“Lejanía, canción de Lisandro Meza que forma parte de la película mexicana Ya no estoy aquí dirigida por Fernando Frías de la Parra, como puntapié para pensar la distancia y la tristeza que implica un viaje en medio de un contexto de euforia futbolística y nacionalista.
“Y en mi pecho floreció una cumbia/ de la nostalgia como una lágrima que se escapa”. A casi dos meses de empezado el viaje, la distancia se convierte también en un amarre que tira y presiona la piel, que deja marcas en el cutis y en el ánimo. Como un visitante inesperado, el recuerdo de lo vivido es una manera de tener siempre un pie en el lugar de donde se es, entre las personas queridas, entre sus palabras que formaban parte del sonido ambiente de un lugar que se puede llamar propio.
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“¡Ay, me da!, qué tristeza que me da, me da/ Me da la lejanía, ¡ay, me da!”. Una canción bailable y una letra que invita a la introspección: en “Lejanía”, tema de Lisandro Meza y que forma parte de la película mexicana Ya no estoy aquí dirigida por Fernando Frías de la Parra, se teje el nudo central de toda distancia. El pasado proyectándose sobre el presente para generar una imagen agridulce, confusa, ilegible, difícil de entender, pero fácil de aceptar.
A casi dos meses de empezado el viaje, la distancia se convierte también en un amarre que tira y presiona la piel, que deja marcas en el cutis y en el ánimo.
“Qué tristeza que me da/ estar tan lejos de la tierra mía, ¡ay, me da!”. En el medio, un Mundial de fútbol que empieza y que invita a añorar con más intensidad el sentimiento de pertenencia. Las reuniones improvisadas alrededor de una pantalla, el nervio compartido, la ansiedad de un triunfo, el abrazo de consuelo ante una derrota. Incluso las personas que no gustan tanto del fútbol no pueden evitar ser parte de ese ritual que se repite cada cuatro años.”He descubierto que estar tan cerca a un arco te hace sentir un poco triunfador aunque no lo seas en absoluto”, escribió una vez Gabriela Wiener.
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“Y por dentro yo siento el llamado que me hace la tierra mía/ Y un amor que cada noche me desvela/ Que se ocupa del momento que me queda”. En una de sus lecciones, Heidegger explica que en alemán, los conceptos de “Tener mucho tiempo” y “Tener nostalgia” se asemejan bastante. En otras palabras, las obligaciones que se reducen dan lugar a una observación del pasado que solo puede dar rienda suelta a la nostalgia. Como sentenció Raymond Carver en un poema: “Cuando nos movemos hacia cualquier zona del pasado se pone en marcha la cadena y tira de nosotros, implacable”.
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“Cumbia del alma, cumbia que madruga/ Sobre Pubenza, con insistencia, buscando Oaxaca”. Este texto no tiene la intención de ser lastimero, bajo ningún sentido. Más bien es un testimonio de lo inevitable: todo movimiento tiene su consecuencia, muchas veces en forma de un eco que no nos devuelve lo que esperábamos, sino algo distinto, algo que nos lleva a la quietud por un momento. Estar a esta distancia del propio suelo es un constante detenerse a escuchar lo que dice el viento en medio del ímpetu del viaje. Así, se da una danza de la nostalgia, acorde a su cumbia: avanzar, frenar, retroceder, volver a avanzar.
Todo movimiento tiene su consecuencia, muchas veces en forma de un eco que no nos devuelve lo que esperábamos, sino algo distinto, algo que nos lleva a la quietud por un momento.
“En el Valle de Pubenza me he metido/ Lejanía que me tiene entristecido”. En Diario del dinero, Rosario Bléfari reflexiona con cierta pesadumbre: “Me pregunto si transcurre un solo día sin gastos”. En este viaje, me hago el mismo interrogante, pero no solo en relación a lo económico, sino también en relación a lo anímico: ¿transcurre un solo día sin envolverme en esa lejanía que me tiene entristecido? Por ahora, la respuesta es negativa, pero hay algo en las proporciones, en los matices, que mantiene abierta la investigación: los días en los que el presente se despliega en todo su esplendor, o el futuro nos seduce con sus promesas, la nostalgia entra en zona de reposo. Aunque más no sea por un rato.
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