Tamara Grosso: «Es muy difícil hablar de algo si no está motorizado desde el deseo»

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«Nombrar y no nombrar y la forma en que lo hacemos nos define mucho y cambia la forma en la que vivimos nuestra materialidad», dice Tamara Grosso a La Primera Piedra. En su último libro, Viudas jóvenes (Alquimia, 2023), explora el duelo, los vínculos, las relaciones no monogámicas y el tabú. Lo que la motorizó a escribir esta historia, sus proyectos y sus inicios en la escritura, en esta entrevista. (Foto: Luisina Donnarumma)

Por Ernesto Martínez Ponce



Sobre la autora

Tamara Grosso (Buenos Aires, 1991). Es Licenciada en Comunicación Social en la UBA y ha trabajado como redactora, coordinadora de contenidos y prensa editorial. Es autora de los libros de poesía Guatepeor (Modesto Rimba, 2016), Márgenes (Objeto editoria, 2016), Cuando todo refugio se vuelve hostil (Santos Locos, 2018) y El ritmo del derrumbe (Santos Locos, 2021). Actualmente se encuentra viajando por sus tierras ancestrales y finalizando proyectos de escritura poética.


— ¿Cómo fue el pasaje de escribir poesía a escribir narrativa?

— Previo a la novela que publiqué hubo un pasaje por una narrativa más experimental, que está en las primeras cosas que escribí como el libro Entre el blanco y el negro (Ediciones de la grieta, 2015) o Guatepeor (Modesto Rimba, 2016), una prosa poética. Era siempre algo similar al relato, pero que no terminaba de serlo. Cuando empecé la facultad, tuve un profesor que es poeta, Mauro Lococo, que dictaba un taller de poesía. Ahí es donde me di cuenta de qué se trataba el género. En un momento empecé a separar, por un lado, las prosas – que fueron las que terminaron en Guatepeor – y, por otro, los poemas cortos que terminaron en Márgenes (2016) y que también están muy relacionados con cosas de la carrera de Comunicación, que fue lo que estudié. Después seguí escribiendo bastante poesía, tal vez por el ritmo de vida que estaba llevando y porque escribía mucho en el transporte público y anotaba las cosas en donde podía. Tenía algunas ideas de narrativas a las que no les terminaba de dar forma o de darles la paciencia para que decanten en algo. Hasta que esta historia – Viudas jóvenes – que termine escribiendo empezó a insistir, a veces me pasaba que tenía una idea pero después cambiaba o no la llevaba adelante y esta idea insistía y me parecía que tenía algo. 

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— Tu narrativa tiene muchos elementos poéticos. ¿Qué puede tomar la narrativa de la poesía?

— Muchas cosas: el ritmo, intentar mantener una musicalidad o saber dónde cortar los versos. También la poesía tiene mucho poder de síntesis y eso es muy bueno para la narrativa. En ambos géneros condenso mucho y todo es muy breve, pero me parece que, a la larga, eso está bueno. Después me di cuenta de que Viudas jóvenes tiene mucho diálogo, que no es algo habitual en mí y que la poesía me sirvió mucho a la hora de escribirlos. Escuchar y tratar de hacer los diálogos de la forma en que hablamos que no es la misma en como pensamos.

Teniendo en cuenta el buen recibimiento que tuvieron tus libros de poesía, sobre todo El ritmo del derrumbe y Cuando todo refugio se vuelve hostil, ¿qué desafíos surgieron al publicar en este caso una novela?

— Podría haber sentido algún tipo de presión , pero fue bastante natural y traté de confiar en el texto, de pensar que la publicación de los libros tiene mas que ver con lo que le pasa a ese texto y de no tomarlo tan personal. Cuando lo terminé, estuve muy convencida de que eso es lo que quería escribir, de que había quedado como yo quería y de que era muy fiel a lo que quise contar. Había tenido muchas dudas con respecto a la temática y a las formas y con saber que había temas dentro de la novela como el amor libre, la pareja abierta o el poliamor que generan expectativas en las personas. A veces es la curiosidad, el morbo o un dilema moral sobre si está bien que alguien tenga dos parejas. No quería hablar de eso; yo quería hablar de que a esos personajes les pasaba otra cosa.

Había tenido muchas dudas con respecto a la temática y a las formas y con saber que había temas dentro de la novela como el amor libre, la pareja abierta o el poliamor que generan expectativas en las personas. A veces es la curiosidad, el morbo o un dilema moral sobre si está bien que alguien tenga dos parejas. No quería hablar de eso; yo quería hablar de que a esos personajes les pasaba otra cosa.

