En la segunda novela del autor se puede entrever la pasión por la literatura pese al ruido constante de todo nicho y lo impredecible que puede ser el destino cuando dos personas se cruzan. Escrita con cuotas de sarcasmo y suspenso, El punto de no retorno (Alto Pogo, 2021) confirma la pulsión y obsesión narrativa de Gonzalo Heredia.
¿Qué define que una persona sea considerada escritor? ¿Qué momento de la vida es el que recordamos como clave para emprender un camino largo, ingrato y tedioso como lo es el convertirse en un autor de ficción literaria? Esas preguntas no tienen respuestas, pero sí intentos reiterados para dar con una aparente fórmula mágica que solo algunos conocen. Santiago Cruz, el joven aspirante a escritor de El punto de no retorno, empieza a obsesionarse con eso.
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La segunda novela de Gonzalo Heredia gana en ritmo gracias a lo intempestivo del protagonista de su relato. Obsesionado con la escritura como una válvula de escape de una vida sin sentido que se desmorona. Iluminado por la escritura de Hernán Zaiétz, decide integrarse a sus talleres literarios sin saber las consecuencias que eso tendría en un futuro. En el medio, gracias a una dosis de sarcasmo controlada, se suceden imágenes caricaturescas del mundillo: autores y autoras intercambiando prestigio, atención y reconocimiento como si fuera una feria del trueque.
Con menos interés en la psicología del narrador y más ahínco en sus acciones, el motor narrativo de esta novela genera un ronroneo constante que seduce al lector.
En esa dirección, El punto de no retorno se distancia de la primera novela de Heredia –La construcción de la mentira (Alto Pogo, 2018) gracias a la velocidad de los hechos. Unas pocas semanas son suficiente para que todo cambie por completo. Con menos interés en la psicología del narrador y más ahínco en sus acciones, el motor narrativo de esta novela genera un ronroneo constante que seduce al lector.
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Ahora bien, es posible trazar una línea interpretativa que una a las dos novelas de Heredia: la capacidad de contar de manera solapada los puntos más importantes del relato. Así como en Construcción de la mentira Heredia trazaba una serie de reflexiones y consideraciones que servían de distracción para que la historia central avance, en El punto de no retorno es en los momentos de mayor tensión argumentativa en donde el silencio se roba el protagonismo para que el lector pueda terminar la historia por su cuenta.
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Excesos, abusos, recelos, inocencia y la ilusión de una receta mágica para la escritura llevan a que Santiago Cruz, ese joven trabajador de un bar que quiere escribir, empiece a experimentar situaciones inesperadas de la mano de Zaiétz, su pareja Mariela y los demás asistentes del taller. Poco de eso tiene que ver con la escritura en sí, pero al mismo tiempo parece imposible dejar algo interesante en la hoja si no hay tiempo de vivirlo para robar elementos precisos.
El punto de no retorno de Gonzalo Heredia: la escritura como descontrol, pero con un registro celoso de todo lo importante para escribir objetivamente a pesar de la subjetividad que destiñe todo lo que atravesamos.
El fatídico Faiétz lo deja en claro en un momento de la novela: «Me preguntó si sabia lo que era la originalidad. Levante los hombros. No iba a contentar, pero él tampoco esperó mí respuesta: El arte de robar cosas precisas. Eso es lo que te convierte en artista».
En una entrevista antes de fallecer, el gran poeta peruano José Watanabe destacaba en la misma dirección: «Más de una vez he dicho que mi poética es la del ojo; consiste en ver, en mirar. Y trato de describir como se describe en cine, con cierta objetividad, aunque el texto sea eminentemente subjetivo». Esa podría ser una gran definición de El punto de no retorno de Gonzalo Heredia: la escritura como descontrol, pero con un registro celoso de todo lo importante para escribir objetivamente a pesar de la subjetividad que destiñe todo lo que atravesamos. Después de todo, como se lee en la novela: «Un escritor es necesario cuando escribe lo que tiene que escribir, antes es algo inútil«.
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