De supersticiones y cábalas: la historia del diamante maldito

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Como en todos los Mundiales y, con cada partido, se repiten de forma masiva y colectiva cábalas amplificadas por las redes sociales. Aprovechamos esto para hablar sobre supersticiones en el último episodio de la temporada de Detrás de lo invisible, el podcast de La Primera Piedra, y para buscar, en esta nueva edición del newsletter la historia de una superstición oculta. 



India. Año 1661. A orillas del río Kistna, se alza el reino de Golconda. Desde hace siglos la región es conocida por sus minas, en especial la de Kollur: diamantes que se convertirán en los más famosos del mundo, entre ellos uno de color azul, de alrededor de 45 quilates. Su color es intenso, quizás por eso llama la atención de Jean-Baptiste Tavernier, un comerciante francés que viajó a la región para conocer el mercado más grande de joyas de todo el Oriente y el Valle de los Diamantes, como lo suelen llamar. Algunas personas lo ven a Tavernier con la piedra y otras le advierten que la deje donde la encontró: una maldición creada por los mismos dioses recae sobre ella.

Tavernier escucha la leyenda completa: cómo el diamante fue extraído del río Kistna y colocado colocado en la frente de la diosa hindú Sita, esposa del dios Rama, cómo fue tallado por un dios que le dio esa forma triangular tan característica y cómo un sacerdote hindú fue torturado y asesinado por robarlo y cómo, desde ese momento, la muerte y la desgracia persiguen a quienes tan solo toquen la joya. Tavernier entiende todo lo que le dicen, pero cree que son cuentos, supersticiones de gente que cree en dioses que no existen. Y así, convencido, vuelve a Francia. En tan solo un año consigue un comprador para el diamante y para muchos otros que trajo de India: el rey Luis XIV.

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El monarca queda deslumbrado por la piedra y le encarga al joyero de la corte tallarlo y pulirlo: a partir de ese momento se llamará el “Francés Azul” y pasará a tener la mitad de su tamaño original, para ganar, a cambio, más brillo. Tavernier consigue una fortuna y, con ella un título nobiliario y un castillo. Pero su suerte empieza a cambiar. Mientras Luis XIV pasea el diamante engarzado en un collar de oro, el comerciante empieza a perder su fortuna en malos negocios. En poco más de diez se declara en bancarrota. Muere en 1689, atacado por una jauría de perros salvajes durante su último viaje a Rusia. Unos años antes, Nicolás Fouquet le pide prestado el Francés Azul a Luis XIV, para lucirlo en un baile. A pocos días, es acusado de un estafa y encarcelado. Muere en prisión en 1680.

Algunas décadas después, el diamante pasa a manos de una mujer de la corte, Madame de Montespan, que no llega a darle demasiado uso: muere repentinamente en 1707. Aunque el rey portaba el diamante engarzado en el collar de oro, la primera vez que lo tiene entre sus manos es durante una visita del embajador del Sha de Persia. Meses después, Luis XIV muere de gangrena. Su sucesor, Luis XV, probablemente ya conoce la fama del diamante: ordena conservarlo en un cofre. Quien lo vuelve a sacar a la luz es Luis XVI que se lo regala a María Antonieta y lo lleva con ella hasta un año antes de ser guillotinada junto a su esposo. En 1792 el Francés Azul es tomado por los revolucionarios: uno de ellos, Guillot, lo intenta vender en Londres años después, pero es encarcelado en el intento. Muere en prisión en 1796.

Se dice que el diamante pasa también a Catalina la Grande antes de morir de un infarto y que después es cortado en dos por un tallador holandés que es asesinado por su hijo para robarlo; que luego un vendedor se hace una fortuna con la joya, pero pierde el dinero y muere de hambre; que la maldición ya parece tan evidente que alguien trata de hacer algo al respecto. El banquero Henry Hope lo compra y contrata a magos y espiritistas que le aseguran que la joya está “limpia”. Pero en el curso de veinte años el banquero y toda su familia mueren de enfermedades y accidentes. La piedra es rebautizada: el diamante Hope, como se lo conoce desde este momento continuaría su viaje, arrasando todo a su paso.



 

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