— De la historia que creaban…
— Claro, la idea central fue esa, hacer algo que tenga que ver con vínculos diferentes a la monogamia pero que lo central de la historia no sea eso, porque no es algo que me interese leer o discutir. Lo que sí me interesaba era que a esos personajes les pasen cosas. Al principio me costó porque no sabía qué hacer con los personajes hasta que en un momento me di cuenta de que también me interesaba escribir sobre la muerte. Me interesaba experimentar con respecto al miedo; me da mucho miedo la muerte y más aún la de un ser querido. Me interesaba que algo tan definitivo atravesara a los personajes. Acá lo terrible no es que dos personas estén de novias, sino que alguien se murió y que ellas no saben cómo eran sus vidas.

— Es un tema bastante original sobre formas de amor no tradicionales, ¿cómo se te ocurrió? 

Los temas, tanto los vínculos como la muerte, surgieron porque me estaban interpelando. Me resulta muy difícil forzarme a escribir sobre otras cosas, tuve ideas e intenté cosas que me parecían buenísimas y que yo misma leería pero que no me interpelaban. Si no está motorizado desde un deseo, hablar de algo es muy difícil. En cambio, estos dos temas sí me generaban muchas ganas de escribir, de probar cosas y experimentar con personajes. Fueron decantando diferentes ideas hasta que en un momento se cruzaron y pudo ser de esta manera. También es algo que surge mucho de conversaciones que iba teniendo con diferentes personas y en diferentes momentos de la vida.



— Durante todo el libro aparece esta cuestión de la imposibilidad de nombrar, de los vericuetos que hacen los personajes para despojarse de ese tabú, ¿ese es otro tema te interpela?

— Sí, me interesan mucho el lenguaje, las cosas que nombramos y las que no y las palabras que elegimos para hablar de cada cosa. Es un interés personal y es difícil escribir sobre eso, pero siento que en la novela se pudieron colar algunas cosas.  Siempre me pregunto por el lenguaje, por cómo lo usamos y por cómo nos define también. Nombrar y no nombrar y la forma en que lo hacemos nos define mucho y cambia la forma en la que vivimos nuestra materialidad. No es lo mismo nombrar a una persona como pareja que como «chongo», y eso me interesa. 

— ¿Qué desafíos te planteó a vos hacer una novela de amor con una temática como la no monogamia en un momento donde la idea de amor romántico se está cuestionando?

— Me cuestiono muchísimo el concepto de amor y, a la vez, no me puedo desprender de él. Siempre me interesó. Durante un tiempo tuvimos con Gustavo Yuste un newsletter de cartas en La Primera Piedra  que se llamaba “Un sinónimo para la palabra amor”, en el que cada sábado nos mandábamos una carta y hablábamos de eso. Era bastante abierto y contábamos cosas sobre diferentes temas, pero siempre había algo subyacente: buscar nuevas palabras para nombrar el amor. Siento que es un concepto muy vacío, pero no encuentro otra palabra para reemplazarlo y, a la vez, nos define tanto o es tan central en  que tampoco se puede abandonar. Me interesa mucho como concepto y como palabra en sí, y también  me interesa cómo nombrar diferentes maneras de relacionarse. No sé cuál es la respuesta y la única que encuentro es jugar con esto.

Siento que el amor es un concepto muy vacío, pero no encuentro otra palabra para reemplazarlo y, a la vez, nos define tanto o es tan central en  que tampoco se puede abandonar.

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— Al inicio del libro tomas la decisión de develar lo que podría ser el misterio del libro: contás que uno de los personajes principales muere para sostener algo que es más importante en la novela que esa muerte, como el duelo, lo cotidiano, el tabú. ¿Por qué decidiste ir por este camino?

—  Mantenerlo como un misterio nunca me pareció una opción porque no quería ese tipo de trama.  Tenía ganas de desarrollar personajes o diálogos y de contar mi historia, pero no lo imaginé nunca como parte de un género que se sostuviera desde una incógnita o desde algo que se tenía que revelar. En la narrativa es efectivo revelar cosas al principio,  ser directa en la escritura e ir al grano me parecía potente. El disparador de esa historia es que el personaje de Juan se murió y por eso las dos protagonistas se encontraron. No lo hubiera podido contar de otra manera. Los personajes de ellas no hubieran podido avanzar con él vivo, sin saber si estaba vivo o no, porque la historia es sobre el duelo.


