“Pero, ¿por qué somos así? Qué mal nos hicieron”, exclama Lila en el baño de la fiesta a sus amigas. Después de lamentarse frente al espejo por la forma de sus cuerpos y sus caras, ella dispara esa cortísima pregunta, como una chispa de consciencia. La cultura influencer cobra prestigio, difundiendo clínicas de estética y tratamientos “no invasivos” que acercan los cuerpos, cada vez más, al deseo de la hegemonía capitalista. ¿Por qué seguimos dándole poder a quienes difunden la disconformidad constante con unx mismx? (Foto: Mateus Campos Felipe en Unsplash )
Antes de abrir los ojos
Suena el despertador y la primera visión del día es una pantalla táctil que muestra las notificaciones recibidas en las horas de sueño. Como si la rutina no pudiera arrancar sin esta acción, o ya como parte de la rutina misma, desbloqueamos con nuestros dígitos, dibujo de líneas que unen puntos de las formas más extrañas, o tan solo deslizamos una pantalla liberada al mundo.
Lo primero en ser abierto dependerá de gustos, necesidades, generación, o lo que haya ocurrido la noche anterior. Mail para lo laboral, Whatsapp para los mensajes de los más allegados, Twitter para las noticias más importantes de la forma más efímera e Instagram… para todo lo demás.
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Instagram, a diferencia de las demás redes mencionadas, tiene un atractivo visual enorme. Porque allí, en el mundo de los influencers, todo tiene que ser tentador. El inicio, o feed, es tan solo una puerta sin llave a los círculos adictivos de las stories y a la lupita que todo lo tiene, que todo lo muestra, que todo lo vende. Ahí, en ese mundo de noticias y publicaciones ajenas, conformada por una suerte de cuadrícula, se ponen lado a lado, formando un rompecabezas cuadrado perfecto, los perfiles más dispares entre sí. Para que la oferta sea ecléctica, aleatoria, tentadora para cualquier consumidor, en cualquier momento y, más aún, con una nueva profesión específicamente dedicada a generar contenido y difundir recomendaciones.
Instagram, a diferencia de las demás redes mencionadas, tiene un atractivo visual enorme. Porque allí, en el mundo de los influencers, todo tiene que ser tentador. El inicio, o feed, es tan solo una puerta sin llave a los círculos adictivos de las stories y a la lupita que todo lo tiene, que todo lo muestra, que todo lo vende.
“Influencer” dice el graff de incontables invitados a programas de televisión y participantes de los realities más vistos de la TV nacional. Como fue el caso de Belu Lucius y La Chepi en Masterchef, en la misma escala que Boy Olmi y Patricia Sosa ¿Qué es ser influencer? Preguntaban las generaciones mayores cuando esta nueva especie se colaba en el prime time de Telefé para invadir su territorio. Y así, con un simple título laboral escrito entre comillas, colocado en la esquina inferior del televisor, esta nueva profesión terminó de afianzarse, ya no en lxs más jóvenes, sino en todas las edades.
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Pero sumado a su tarea de ampliar el consumo y recomendar marcas, el impacto de estas figuras encontró su mayor influencia en mostrar cómo deberíamos vestirnos y vernos físicamente. Como consecuencia, un nuevo fenómeno empieza a surgir. Las caras que figuran en la lupita, se ven distintas a como las conocíamos. Angulosas, bronceadas, con los ojos agrandados, las narices perfectas y los pelos suaves. Una nueva forma de cirugía estética llega disfrazada con el filtro de Instagram.
Deformidad hegemónica
“A vos te quedaría muy bien el Cat Eye”, dice Lila, de 21 años, mirándose al espejo con dos amigas. Se agarran las caras, se las estiran, juegan a un juego macabro. Se miran los brazos y se lamentan por sus tops musculosas que no les permiten ocultar la gordurita del costado. Se quejan de la panza de birra. Se retocan el labial, se colocan el barbijo, y salen del baño de vuelta a la civilización.
Porque la estética influencer, promovida por aquellxs que tienen miles (e incluso millones) de seguidores, ya no es solamente la flacura extrema y la ropa cara, sino también un aspecto facial muy específico: el que imponen los filtros de Instagram. Entre los efectos caricaturescos que deforman los rostros, agrandan los ojos y los labios de formas graciosas, llegó hace poco una nueva manera de deformidad. Una deformidad hegemónica.
La estética influencer, promovida por aquellxs que tienen miles (e incluso millones) de seguidores, ya no es solamente la flacura extrema y la ropa cara, sino también un aspecto facial muy específico: el que imponen los filtros de Instagram.
Los filtros para las selfies de las stories pasaron a ser una simulación de cirugía estética: con labios gruesos, narices respingadas y ojos achinados, las influencers continúan con su incansable campaña de “¡Amen sus cuerpos!”. Se filman proclamando esto, dirigido a lxs adolescentes que las ven, siempre, detrás de un filtro. Lo peligroso es que eso, a diferencia de una costosa y dolorosa cirugía estética, está a tan solo un click de distancia. “Probar efecto” y las caras pasan a ser todas iguales, todas hijas de la hegemonía patriarcal, todas recién salidas de un quirófano plástico de mentira.
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Pero el capitalismo llega rápido para realizar fantasías y entrar en carrera con la “cirugía virtual”: aparece en forma de nuevos canjes, que lxs famosxs de las redes se ocupan de difundir. Nuevos productos con criógeno para reducir celulitis, de procedimientos con ácido hialurónico, de perfilado de labios, tratamientos para reducir adiposidades, etc, etc.
Filmándose en clínicas de estética, mientras máquinas pasan por sus piernas para sacar la celulitis y agujas se clavan en su abdomen para reducir la grasa, las influencers (y uso el femenino porque las mujeres siguen siendo las más perjudicadas por estas exigencias) insisten en que “no duele” y es “sano para tu cuerpo”.
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¿Por qué somos así?
Antes de subirse el barbijo y salir de nuevo a la fiesta, después de varios minutos de charla frente al espejo y fotos haciendo puchero en broma tras sus ridículos lamentos, Lila exclama “Pero, ¿Por qué somos así? Qué mal nos hicieron”. ¿Quién nos hizo de esta manera? ¿Por qué acudimos a filtros que deforman la realidad de nuestras caras? ¿Por qué se considera capaz de influenciar a gente que promueve, desde las redes, la necesidad constante de modificar y “mejorar” nuestros cuerpos?
Es un bombardeo cotidiano, representado por estas figuras de Instagram, hijxs innegables del capitalismo, que tras un mensaje de amor propio difunden métodos para acercar los cuerpos, cada vez más, a lo que la hegemonía capitalista quiere. Y lo hacen ocultando sus rasgos debajo de un efecto, que termina por retocarles todo aquello que los demás tratamientos “no invasivos” no.
Detrás de la estética influencer, que es otro nombre para llamar a la hegemonía tortuosa de siempre, se sigue gestando un descontento constante con el propio cuerpo. Ahora multiplicado por los más de 10 mil seguidores que tiene cada una de estas figuras de las redes.
Detrás de la estética influencer, que es otro nombre para llamar a la hegemonía tortuosa de siempre, se sigue gestando un descontento constante con el propio cuerpo. Ahora multiplicado por los más de 10 mil seguidores que tiene cada una de estas figuras de las redes. Y ahí, entre esos miles, están las chicas de los baños, las amigas de las fiestas, que mientras se retocan el maquillaje se lamentan y siguen deseando tener otros cuerpos y otras caras.
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