New York, mundo animal de Gilda Bona, protagonizada por Yanina Gruden y El hombre de acero, de Juan Francisco Dasso, con Marcos Montes, ofrecen una experiencia doble de monólogos que pisan fuerte en la escena independiente. Dos funciones consecutivas los días sábados, a pocas cuadras de distancia, demuestran que en los dispositivos escénicos unipersonales el riesgo es su mayor potencia.
por Milena Rivas
Hace un tiempo cargo conmigo un prejuicio: ir a ver un monólogo es una empresa arriesgada. Quizás sea la desconfianza en una dramaturgia que pueda ser sostenida por una única figura actoral o —a la inversa— el miedo de que le intérprete no esté a la altura del texto. Lo que es cierto es que la gran mayoría de los dispositivos escénicos unipersonales a los que he asistido en los últimos años me han demostrado que el riesgo es su mayor potencia.
Les invito a New York, mundo animal de Gilda Bona y El hombre de acero de Juan Francisco Dasso, cuyas funciones consecutivas los días sábados a pocas cuadras de distancia hacen posible una experiencia doble de monólogos que pisan fuerte en la escena independiente.
Ábreme la jaula que quiero escapar
New York, mundo animal continúa a sala llena en su tercer año consecutivo en cartel. Un escenario despojado, pura negrura, alberga a lo largo de cincuenta minutos un abanico de mundos posibles, desde una vereda de barrio y un ring de boxeo que nunca existió, hasta un taxi que circula por la madrugada a lo largo y a lo ancho de interminables avenidas.
La Negra (Yanina Gruden) es un pez grande en una pecera pequeña y lo sabe. Ni la artimaña materna de esconder su valija logrará que se quede: escapar de su casa natal es el único canal viable para sentirse libre. Se tomará un avión de la mano de un hombre quince años mayor, clavará los tacos en el asfalto humeante de Nueva York y así le dará aire a la bestia que galopa en su pecho. O eso imagina. Nuestro personaje – ¿cómo no sentirlo propio cuando Gruden nos acerca con el mayor de los ímpetus todas las preguntas posibles acerca del deseo?- se chocará de frente con el frío de la Gran Manzana y la apatía de aquel animal salvaje que otrora la expulsaba de su casa.
La Negra (Yanina Gruden) es un pez grande en una pecera pequeña y lo sabe. Ni la artimaña materna de esconder su valija logrará que se quede: escapar de su casa natal es el único canal viable para sentirse libre. Se tomará un avión de la mano de un hombre quince años mayor, clavará los tacos en el asfalto humeante de Nueva York y así le dará aire a la bestia que galopa en su pecho.
No hay contradicción que no la atraviese en ese tiempo que parece suspenderse, así como en toda experiencia de espectación. Es otra y la misma, polaridades congregadas en ese galope detenido en el aire. Tampoco te entiendo, pero mientras tanto / ábreme la jaula que quiero escapar / hombre pequeñito, te amé media hora / no me pidas más. El poema sublime de Alfonsina Storni hace eco por todas las paredes de la sala, junto con el decir angustiante y el gesto enclaustrado de La Negra, articulados con la precisión de quien ha nacido para la escena y sabe tomar las riendas del más silvestre de los textos.
(Te puede interesar: La vuelta a Alfonsina Storni en 80 citas)
New York, mundo animal se presenta los sábados a las 19 horas en Teatro del Pueblo (Lavalle 3636) hasta el 26 de marzo. Duración aproximada: 50 minutos. Entradas vía Alternativa teatral.
Ningún par de ojos donde posar la mirada
Apenas dan sala, aparece el personaje interpretado por Marcos Montes, el actor o acaso una hibridación de ambos. Nos recuerda con gracia que apaguemos los teléfonos celulares y se vale de este primer momento para explicitar el código propio del monólogo: hablará a una silla vacía donde supuestamente está sentado su interlocutor que, por supuesto, no le responderá. Creará desde un simple —mas no por ello carente de profundidad escénica— acto de habla el cuerpo de Dionel, un amigo de su hijo Neo, a quien se dirigirá de allí en adelante. Con la seducción de un prestidigitador, de forma parsimoniosa y sin dejar entrever el zurcido, Montes va tejiendo un puente entre el marco metateatral y la ficción donde habita su protagonista.
El hombre de acero, ganadora del XII Premio Germán Rozenmacher de Nueva Dramaturgia (2019), es una obra escrita y dirigida por Juan Francisco Dasso que expone la última esperanza de un padre por conectar con su hijo de trece años, perteneciente al espectro autista.
El hombre de acero, ganadora del XII Premio Germán Rozenmacher de Nueva Dramaturgia (2019), es una obra escrita y dirigida por Juan Francisco Dasso que expone la última esperanza de un padre por conectar con su hijo de trece años, perteneciente al espectro autista. Ninguno de sus intentos parece llegar a buen puerto. El reciente e inevitable despertar sexual del preadolescente que dibuja compulsivamente múltiples versiones del rostro de Dionel (con quien Neo ha protagonizado un incidente) funciona como el marco ideal para las disquisiciones de este padre que revisa en voz alta, con la excusa de su interlocutor, su prontuario de errores, desilusiones y fracasos.
Habrá incluso lugar para el recuerdo de los primeros bailes de su juventud en esa búsqueda minuciosa por una respuesta que lo acerque a la orilla. A diferencia del desquicio grupal y excéntrico que propone Dasso en Que todas las vaquitas de Argentina griten MU, aquí funda con dulzura un acto de intimidad: la unión indiscernible entre tiranía y desazón no hacen sino conmovernos hasta la lágrima.
El hombre de acero se presenta los sábados a las 20 horas en Espacio Callejón (Humahuaca 3759) hasta el 26 de marzo y vuelve en abril con funciones los días domingos a las 19 horas. Duración aproximada: 50 minutos. Entradas vía Alternativa teatral.