Un relato que se mueve entre la narrativa y la poesía y que pone en palabras las sensaciones de un cuerpo que busca encontrar nuevas formas de habitar el mundo. En La vida normal (Overol, 2021), de Clara Muschietti, los sentidos funcionan como interruptores que movilizan recuerdos y reflexiones alrededor de una enfermedad.
¿Qué recuerdos nos acompañan sin que lo sepamos? ¿Qué puede traerse a la superficie a través de las sensaciones más sutiles? ¿Cómo poner en palabras la fragilidad del cuerpo? Algunas de estas preguntas surgen de La vida normal (Overol, 2021), de Clara Muschietti, un libro que se compone de cincuenta y cinco fragmentos breves y que arman un relato que se balancea entre la narrativa y la poesía. Anécdotas concisas, reflexiones y expresiones de deseo trazan una búsqueda para comprender cómo habitar el mundo cuando se atraviesa una enfermedad crónica.
¿Qué recuerdos nos acompañan sin que lo sepamos? ¿Qué puede traerse a la superficie a través de las sensaciones más sutiles? ¿Cómo poner en palabras la fragilidad del cuerpo?
El orden de los fragmentos es clave: arman un hilo que nos conduce por diferentes etapas de la vida y se intercalan con el recorrido de una narradora que intenta poner en palabras algo que el afuera parece no comprender. “Quisiste explicar todos esos síntomas. Pero no quiso escucharlos. No entendió que eran la punta del iceberg”. Y en este camino el cuerpo, siempre presente, es el protagonista. Lo sensorial se pone en juego una y otra vez, ya sea en la vuelta al barrio, en encuentros de la infancia, con la familia y también con personas desconocidas. El impacto de lo físico es claro ya desde el inicio del libro: “Salvé a una mujer de morir. Paré el tránsito con mi cuerpo. Los autos frenaron casi a mis pies”, se cuenta en las primeras frases.
(Te puede interesar: ¿Nueva normalidad?: seis libros de poesía para pensar el futuro)
Las oraciones breves y concretas tienen la fuerza para describir escenas que quedan grabadas tanto por lo que dicen como por lo que no. Los silencios configuran párrafos filosos, dejan preguntas flotando en el aire que, desde la lectura, se completan acercándose al mundo anímico de la narradora. Puede leerse por ejemplo: “El sistema nervioso es como el cableado de una casa, si se sobrecarga una parte deja de funcionar. Los médicos no me pueden ayudar, pero entendieron cómo hablarme”. En este recorrido, una imagen que se repite es la del mar como lugar de pertenencia, pero también de pérdida, de duelo y de peligro: «Cruzás toda el agua y te quedás en esa costa porque ahí parece que todos hacen más o menos las cosas como vos«.
(Te puede interesar: Todo lo que hay dentro, de Edwidge Danticat: las caras de la pérdida)
Las oraciones breves y concretas tienen la fuerza para describir escenas que quedan grabadas tanto por lo que dicen como por lo que no.
Como una cámara que se aleja para mirar desde otro ángulo, asistimos a los movimientos de un cuerpo que busca comprender, desdoblarse, reconocerse y encontrar nuevas formas de habitar el mundo, preguntándose por las posibilidades de eso que llaman “vida normal”, algo mucho más complejo de lo que puede indicar una simple prescripción médica.