Cajas apiladas en un monoambiente, el olor a cartón que llena un espacio aún sin muebles. Así comienza Turistas perdidos (Penguin Random House, 2023), la nueva novela de Gustavo Yuste, que recorre la historia de una separación empezando por el momento final. Una prosa poética centrada en escenas que van reconstruyendo las distintas formas que puede tomar un duelo, mientras se busca dar un orden al desgaste de una relación.
¿Cuántas cajas se necesitan para reordenar una vida? Una de las preguntas que se hace el protagonista de Turistas perdidos (Penguin Random House, 2023), nueva novela de Gustavo Yuste, la historia de una separación, pero también de las diferentes formas que puede tomar un duelo. Un recorrido que empieza en un monoambiente que no puede reconocerse aún como propio: hacerlo sería aceptar el fin de una pareja y también de lo que se construyó como parte de una identidad. Acomodar cosas, darles un orden nuevo, y dejar que el olor a cartón de las cajas de la mudanza finalmente se disipe son el punto de partida de un personaje que comienza a rearmar lo que sucedió.
“El aviso del departamento decía ‘amplio ambiente divisible’: la promesa de una separación potencial siempre es un éxito de marketing”, se lee hacia el inicio. Mediante breves párrafos y con una prosa poética que se centra en los detalles, encontramos en el primer capítulo distintas escenas construidas en ese espacio extraño, que podemos observar desde todos los ángulos posibles. Como si fuese una cámara que se va moviendo en el momento preciso, cada fragmento revela una nueva imagen, conectada hábilmente con distintos recuerdos: recursos de los que el protagonista echa mano para entender lo que pasa, balanceándose entre la nostalgia, la melancolía y, por momentos, algo de esperanza.
A medida que se avanza en la lectura, las piezas de la historia van cobrando otros sentidos, encastran de a poco en los huecos, reubicando frases, instantes y objetos en lo que fue un lugar compartido. Seguimos de atrás hacia adelante y vemos los signos del desencuentro y del desgaste: el silencio durante un viaje en taxi, mirando una película, compartiendo la misma cama. “Por momentos éramos eso, una alianza que se unía y se separaba de acuerdo a la conveniencia, un juego de mesa largo y estresante que perdía toda diversión, pero no la adrenalina de ver a alguien perdiendo”, reflexiona el protagonista. Y esa es también otra de las formas que toma el hastío: gestos y palabras que pueden herir simplemente al omitir un movimiento o al evocar la anécdota incorrecta sobre un parque que supo ser símbolo y refugio de una relación.
«¿Cuántas desincronizaciones puede soportar una pareja?», se pregunta el personaje de esta novela, reconstruyendo esos últimos tiempos, volviendo a ellos como un espectador que busca lo que no podía distinguir estando inmerso, ruidos que solo son audibles repasando mentalmente el camino hacia el final. “Cada sonido que hizo el colchón en ese movimiento fue el presagio de un nuevo desprendimiento, cada vez más grande, cada vez más helado, cada vez más predecible”, puede leerse, por ejemplo, en uno de los fragmentos.
Entre los hilos que se desprenden entonces para rearmar la historia, uno en particular: la descripción de una armonía precaria, que puede ser tan fugaz como un cambio de plano en una película. Esa es una de las reflexiones que encontramos hacia el final antes de conocer el punto de partida, el comienzo de algo que contiene la emoción de lo desconocido, la ignorancia de cualquier tipo de fecha de vencimiento. Solo un encuentro entre dos personas que transitan sin certezas, una escena que reconstruirán años después, desarmando las cajas que habían dejado olvidadas juntando polvo.