
-Sí, como si se entremezclaran las voces. Es como si el narrador (digamos que yo) recuperara cierta inocencia para contar y el protagonista tuviera parte de la experiencia mía, fusionándose para lograr un escritor niño y un niño escritor. A mí eso me permite un gran despliegue en término del lenguaje, sin por eso ser una historia compleja o barroca, pero el chico se da algunos lujos en su manera de hablar, con una intención no tanto de comunicar, sino de transgredir una realidad, traspasarla y en lo posible salvarse.
Me gustó ese fraseo de la narrativa, esa idea de cerrar cada párrafo. Se acerca un poco a la poesía en eso, en el trabajo con los efectos del lenguaje. Muchos datos circunstanciales los saqué de mi propia historia y eso le da un anclaje en la realidad que a mí me permite ficcionar.
-Después de ese primer cuento donde recuperaste la voz de ese narrador, ¿las demás historias fueron surgiendo a partir de ese impulso?
-Sí, porque cuando lo terminé me sorprendí de lo compacto que era el cuento. Lo escribí de una sola vez, de un tirón y me quedé con la sensación de que me había encantado hacerlo. Ahí me acordé que de joven había escrito más cuentos, por lo que retomarlo no fue tan difícil como pensaba. Me gustó ese fraseo, esa idea de cerrar cada párrafo. Se acerca un poco a la poesía en eso, en el trabajo con los efectos del lenguaje. Muchos datos circunstanciales los saqué de mi propia historia y eso le da un anclaje en la realidad que a mí me permite ficcionar. Si yo tengo resueltos esos problemas circunstanciales, de ahí puedo imaginar el resto. La realidad me permite ficcionar mejor: los decorados, los personajes, son todos factores que le agregan verosimilitud al texto y que a mí me permiten trasgredir lo realista y convertirlo en otra cosa.
-Es decir, los datos autobiográficos que recuperás en los cuentos te sirven como punto de partida, como una base para ir construyéndola encima,
-Es un coqueteo con lo autobiográfico, ni siquiera lo tomo como una pauta de verdad. No sé cómo fueron realmente algunas cosas, pero quedaron ahí fijadas y más que volver a mi infancia, era fácil volver a mi infancia según Yo soy aquel. Desde ahí empiezo a construir el barrio, los personajes y la voz de ese niño que nació antes, en un libro que se llama El muchacho de los helados, que es un libro donde yo empiezo a incursionar en lo narrativo, alejándome más de la metáfora y el hermetismo. Encontré a alguien que me permite narrar y eso me entusiasma.
-¿Cómo definirías a ese narrador?
-Es cándido, por lo tanto cree en todo lo que cuenta. No tiene una intención de romper con alguna ley, sino el deseo de dar su versión de los hechos. Como si esta voz tuviera algo para decir y a mí me gusta escucharla.
Lo que más me gusta es que en mi narrativa el lenguaje se fue distendiendo cada vez un poco más, como si fuera ganando más terreno, más libertad. En Adoro (Bajo la Luna, 2009) yo estaba un poco más contenido
-Al ser el narrador como un chico o pre adolescente, los relatos pueden coquetear a veces con la literatura juvenil hasta que te saca de ahí por momentos. ¿Cómo manejás esos climas que se van generando?
-Para mí están todos los elementos. Desde el momento en que aparece esa voz, él tiene todo esos poderes. Lo que más me gusta es que en mi narrativa el lenguaje se fue distendiendo cada vez un poco más, como si fuera ganando más terreno, más libertad. En Adoro (Bajo la Luna, 2009) yo estaba un poco más contenido y no sabía siquiera si iba a poder terminar la novela. Haberlo hecho fue un gran logro y me dio la pauta de que podía hacer más cosas. Confío mucho en esa voz, a diferencia de otros escritos de juventud a los que les dedicaba mucho tiempo y sin embargo no sentía que pudieran ser publicados.
-¿Por qué?
-En cierto sentido yo quería cumplir con la narrativa, yo quería escribir una novela. Eso es imposible. Alejandra Pizarnik, en sus diarios, dice que le gustaría escribir un texto más largo pero que no sabe muy bien de gramática. Yo también sentía ese fantasma, pero si encuentro una voz, esa voz va a estar segura de lo que cuenta y se va a olvidar de la gramática, la sintaxis, se va a llevar por delante todo y va a contar sus historias. No me interesa ser narrador, quiero contar esas historias. Si tienen componentes poéticos o narrativos, ya no me pregunto más por eso. Digamos que me pude liberar de esas responsabilidades, de esas convenciones.
-En ese sentido, en el proceso de escritura de estos cuentos, ¿ves alguna diferencia con respecto a la escritura de poemas? Hay muchos autores que sostienen que al escribir narrativa hace falta cierta disciplina.
