Un viaje al diario | Formas de volver a casa

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Las grandes ciudades, como es el caso de Roma, brindan el lujo del anonimato por un lado, pero cobran el elevado precio de ser una cifra entre millones más. En un juego de espejos con Buenos Aires, puedo sentir que volví a casa, con todo lo ambiguo que eso puede implicar.



Antes de partir, se fantasea con los lugares nuevos a conocer. En el transcurso del viaje, en cambio, se fantasea con el retorno: ¿cómo va a ser? ¿Cuánto tiempo va a pasar? ¿Qué cosas van a ser iguales y qué cosas van a ser diferentes? Una vez finalizado todo, es probable que la fantasía se mueva hacia un nuevo desplazamiento en el futuro. Entonces, una primera conclusión de todo esto es que, como bien escribió el escritor chileno Alejandro Zambra, hay muchas formas de volver a casa

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Además del recuerdo constante – ese impuesto emotivo que se empieza a tributar camino al aeropuerto-, otra manera de regresar al hogar es ir a lugares que se parecen a los que uno conoce. Este segundo viaje a Roma permitió apreciar mejor las similitudes de la capital italiana con Buenos Aires: la diversidad de paisajes y sus contrastes sociales, las grandes concentraciones de gente y, sobre todo, los climas hostiles que aparecen cuando se junta demasiadas personas. 

En ese sentido, volver a Roma fue mi manera temporaria de volver a Buenos Aires: sentirme a gusto y disconforme al mismo tiempo con mi entorno. Ser un extraño que puede ser maltratado en cualquier momento o adorado si se lo confunde con un turista adinerado. 

Las grandes ciudades, impersonales en su mayoría, brindan el lujo del anonimato por un lado, pero cobran el elevado precio de ser una cifra entre millones más. El turismo, por ejemplo, puede ser una danza de números sin mayor profundidad, en donde las transacciones financieras son lo único con importancia. Así, los bares son un entrar y salir de personas como una estación de subte, sin lugar para más que el apuro. 

En ese sentido, volver a Roma fue mi manera temporaria de volver a Buenos Aires: sentirme a gusto y disconforme al mismo tiempo con mi entorno. Ser un extraño que puede ser maltratado en cualquier momento o adorado si se lo confunde con un turista adinerado. En el medio, la experiencia tratando de hacerse presente. 

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Escribe Zambra, casi relatando mis paseos por Roma: “Caminé anoche durante horas. Era como si quisiera perderme por alguna calle nueva. Perderme absoluta y alegremente. Pero hay momentos en que no podemos, no sabemos perdernos. Aunque tomemos siempre las direcciones equivocadas. Aunque perdamos todos los puntos de referencia. Aunque se haga tarde y sintamos el peso del amanecer mientras avanzamos. Hay temporadas en que por más que lo intentemos descubrimos que no sabemos, que no podemos perdernos. Y tal vez añoramos el tiempo en que podíamos perdernos. El tiempo en que todas las calles eran nuevas”.

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Es en este punto en donde volvemos al principio de este texto: la simultaneidad en las líneas de tiempo, en donde el presente, pasado y futuro pueden ser las tres caras de una moneda extraña que no tiene valor de transacción. Ir a grandes ciudades, para un porteño, es un ejercicio mentiroso: bajo la promesa de conocer algo nuevo, en realidad se vuelven a caminar versiones apenas diferentes de  cuadras que ya se conocen, y en donde es imposible perderse en el flujo incierto de una experiencia inédita.

En mi pasaporte sentimental hay una confusión completa de sellos, en donde la entrada y salida de países no está clara. ¿Cuándo dejé Buenos Aires? ¿Cuándo me fui de Italia? ¿Se puede vivir siempre en la frontera que uno crea con sus propios movimientos?

Responder a este sentimiento incierto con la escritura es un acto completamente paliativo, esto está claro. Virginia Woolf ya fue contundente al respecto: “Esto prueba, si es necesario probarlo, el escaso talento natural de las palabras para ser útiles. Si insistimos en contrariar su naturaleza para que sean útiles, veremos -a costa nuestra- cómo nos confunden, cómo nos engañan, cómo nos asestan un golpe en la cabeza. Tantas veces hemos sido engañados de esta manera por las palabras, tantas veces nos han demostrado que detestan ser útiles, que su naturaleza no es expresar un postulado único sino mil posibilidades.” 

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En mi pasaporte sentimental hay una confusión completa de sellos, en donde la entrada y salida de países no está clara. ¿Cuándo dejé Buenos Aires? ¿Cuándo me fui de Italia? ¿Se puede vivir siempre en la frontera que uno crea con sus propios movimientos? Anibal Troilo lo definió mejor que nadie en el tango “Nocturno a mi barrio”: “Alguien dijo una vez/ Que yo me fui de mi barrio,/ ¿Cuándo? …pero cuándo?/ ¡Si siempre estoy llegando!”. Otra pregunta también gana consistencia entonces, y es si se puede vivir siempre en la frontera que uno crea con sus propios recuerdos y los implantados. Para eso, podemos volver a Zambra: “Lo que se adhiere a la memoria son esos pequeños fragmentos extraños que no tienen principio ni fin”. 

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