A partir de imágenes acuáticas, en donde los cuerpos y los sentimientos van en busca de la fluidez perdida, los versos de Micaela Martínez avanzan hacia un puerto difuso pero que posee más claridad que aquel que se dejó atrás. Mientras tanto, en El tiempo del agua (Halley Ediciones, 2023), el sentido de la vida sigue a la deriva, buscando las próximas señales que ayuden a enderezar una embarcación hecha para desorientarse.
Sobre la autora
Micaela Martínez nació en la Ciudad de Buenos Aires en 1988. Estudió Relaciones del Trabajo en la UBA y fue docente. Le apasiona el agua en todas sus versiones: compitió en nado sincronizado, nadó en aguas abiertas, navegó y fue guardavidas. Este es su segundo libro, luego del poemario Aterrizar de pie (Litoral Dark, 2022).
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1 – Mareo de tierra
Un movimiento constante, pendular,
me deja suspendida como en un limbo.
Cierro los ojos y no se detiene.
Dejarse mecer tal vez sea la forma
de hacerle frente, dejarse llevar
como en una cuna, como en esas sillas
diseñadas para hamacarse despacio
mientras se teje. Algunxs lo sufren,
yo lo tomo como un recordatorio
de todo lo que dejé atrás.
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2- Luces en el agua
Las noctilucas son organismos diminutos en simbiosis con algas. La primera vez que las vi, chocaban contra el casco del barco y se perdían. Parecían estrellas fugaces confundiendo el cielo con el mar. Me acuerdo que puse el pie – llevaba mis botas secas – para ver cómo se iluminaba. Todavía no había descubierto que el brillo que desprenden es su reacción ante posibles depredadores.
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3 – Reflejos condicionados
Primera señal: un silbido largo.
Subo al cubo, me acomodo,
miro hacia al borde opuesto:
50 metros en línea recta.
Encuentro una posición y me detengo;
llevo mis pies al límite – conozco
la sensación, ya no me da vértigo- .
Segunda señal: una voz ordena prepararse.
Flexiono mis piernas, me inclino
hacia adelante manteniendo mi equilibrio;
mido cada movimiento como si mis fibras
fuesen de cristal-, respiro y siento
mi ritmo -no lo debo alterar –
un paso en falso y todo se echa
a perder.
Tercera señal: un silbido corto.
Despliego mi cuerpo hacia adelante
como un felino listo para dar el salto;
mis brazos atraviesan la superficie,
reciben el primer impacto
y comienzan a mutar:
se vuelven aletas, el agua
pasa a ser mi templo.
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4 – Pez Koi
me costó
desprenderme
volver
hacia mi origen
y encontrar
mi propia
corriente.
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5 – Con los brazos abiertos, hermana
Somos más que un mismo apellido
a pesar del dicho que dice
que hay cosas que no se eligen.
Yo no creo eso.
Somos partida de un mismo derrotero
aunque los pronósticos cambien sin previo aviso
y los vientos puedan cruzarse,
en esa línea imaginaria que es camino.
Aún cuando deba correrme
para compensar el abatimiento,
la corriente te aleje,
y el rumbo muestre distancias abismales.
La llegada siempre nos encuentra
con los brazos abiertos, hermana.
Es el punto que elegimos.
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