¿Qué se hace frente a la presión de la alegría y el festejo? ¿Por qué existen las personas que lloran en sus cumpleaños? La lucha contra el imperativo de la felicidad puesta en una fecha íntima y sensible, junto a la idea de que existe un día en el que todo tiene que salir bien y, por lo general, ocurre todo lo contrario.
Hace unas semanas, antes de las fiestas de fin de año, Ernesto, librero de Acequia Libros, me preguntó cómo se me había ocurrido el título de Personas que lloran en sus cumpleaños (Paisanita, 2019). La duda surgía porque, al parecer, sus clientes compraban el libro intrigados por el nombre. ¿Pensarán que es un volumen de autoayuda? ¿Que es un estudio sociológico sobre las presiones que pesan sobre esas fechas? ¿O simplemente se ven interpelados porque ellos lloran en sus cumpleaños?
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Mi respuesta, como suele suceder, fue bastante derribadora de mitos: simplemente pasó que en una seguidilla de cumpleaños a los que había ido o de los que me habían contado, la persona homenajeada en algún momento se encerraba a llorar en medio de la fiesta. Por supuesto, no es algo novedoso: en 1963 Lesley Gore clavó un hit mundial con «It’s my party«. El estribillo, letal, dice: «It’s my party, and I’ll cry if I want to/ Cry if I want to/ Cry if I want to/ You would cry too, if it happened to you».
En el imaginario colectivo sobrevive la creencia de que todo debería organizarse para que seamos la persona agasajada por 24hs: trabajar menos (o simplemente no hacerlo), recibir atenciones de todo tipo, regalos especiales, no preocuparnos por ningún detalle. Pero en general pasa todo lo contrario.
La idea de que ese día del año, en el que por un momento parecemos ocupar el centro del universo y la atención de nuestros seres queridos, no pase todo como quisiéramos, es demoledora. En el imaginario colectivo sobrevive la creencia de que todo debería organizarse para que seamos la persona agasajada por 24hs: trabajar menos (o simplemente no hacerlo), recibir atenciones de todo tipo, regalos especiales, no preocuparnos por ningún detalle. Pero en general pasa todo lo contrario.
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Haber nacido un 9 de enero me preparó, sin embargo, a no tener expectativas para esa fecha. Algo que de alguna manera replico en muchos otros aspectos de mi vida, aunque no con demasiado éxito. Cumplir durante las vacaciones de verano implicaba que nadie de mis amistades estuviera en el mismo lugar que yo. Y ahí está la gran lección que me dio mi nacimiento: no pretender coincidir en tiempo y lugar con los demás ni intentar ser el centro de atención. Como dice un poema de Pogo, de Fabián Casas: «y ya no estamos seguros de ser el centro del mundo/ sino inquilinos de un barrio periférico».
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Ahora bien, llorar en el cumpleaños propio no es algo tan grave. ¿Quién no siente la tentación de quebrarse cuando todos los reflectores lo apuntan? Más si fue uno mismo el que decidió pararse en medio de la luz fría de la sala de espera de la felicidad. Una posible definición de las fiestas podría ser la siguiente: evento que sirve para saber quiénes están y quiénes no están en el mismo espacio con nosotros. Imposible no sentirse presionado con ese panorama.
Una posible definición de las fiestas podría ser la siguiente: evento que sirve para saber quiénes están y quiénes no están en el mismo espacio con nosotros. Imposible no sentirse presionado con ese panorama.
Decirle no a esos 15 minutos de fama que nos tocan por descarte en una sociedad del espectáculo es un gesto revolucionario, pero complejo. Quizás ponerse esa presión para tapar la otra presión que acarrean los cumpleaños sea demasiado. No sé, todo este texto fue un ensayo breve y a ciegas para pensar en la energía densa que acarrean estas fechas. Podría decirse que es porque este 9 de enero cumplí 30 años o porque en mi último cumpleaños efectivamente se cruzó la idea del llanto.
Pero también podría argumentar que lo único que intenté fue hacer un elogio de, en palabras del enorme poeta peruano José Watanabe, esa «vasta ternura que nadie sospecha, la paradoja/ de la bestia». Ahora me despido: ya se apagaron las luces y llega la torta con una pequeña llama en el medio dando inicio a los juegos olímpicos de los deseos.
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