Apuntes sobre la dulzura | Mantenga el corazón esperanzado, pero espere lo peor

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La certeza de vivir en no-lugares y lo que tenemos que comerciar todos los días para seguir viviendo a pesar de la idea de que siempre hay algo mejor ocurriendo en otro lado. La escritura como una pausa diminuta, un sticker que indica que fuimos censados, que pudimos quedarnos quietos esperando lo peor y esperanzados. 



«El mar se acerca y se va. Se acerca, se va. Como un comerciante hábil, en cada viaje entrega troncos, conchas, botellas plásticas, todo lo que no es de utilidad; a cambio, se lleva la huella sutil del invierno y la introspección», se lee en un fragmento de Asfalto, de Luis Chaves. En ese «road poem» dos personas que se sabe desde el principio que se van a separar hacen un viaje por todo el país en la ruta, una suerte de no-lugar lleno de especificidades.

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En esa misma línea, no puedo dejar de pensar en Los autonautas de la cosmopista, de Julio Cortázar y Carol Dunlop. A principios de la década de los 80, el escritor de Rayuela y la fotógrafa canadiense emprendieron una misión delirante: realizar la autopista París – Marsella que normalmente no demoraría más de 7 horas, pero que ellos se van a encargar de que se extienda por 33 días debido a una regla autoimpuesta: detenerse en al menos dos estaciones de servicio, hoteles, paradores, por día. De esa manera, podían habitar el no-lugar marcado siempre por el apuro.

Vuelvo a la imagen propuesta por Chaves en Asfalto: ¿qué traficamos diariamente en torno a nuestra calidad de vida? ¿Solo recibimos plástico a cambio de nuestra introspección?

¿Hace cuánto que vivimos en un no-lugar? Puede que la pandemia haya tenido mucho que ver en todo eso, pero a lo que me refiero es otra cosa: ¿realmente habitamos los lugares que habitamos? ¿O todo se redujo a cintas mecánicas que nos transportan de un lugar al otro mientras miramos la pantalla de un celular? Vuelvo a la imagen propuesta por Chaves en Asfalto: ¿qué traficamos diariamente en torno a nuestra calidad de vida? ¿Solo recibimos plástico a cambio de nuestra introspección?

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Luis Chaves

Luis Chaves. Foto: Gustavo Yuste


Vivir en una ciudad como Buenos Aires da la sensación de que siempre hay algo ocurriendo en otro lado, algo que nos estamos perdiendo. El llamado síndrome FOMO (siglas del témino en inglés ‘fear of missing out’) es más que conocido hoy en día: la ansiedad por sentir que todo el mundo la está pasando mejor que uno. Y no solo eso, ni siquiera estamos invitados esa fiesta. Si siempre hay algo mejor lejos, entonces cuesta saber dónde estamos parados realmente. Entonces, un nuevo síndrome: el de estar mirando el taxi que viene mientras perdemos el colectivo.

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En la escritura, esto puede ser devastador, ya que anula toda experiencia y la capacidad de captar las pequeñas cosas. Hebe Uhart ya lo decía en sus clases: «la literatura está hecha de detalles». Además, es un viejo cliché que la creación siempre es mejor cuando viene del desánimo o de la falta. En ese sentido, uno de los consejos del decálogo de la escritora estadounidense Joyce Carol Oates me parece fundamental: «Mantenga el corazón alegre, esperanzado. Pero espere lo peor».

En la escritura, esto puede ser devastador, ya que anula toda experiencia y la capacidad de captar las pequeñas cosas. Hebe Uhart ya lo decía en sus clases: «la literatura está hecha de detalles».

Escribir es estar negociando constantemente -igual que el mar- con el ánimo: ni demasiada oscuridad, ni demasiada alegría. Fotógrafos que ajustan el foco de la mirada de manera constante, pendientes del cuadro, los colores, la luz y, claro, el enfoque. Nada de eso se puede hacer sin dulzura y sin pesimismo por partes iguales. De alguna manera, en ese trabajo lento y artesanal, además de un texto, se está creando un lugar, una referencia en un mapa, la constancia de algo quieto a pesar del movimiento constante de todo.

Fernanda Laguna escribió en un poema: «No sé donde estoy,/ a veces por la noche grito/ ¡Mamá, mamá!/ y nadie responde (…) Igual aunque viviera en la otra cuadra tampoco me escucharía/ porque lo grito muy bajito/…mamá, mamá». El no lugar puede que sea cada vez más potente de cara al futuro. Que las casas en las que vivamos sean tan cambiantes como el humor y los chistes de moda. Pero en la escritura hay una pausa, quizás diminuta, como un sticker pequeño y blanco que dice «vivienda censada» y que va a despegarse con las próximas lluvias. 

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