La desilusión puede ser el punto de partida para ver, buscar más allá, intentar revelar el misterio de lo cotidiano. “Pero ya no podemos reclamar nada como nuestro”, se lee en uno de los poemas de Maximiliano Díaz y deja ver un tono que no se regodea en el desánimo, sino que lo utiliza de plataforma para que el poema encuentre su destino: una nueva pregunta, una nueva inquietud, un secreto que nunca se revela. Estos cinco poemas de Quien amasa las olas (Overol, 2019) proponen un juego sin ganadores, pero tampoco asumen una postura derrotista innecesaria.
Sobre el autor
Maximiliano Díaz Troncoso nació en Rancagua, Chile, en 1994. Publicó Quien amasa las olas (Ediciones Overol, 2019), libro por el que ganó el Premio Roberto Bolaño de poesía. Es cofundador de la librería Escorpión Azul.
1 – La justicia de las caravanas
A pesar de que los caballos me asustan
me gusta pensar que todo
debería seguir siendo así:
una familia
corta el desierto la caravana
se detiene en algún lugar
entierran un chiche
bajo la tierra
y aseguran: «Acá es».
Algunos dicen que más del ochenta
por ciento de la tierra tiene dueños.
Me pregunto si cuando se pueble
por completo este planeta
volveremos a oír el susurro
de las balas en cada calle.
Las ganas de pagar nos quitaron
el misterio innecesario
del revólver.
El único que yo he visto
está bajo la cama de mis abuelos.
Era del padre
de mi abuela y ella
no lo llevará jamás a mantención
por miedo a que se lo quiten.
Un disparo casi recorre
las generaciones
cuando mi primo mayor dijo
que lo usaría
para mejorarse.
Pero ya no podemos reclamar nada como nuestro.
Tal vez por eso fantaseo con el poder
adquisitivo de futbolistas y
guionistas de grandes cadenas.
Afuera mientras tanto
algunos ponen su bandera
sobre las espigas
y un letrero sale tibio de la fábrica
ofreciendo departamentos
de veinte metros cuadrados.
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2 – Limones
Entro peinado impecable a la escena
de los papás jóvenes
peleando.
Dicen en algunos colegios
que lo mejor que pueden
las personas
es rezar
así que me dispongo
de rodillas junto a la cama
a invocar la voluntad
divina
y cuando no encuentro respuesta
yo —que tampoco he comprendido
aún
los sagrados emblemas
ni el reglamento establecido
del amor
me levanto voy
a despertar a mi abuela
y salimos al patio
a recoger limones verdes
que madurarán
en la cocina.
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3 – Quien amasa las olas
Padre
si usted tiene
las respuestas dígame
por favor
si es Él quien amasa las olas.
Yo crecí para mantenerme inútil.
Para mí es magia
más que cualquier otra cosa
cómo entra una mechita
en la grasa de la vela.
He dudado tantas veces
padre
aunque la mamá me haya escuchado
hablar con mi abuelo
meses después de su muerte
y aun habiendo visto
a una rana intacta
después del incendio
en un bosque costero.
Pero Él
¿me lo jura
que revuelve
las olas y las agarra
de los pies para devolverlas
a su lugar?
Me encomendé por mis padres
ambos tan jóvenes
y con un hijo enfermo:
su tórax abierto
por el bisturí de un médico
se lo juro yo pensé que en su pulso
no existía nada más que la ciencia
pero mi madre me explicó que Él
obra por caminos misteriosos.
A veces su mano
guía balas cuchillos escupitajos y pone bombas
de racimo en aldeas
pero todo tiene un destino ¿hay un plan
para nosotros?
Para mi madre sus cincuenta
años y su cajetilla diaria
o el seco calor y la cama vacía
del papá en un campamento minero
al norte de Chile.
Dígame si Él dispone de nosotros
como del mar o las velas
por favor
padre
en el nombre de todo
lo que nos ha sido
heredado.
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4 – Un lugar junto al mar
Porque esto es todo
por lo que hemos orado ¿no?
Viste a otros partirse las manos
sufrir infartos derrames dedos
amputados
por una casita en la playa.
Nosotros no tenemos jardín
ni una mesa
y aunque no podemos ver cómo
las olas se quiebran
y recomponen la arena
sabemos que estamos aquí.
Vemos volver
rendidos contra la tarde
a los pescadores con botes llenos
de carnada
y en la panadería una mujer
te cuenta cómo el mar
se llevó a su muchacho
mientras mariscaba.
Alguna vez pensaste
en un matrimonio celebrado
en el roquerío.
Regalarías a tus invitados
un saquito de sal recién obtenido del oleaje.
Sabemos que Él
y su piedad
hacen llover incluso
mar adentro.
De noche prendemos linternas
televisores aquí llegan algunos canales
las cucharas suenan
contra las tazas de té.
Y aún con el pan
de azúcar entre los dientes
sueñas con un niño muerto
que recoge peces en la orilla
para devolverlos al mar
pero aquí los peces
no llegan a la orilla.
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5 – Los podadores
A esta hora del día la luz
entra por todos los vidrios
de la sala de espera.
Se pueden ver los balcones
floreados las sillas
en las terrazas. Suponemos
que saldrá el olor a pan
de las ventanas muy pronto.
La gente está llena
de prisa pero aquí
aguantan.
Se apoyan en sillones ventanales y máquinas
de dulces.
La enfermera pide
que pasemos
de a uno.
Toma los datos en la puerta de la Unidad de Cuidados Intensivos.
Alguna vez lo vi gordo
imponente tras su escritorio.
Imprimía libretas
de cartón y papel liviano
San Jerónimo decía que los libros no deben llevar oro encima.
Ahora está en una pieza oscura
y abierta. No tenía idea de que la piel
tomaba esos colores o que los pacientes
de la Unidad llevaran
las manos amarradas.
Las suyas: grises
con las que alguna vez sostuvo
una trucha viva bajo el remanente
del sol
enterró a sus perros y cosió
cuadernos que hizo en casa.
Me preguntó cómo estaba
y se durmió.
Nunca
conocerá los venados
no volverá
a ver pimentones panes
con mantequilla martillos ni bicicletas.
Pero la luz
resulta maravillosa
a esta hora del día.
Desde su pieza lo despierta
el ruido de las sierras.
Los podadores llegaron a cortar las hojas
muertas de las palmeras.
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