Apuntes sobre la dulzura | José Watanabe y un objeto pretendidamente bello

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¿Qué función tiene la poesía? ¿Cómo encontrar un estilo que dialogue con uno y con un hipotético lector? José Watanabe como punta de lanza de una serie de preguntas con respuestas tan variadas como las voces poéticas que esperan ser descubiertas por alguien más. (Foto: Archivo Lorenzo Osores)



Para quienes valoran la relectura, dar talleres literarios termina siendo una bendición. Cíclicamente, en algún momento, se vuelve a hablar de un autor o autora que creemos fundamental. En esa revisión, siempre se descubre algo nuevo o, al menos se acentúa algo diferente que la vez anterior. En los últimos años, hablar del poeta peruano José Watanabe tiene un poder revelador en mí, una manera de darme cuenta de que «si mi cuerpo sigue siendo la parte blanda de la montaña/ sabré/ que aún no soy la montaña».

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Como es sabido, la rutina, la repetición, puede ensombrecer todo, hasta lo más preciado. Pero quizás la clave de un buen poema, de una literatura profunda, esté en siempre poder burlar esa trampa. Dice Watanabe en una entrevista en 2005, dos años antes de fallecer: «Empiezo a sentir que sí tengo una responsabilidad, que puede parecer una responsabilidad muy pedante y que resumo así: ‘Si yo no escribiera los poemas que escribo, sean buenos o malos, el mundo no los tendría’. Lo que quiero decir es que, en todo caso, mi responsabilidad es entregar al mundo un objeto pretendidamente bello».

Como es sabido, la rutina, la repetición, puede ensombrecer todo, hasta lo más preciado. Pero quizás la clave de un buen poema, de una literatura profunda, esté en siempre poder burlar esa trampa

Hay algo que carga la palabra «pretendidamente» que termina siendo iluminador para cualquier persona que escriba. Lejos de la confirmación de valor que tiene el objeto estético creado, se pone el peso en el oficio que conlleva armarlo. Si es pretendidamente bello, significa que uno puso sus pretensiones para que eso suceda. Pero, al final de cuentas, siempre va a ser el lector el que defina eso. Complementa el poeta nacido en Laredo en 1945: «se trata de crear un objeto bello para compartirlo con otros. Y siento que si no lo hago yo no lo va a hacer nadie. Lo digo desde mi propia experiencia, una experiencia muy privada».

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Jose Watanabe

Animal de Invierno (Bajo La Luna), de José Watanabe


Poner el foco en el ser compartido con otros corre el tabú de un tema central en la escritura: los lectores. Al respecto, Irene Gruss, una de las grandes poetas argentinas que formó parte de la camada de autoras publicadas en la década de los 80, me respondió en una entrevista: «Puede ser que el texto tenga la intención de que el otro no entre, porque al autor no le interesa. Eso es lo contrario, creo, a lo que se debería hacer, porque escribir es generoso. Si bien cuando yo escribo, escribo para mí, también lo hago para el lector de la manera menos explícita posible. No me gusta lo literal tampoco».

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En esa respuesta, la poeta marca uno de los límites más finos y complejos de un poema: dialogar con el espacio del lector posible. Si bien el estilo es el que va a marcar la forma de resolver ese problema -no es lo mismo apoyarse en el barroco o neobarroco que hacerlo desde el objetivismo, por ejemplo-, hay una decisión trascendental a tomar en un espacio muy reducido: ¿qué hacer para que el poema sea pretendidamente bello?

Encontrar una voz, un tono, un marco que pueda llamarse estilo, puede llevar toda una vida. Pero es lo que al final de cuenta justifica la incomodidad terrible que es la literatura, tanto para quien la lea, como para quien la escribe

Volvemos a Watanabe, que en la misma entrevista publicada en la revista Alforja destaca: «El estilo es el lugar donde deposito mi alma». Encontrar una voz, un tono, un marco que pueda llamarse estilo, puede llevar toda una vida. Pero es lo que al final de cuenta justifica la incomodidad terrible que es la literatura, tanto para quien la lea, como para quien la escribe. En el encuentro de taller donde vimos a Watanabe, una asistente dijo lo siguiente: «Me gusta leer poesía para que me cambie el humor». No había encontrado mejor definición que esa antes. 


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