Viudas jóvenes (Alquimia, 2023)



— Al inicio de cada capítulo seleccionaste un epígrafe. Seis de los siete elegidos son de poetas mujeres. ¿Qué relación hay entre estas elecciones y tus gustos o lecturas de poesía?

— Son poetas que me gustan mucho, la mayoría las estaba leyendo mientras escribía la novela y eso también me daba ideas. Algunas las había leído antes y las iba a buscar porque sentía que tenían que ver con lo que estaba contando. Circe Maia, por ejemplo, una poeta uruguaya que leí hace mucho. A otras las incorporé cuando tenía los capítulos armados y divididos. No tuve la intención de poner a todas poetas mujeres. Surgió así, me gusta que sean casi todas mujeres, son lecturas que me interpelan mucho.

— ¿Qué autoras o autores tenés como referentes en la poesía? 

— Es una pregunta difícil porque soy muy desmemoriada, tengo muchas poetas que me gustan por diferentes motivos. Una es Idea Vilariño que, para mí, es la mejor escritora de poemas de amor. Algunos están escritos desde el lado más convencional del amor y tienen una musicalidad increíble y una cadencia que queda en la cabeza. También me gustan otras poetas como Sharon Olds que es muy diferente, tiene una poesía mucha más densa y cargada de imágenes que tienen que ver con el cuerpo, que no es algo que yo desarrolle tanto al escribir. También me gusta Mary Oliver, que por momentos escribe con una economía del lenguaje o versos cortos que condensan mucho y, en otros, se explaya, transmitiendo muchas imágenes de la naturaleza y creando universos de imágenes que me gustan mucho.

Para mí hay un imaginario de una otredad en la escritura. Una parte del proceso es mostrarlo: a un amigo, en un taller de escritura, en un ciclo de lectura.

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— ¿A la hora de escribir, tenés en tu cabeza la imagen de un tipo de lector?

Yo no digo que escribo para mí, entiendo la postura de muchos escritores de decir que escriben para ellos y no les importa estar pensando en el lector, pero a mí no me saldría, para eso no escribiría. No lo digo desde el ego, me parece que la escritura es un acto que se piensa en un diálogo, como un gesto de darle pensar un imaginario alrededor de un lector, aunque esa idea de lector sea una nebulosa y no se trate de nadie en especial, mucho menos un lector pensado como target,. Para mí hay un imaginario de una otredad en la escritura. Una parte del proceso es mostrarlo: a un amigo, en un taller de escritura, en un ciclo de lectura. En todo eso hay adrenalina, expectativa y una posición de saber que hay alguien que lo va a leer. Eso es muy lindo y hace al texto. Para mí es inseparable.

— ¿Cómo ves el uso de las redes sociales como forma de exposición para la poesía?

No me canso de decir que si pude tener una recepción de lo que escribo es porque intenté todas las maneras que tenía a mi alcance para mostrar el material. No solo las redes sociales, sino también talleres, fanzines. Pero las redes sociales fueron importantes y creo que, sin esa pata, no se hubieran dado las cosas que se dieron. Hay casos -y el mío es uno – en los que realmente eso es una de las pocas herramientas que se tienen, porque no existe el imaginario romántico de ir a golpear físicamente puertas de editoriales con un libro escrito y que lo lean. No es así hoy en día, o es casi imposible. Yo trabajo en la industria editorial y no se trata solamente escribir algo y de que esté bueno. Es pensar cómo hacer para que alguien lo lea y para que lo lea alguien que lo puede llegar a publicar. En mi caso se dio que eso vino respaldado  porque ya me leían personas, porque lo había compartido a alguien y porque de algún modo llegó a unos editores que me habían puesto un like, y eso me envalentonó a ir a mostrarles el libro entero. Para mí las redes sociales fueron algo que se presentó como una posibilidad, antes fueron los blogs. Siempre fue el lugar que yo tenía para mostrar eso a alguien y donde alguien lo encontró.



— Tu tesis de grado fue sobre el fenómeno de los booktubers y sobre cómo entender la lógica de esa comunidad, en contrapartida con la afirmación de que los jóvenes no leen o no se interesan en la literatura. Vos propones otra mirada respecto a cómo tienen otros vínculos con las plataformas mediáticas digitales y sus prácticas. ¿Creés que seis años después de tu investigación hay una naturalización de estas prácticas? ¿Se pudo romper con esa lógica de estigmatización de los jóvenes o sigue latente?