-Yo sigo el principio de placer. No te olvides que el narrador es un niño y los niños siguen, generalmente, el principio de placer. No creo que ningún chico se ponga a escribir una novela o cuento por obligación. Ese principio de placer es estricto. Yo siento mucha felicidad al escribir narrativa porque me permite imaginar esas historias, jugar con el lenguaje. Y cuando algo se complica mucho, interrumpo y lo vuelvo a retomar al día siguiente, más distendido. No me castigo, no ejerzo una disciplina. Siempre me conecto con algo que me produce mucho placer, una adrenalina de lo que pueda ocurrir. No escribo para cumplir con nada más que conmigo mismo. En el caso de estos cuentos me pasó retomar climas y felicidades que me transmiten la literatura de ciencia ficción, esas cosas que uno imaginaba de chico.
-¿Los elementos fantásticos, que en cierto punto son el hilo conductor del libro, tienen una influencia del realismo mágico?
-Más que de realismo mágico, que no leí mucho sinceramente (Cien años de soledad nunca pude avanzarlo porque me aburría mucho, por ejemplo), me enseñó más Jorge Luis Borges. Él decía que para que algo pareciera creíble no había que explicarlo, sino simplemente mostrarlo dentro de un universo cotidiano. Él hablaba de la máquina del tiempo de Wells o los viajes de la Tierra a la Luna, lo contrario a Verne que explicaba todas las maquinarias. Prefiero los elementos mágicos, poéticos, en los que el lector va a creer, no necesito explicar cómo está hecho. También me gusta mucho Bradbury, la melancolía que hay en sus relatos, la nostalgia en un mundo donde la gente todavía estaba cerca. Es como si yo viviera en una especie de futuro y sintiera nostalgia por algo que nunca ocurrió, como el amor de esos niños, que no es algo que recuerde haber vivido, pero sí me hubiera gustado que ocurriera. ¿Para qué escribo? Para que eso escriba. Es una autobiografía extraña que perfecciona el pasado.
Es como si yo viviera en una especie de futuro y sintiera nostalgia por algo que nunca ocurrió, como el amor de esos niños, que no es algo que recuerde haber vivido, pero sí me hubiera gustado que ocurriera. ¿Para qué escribo? Para que eso escriba. Es una autobiografía extraña que perfecciona el pasado.
-Claro, el otro hilo conductor que se puede ver dentro del libro es el descubrimiento de los sentimientos por parte del narrador y los otros personajes. ¿Sería una especie de poder ver con la experiencia actual lo que ocurrió o lo que a uno le hubiera gustado que ocurra?
-Así como no necesito explicar los momentos mágicos, tampoco necesito explicar los sentimientos del chico. Para eso tuve que crecer, que acomodarme a esos sentimientos y conocerlos. Yo simplemente narro lo que él siente, pero sin vincularlo a un deseo en particular. El tema de la homosexualidad no aparece demasiado expuesto en los cuentos. Si el chico estuviera demasiado consciente de eso sentiría más terror, no podrá hacer nada. Yo preferí liberarlo de todo prejuicio. Lo mismo con el abandono del padre. Eso lo aprendí con el tiempo: los textos están hechos del material concreto y de tiempo, de cómo las cosas van madurando en uno. La palabra tiene el poder de hacer real cualquier cosa para mí.
-Como decías anteriormente sobre las distinciones de género, en estos cuentos se pueden ver momentos poéticos y en tu poesía momentos narrativos, sobre todo en los últimos libros de poemas, a diferencia de Tres (Caleta Olivia 2016), por ejemplo.
-Sí, en esos primeros libros de poesía hay una conciencia que necesita nombrar algo, son más reflexivos, hay algo desde el orden del saber. Un día me liberé de eso y dio lugar a otra cosa más irresponsable que no explica nada. Ahí inevitablemente entra el aspecto narrativo: contar es contar, no explicar. El narrador no sabe más que el que está leyendo, y si lo sabe, no lo pone en primer plano. En los primeros libros hay una hipertensión, una hiperconciencia, un delirio que me permite decir cosas muy lindas que no se pueden decir en frío. Esos pueden ser los dos momentos de mi escritura.
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-Una vez terminado el libro, ¿qué comentarios te llegaron?¿Pudiste ver cosas nuevas?
-El prólogo de María Teresa Andruetto ya me mostró una gran revelación, porque si hay una coherencia entre los cuentos es algo trabajado internamente. Por ejemplo, me dijeron que todos los personajes se van sin despedirse: desaparecen o simplemente dicen «chau». No había notado esa idea yo. Es como un escenario en parte real, en parte imaginario, que ni bien me coloco ahí todo rima con todo y todo tiene su coherencia. Por eso lo disfruto tanto. No creo tanto en la idea del cálculo y la premeditación, sino que confío en lo que ahí se va a dar. Si el primero en sorprenderme soy yo, por suerte eso se va a transmitir en el lector. Yo soy mi conejillo de indias. Todo eso lo pruebo en mí primero, por eso tengo la sensación de que no soy narrador y que, de alguna manera, estoy aprendiendo. Eso es lo que más me gusta, sentir la pasión del principiante. Después no sé para donde irá, cuando se vuelva predecible iré a otro lado. Correr el riesgo es lo que me motiva para escribir.