¿Qué se hace cuando el silencio invade todo? Las técnicas que sirven para escribir deberían servir para vivir, dice Fabián Casas en su último libro Cómo encontrar poesía en el motor de un auto (UOIEA!, 2021). A continuación, un elogio a los maestros voluntarios e involuntarios que permiten descubrir la ficción del día a día. (Foto: EL INFORMADOR / P. Pérez-Franco)
La repetición no siempre asegura la enseñanza. O al menos el contar con las defensas altas. En mi caso, cada vez que vuelvo de vacaciones, me cuesta adaptarme al ritmo de la ciudad, a las obligaciones, a las miles de oportunidades. De repente, los planes se amontonan sobre ese colchón fino, desgastado y con manchas de humedad que puede ser el ánimo. Y siempre me toma por sorpresa.
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Es en esos momentos en donde la escritura brilla… por su ausencia. En esas semanas posteriores al descanso, el silencio también toma la forma de culpa. Como dice el poeta José Watanabe en una entrevista: «Siento que si no lo hago yo no lo va a hacer nadie. Lo digo desde mi propia experiencia, una experiencia muy privada, que no pertenece a otro sino a mí. Siento que si yo no escribo eso, se va a perder. Si no traduzco la versión de mi experiencia en poesía, ésta simplemente no existirá como objeto literario». ¿Cuántas imágenes se habrán perdido en el camino?
¿Por qué la escritura es un oficio ingrato? Porque no hay forma de saber qué es lo que uno está haciendo, nunca. La parte del lector que completa a un texto es tan impredecible como necesaria.
Ahora bien, la idea de este texto no es quedarse en la queja ni el lamento, sino que busca detenerse en la dulzura del intento de salir adelante. Para eso, hay un libro muy valioso que se publicó hace poco: Cómo encontrar poesía en el motor de un auto, editado por la flamante editorial UOIEA! Ahí se reúnen dos conferencias de Fabián Casas que se centran en la escritura, los mecanismos invisible que hacen a uno de los oficios más ingratos del mundo.
¿Por qué la escritura es un oficio ingrato? Porque no hay forma de saber qué es lo que uno está haciendo, nunca. La parte del lector que completa a un texto es tan impredecible como necesaria. El propio Watanabe señala en la entrevista que cité más arriba: «Lo que quiero decir es que, en todo caso, mi responsabilidad es entregar al mundo un objeto pretendidamente bello». Pretendidamente bello: podemos pretender, más bien el resultado es una incógnita.
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En el libro de Casas se reúnen dos congresos que el autor dio en 2019: el Segundo Congreso Internacional Witold Gombrowicz y la apertura del Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires (FILBA). En el primero, el autor de Ocio, va a apuntar sobre el autor polaco que vivió más de dos décadas en Argentina: «Los libros -que también son muy buenos- no pueden captar un excedente de vitalidad que tienen los diarios que, también, por supuesto, son ficción. Pero la ficción para mí es lo único que importa, lo que hace que la vida sea soportable».
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Leer eso me reconecta con la idea de escribir y puedo reconocer la primera falla: en los momentos de desorden, donde me abrumo, pierdo la capacidad de ver la ficción cotidiana. Entonces, es ahí en donde resulta imposible escribir: todo parece tan real e invasivo que imposible tomar distancia. En «Seis propuestas para los próximos millennials», el segundo texto que conforma Cómo encontrar poesía en el motor de un auto, Casas va afirmar: «No se puede enseñar a escribir, lo que se puede lograr es establecer ciertas condiciones para que las personas se emancipen, escriban o no». Pienso que eso es lo que logró Fabián conmigo en sus talleres hace más de seis años: liberarme de una dependencia emocional para escribir para poder captar lo que me rodea sin mi sombra invasiva.
El silencio no desaparece de golpe como una tendencia o un meme que se instala en las conversaciones, pero sí empieza a dejar pequeños huecos por donde entra la luz que permite mirar mejor.
Entonces, siempre que viene el silencio de escritura, primero dejo de lado la sorpresa inicial y me acuerdo de sus consejos, de sus claves de lectura, de la máxima que señala en el discurso del FILBA y que también dejó en un poema: «Una técnica que te sirve para escribir, también te tiene que servir para vivir; si no, es pura tecniquería». El silencio no desaparece de golpe como una tendencia o un meme que se instala en las conversaciones, pero sí empieza a dejar pequeños huecos por donde entra la luz que permite mirar mejor.
Ahora me encuentro escribiendo de nuevo, ordenando lo ya escrito antes de la pausa, reconociendo la ficción del día a día. Volver a los maestros, voluntarios e involuntarios, es una forma de retornar a ese momento eléctrico en el que el mundo dejó ver un nuevo sentido que nunca pudimos olvidar. En el medio, se apaga la voz constante del Yo que suena como una radio prendida en un shopping en época de fiesta. Gracias Fabián por esa técnica que sirve para escribir y para vivir. Como dice del propio Watanabe, volver a escribir es ver que «de pronto el mundo cambia de orientación y de ánimo».
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