Una persona acostumbrada a viajar entre distintos países se da cuenta con mayor facilidad de la relatividad de las cosas: cada moneda nacional marca una forma distinta de vincularse con el entorno. En ese sentido, la devaluación es una constante, al igual que pasa con los sentimientos, los recuerdos, los sueños. Los poemas de Luisina Gentile cargan con una propuesta novedosa: entre la prosa y el verso, las historias que se arman y se desarman con sensibilidad tienen el valor universal y relativo de una divisa desconocida.
Sobre la autora
Luisina Gentile nació en Resistencia, Chaco, 1989. Vive y estudia en California, Estados Unidos. El valor de las monedas es su primer libro.
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1 –
Las ciudades
son ante todo una idea
un invento de los pobres
para otros pobres.
Los ricos no notan la diferencia
entre un lugar y otro, todo es
extensión de su cuerpo.
Un tipo de cambio favorable
arruina tu imaginación.
Así que conformate
con imaginar el mundo desde tu pueblo
que es lo único que se parece a sí mismo.
Tomate de un tiro toda tu suerte,
quedate pobre, abrí esa botella.
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2 – Al volver de Calgary a Nueva York por segunda vez fui a la playa
Y de repente vi a las doscientas millones de personas que habitan la ciudad todas juntas, las panzas, los rulos, la piel sus diferencias y similitudes, las banderas flameando en las casas de madera, el sol ponerse, la arena en los pies, los carteles de las inmobiliarias, de los taxis, el lugar exacto donde las calles se cruzan y estamos esperando al uber. Era otro lugar, era otro lugar y era también verano y yo sentía que los ojos se me iban para todos lados como si todo el tiempo perdido me los intentase abrir de golpe y yo estaba tan agradecida, tan agradecida de toda esa avalancha que pedí perdón, me pedí perdón por ser tan pelotuda.
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3 –
Estoy practicando el «objetivismo»
y otros recursos afines
para evitar mi tendencia
a ser tan literal.
Estoy intentando volverme mas metafórica
o abstracta pero todavía tengo que aprender
más recursos, para que si alguna vez
llegás a mis poemas
no te reconozcas.
Así, en lugar de decir
«extraño verte con tu saco rojo»
o directamente «extraño verte»
hablaré de cosas que transmitan
más abstractamente esa idea,
algo así como: «falta un color primario
para comprender el sentido de los mapas»
o «las sombras ya no juntan las distancias
entre los puntos, como si fueran nubes».
Si lograse escribir algo así
podrías leer el primer poema
que técnicamente podría hablar
como podría hablar
de mí o de vos
o de nosotros dos.
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4 –
Voy cruzando la cordillera
y recuerdo las batallas
de Chiloé.
Los motoqueros
extienden sus brazos
con flecos de cuero
intentando agarrar
los pesos argentinos
que voy tirando
desde esta avioneta.
¿Para qué quieren
pesos argentinos
los motoqueros
chilenos?
«¡¿Para qué los quieren?!»
les grito.
Ellos prefiere
ignorarme y aceleran
desafiando la gravedad
como granos de arena.
Mientras tanto:
El valor de las monedas
sigue devaluándose al viento
como un compendio
de relaciones rotas.
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5 –
Los gondolieri acomodan la luna para los turistas
Cuando nadie los ve, al atardecer, discuten:
«Hay que subir un poco más la luna»
Los gondolieri pueblan la ciudad de personas que cuelgan su ropa recién lavadas en las ventanas y mueven el agua con sus remos y le echan sal y más sal y hace sonar las campanas de las iglesias y le dictan a los pájaros cuándo salir a volar y arman el listado de las canciones que tocarán los violinistas y vuelven tenues las luces de la plaza principal.
Los gondolieri llenan sus cantimploras de vermut, brindan orgullosos del brillo de nuestros ojos, los turistas.
Caída la noche, los gondolieri encargados de montar la ciudad, en remeras a ratas, hablan de negocios y sueñas con el verdadero mar.
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