— No se si se rompió la estigmatización, creo que no, en gran parte, pero sí se nota algo que está buenísimo que de hecho hizo que esa tesis quede bastante desactualizada. Cuando hice la tesis tenía la hipótesis de que los booktubers leían esa literatura porque era de fácil acceso y es lo que se encuentra en todas las librerías. Me preguntaba si les podía interesar las editoriales independientes pero que no había un canal ágil para conocerlas. Entrevisté a algunos y me dijeron que no les interesaba en ese momento, que les gustaban las editoriales grandes y lo que leían. Pero en estos siete años, los booktubers se volvieron mucho más literarios. Además ya no hay tantos booktubers en argentina pero sí bookstagramers: referentes influencers de libros pero con un corte mucho más literario. Cuando sus cuentas crecieron, prenseros de libros empezaron a enviarles ejemplares para que funcionen como lo hace la prensa más tradicional, en la que se envían las gacetillas de novedades para que periodistas elijan qué libros leer, recibirlos y recomiendarlos. Me pone contenta ver que ahora sí realmente en las redes sociales se ganó un lugar para todo tipo de literatura y ya no solo cierta literatura juvenil.

No siempre se puede elegir de qué trabajar. Si hay que trabajar, quiero trabajar haciendo libros o en algo que tenga que ver con los libros. 

— ¿Qué diferencias encontrás entre los distintos roles que tenés en el mundo literario? ¿Te sentís más cómoda en alguno?

— El lado de autora es el que más me interesa, en mi vida me interesa leer y escribir. Mi deseo siempre va por ahí. Después trabajar es obligatorio, entonces prefiero hacerlo en la industria editorial. Tuve la suerte de trabajar en esto estos años y de seguir haciéndolo. No es la industria más sencilla de abordar, no es fácil conseguir trabajo y tampoco es, por supuesto, la mejor paga, pero es de lo que elijo trabajar. No siempre se puede elegir de qué trabajar. Si hay que trabajar, quiero trabajar haciendo libros o en algo que tenga que ver con los libros. 

— ¿Estás trabajando en algún proyecto de escritura actualmente?

— Estoy escribiendo una especie de diario, porque estoy de viaje. Estuve viviendo en Italia con mucha incertidumbre, entonces empecé un proyecto que se llama “diario del miedo”, con pequeñas prosas poéticas sobre el miedo y las incertidumbres que iba teniendo. Ahora, que estoy hace unos meses en Barcelona, mutó un poco y ya no es tanto un diario del miedo. Hice un mini diario del metro, porque me lo estuve tomando todos los días a la misma hora por diez minutos, entonces escribía en ese tiempo. Estoy por mudarme por tercera vez en pocos meses y estoy escribiendo sobre las mudanzas y las casas, es algo mucho más descontracturado.

— Conjuntamente con Gustavo Yuste estás detrás del proyecto “Los primeros fuegos”, donde crearon un espacio de lectura y a su vez un espacio de publicación de plaquetas de poesía de autoras y autores inéditos. ¿Queres contarnos un poco más sobre esto?

Es un proyecto que teníamos ganas de hacer hace mucho, compartir textos y no solamente los nuestros, sino de otros. Gustavo siempre lo hizo desde el lado del periodismo cultural y yo más desde mi trabajo en editoriales y en una distribuidora, pero teníamos ganas de hacer un proyecto más propio. Siempre fue difícil encontrar la ocasión, pero cuando estuvimos unos meses viviendo en un pueblo en Italia, tuvimos tiempo de empezarlo idearlo y llevarlo adelante. 

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— Por último, para alguien que está dando los primeros pasos dentro de la literatura, ¿qué consejos le podrías dar?

— Que muestre lo que escribe, a quién quiera pero que lo muestre porque es lo que empieza a hacer crecer la escritura. Ni siquiera le diría eso a alguien que quiere publicar, sino que se lo diría a cualquier persona que disfruta escribir, que se dé la oportunidad de disfrutar de compartirlo, de recibir una devolución. Y obviamente también leer muchísimo, esto me parece un poco obvio, porque las personas que escriben o quieren escribir también disfrutan de leer, pero leer con la intención de nutrir la escritura también me parece que está bueno. Y si se está escribiendo poesía, leer poesía y leer algunas cosas que no necesariamente sean las que más nos gusten, pero que armen ese panorama. Leer con mucha apertura, leer de todo y leer pensando en cómo incorporarlo.



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