Alejandra Laera y Martina Vogelfang actúan, Andrea Servera y Lisa Schachtel dirigen. Cuatro mujeres se reúnen para darle cuerpo a una otredad: ella. Más que una referencia prefabricada, Ensayo de ella se construye, se proyecta. Un estudio performático sobre el yo y su relación con el mundo de los objetos y la naturaleza.
por Milena Rivas
El proceso de Ensayo de ella se nutre, fundamentalmente, del vínculo ya existente entre sus integrantes. Alejandra es amiga de Andrea, quien es madre de Lisa, a su vez, amiga de Martina, todas convocadas por la sensibilidad artística: sus recorridos personales van desde la danza hasta el teatro, pasando también por la literatura.
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La intimidad en el espacio de trabajo posibilitó una absoluta confianza a la hora de arrojarse a la experimentación. “El texto tenía una potencia en sí mismo”, cuenta Servera a La Primera Piedra. “Una vez que lo empezamos a probar en escena, en relación a los objetos y al espacio, cobra otras formas de vida. Muta, se transforma. El texto también es cuerpo. Empieza a perder el borde.”
Las dos actrices recorren un espacio abstracto y despliegan acciones cotidianas que se complejizan: la preparación del café de todas las mañanas, la puesta en común de un repertorio de libros y de zapatos. Ponerse en los zapatos de la otra.
La plataforma textual oficia de trampolín en Ensayo de ella. De la palabra al movimiento centrífugo, aunque minuciosamente coreografiado. Las dos actrices recorren un espacio abstracto y despliegan acciones cotidianas que se complejizan: la preparación del café de todas las mañanas, la puesta en común de un repertorio de libros y de zapatos. Ponerse en los zapatos de la otra. Sí, se apela incluso a la literalidad como forma de transportarnos a cierta identidad entre ellas.
Sin embargo, no hay certeza de que se trate de la misma mujer en distintos momentos de su vida, como uno podría intuir desde el principio. La sugerencia no se deja vencer por afirmaciones tajantes. “No se trata de probar hasta hacerlo bien sino de ejercitar esos matices posibles. Como si se probaran hipótesis. Y, al no estar en la esfera científica, esas hipótesis pueden convivir entre sí”, observa Laera.
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La heterogeneidad de elementos en escena, que parecerían conformar un catálogo infinito, alimenta la dificultad para cerrar un sentido único y totalizante respecto de su propuesta. Es más, por momentos una quisiera que la palabra se silencie por completo para atender al estruendo magnífico de esos cuerpos que se rozan suavemente. Una danza que las atraviesa desde el principio cobra protagonismo bajo la dirección rítmica de “This is love”, una canción de PJ Harvey, otro horizonte compartido. Cada movimiento golpea el aire con decisión pues no existe más que un deseo de estirar lo más posible el presente que las reúne.
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Así como la música las transforma, también lo hacen las fotografías y las citas textuales proyectadas sobre una inmensa tela blanca que le dan otra dimensión a los objetos de la cotidianeidad.
En esta línea, Vogelfang afirma la propuesta grupal de hacer del cuerpo un protagonista, que genere impacto a cada instante. Así como la música las transforma, también lo hacen las fotografías y las citas textuales proyectadas sobre una inmensa tela blanca que le dan otra dimensión a los objetos de la cotidianeidad.
“Fue un armado muy colectivo. El mundo de la obra lo trajo Ale pero lo fuimos transformando, viendo cómo acompañar ese texto literario de manera tan extraña. En los trabajos grupales es muy importante estar abierto y disponible a los demás, por sobre todas las cosas”, concluye Vogelfang a La Primera Piedra.
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