Juegos Olímpicos Tokio 2020: romper las reglas del deporte conservador

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Esta edición de los Juegos Olímpicos dio mucho de qué hablar: una larga lista de deportistas que buscaron torcer las reglas conservadoras de los deportes y del núcleo mismo de lo que se considera el «espíritu deportivo». Gestos políticos que quebraron esa disciplina milimétricamente calculada y que permitieron extender el debate sobre la equidad y la diversidad en el deporte, pero también que pusieron en jaque la idea del heroísmo sacrificial. En esta nota, un repaso por lo que cambió y por las voces que pusieron en jaque los manuales de etiqueta. 



Cuando los Juegos Olímpicos modernos se inauguraron por primera vez, en 1896, las mujeres tenían prohibida la participación. Su principal impulsor, el francés Pierre De Coubertin, identificaba al “héroe olímpico” como “el adulto masculino individual”: de allí el lema de la competencia “El más alto, el más rápido, el más fuerte” – “Citius, Altius, Fortius” en latín -. Para este aristórcrata, el papel de las mujeres era el de “dar a luz y coronar vencedores”. Desde mucho antes, durante la consolidación de las teorías gimnásticas del siglo XIX, se consideraba que el deporte no era apropiado para ellas y que su desempeño no sería un espectáculo interesante para el público. De Coubertin presidió el Comité Olímpico hasta 1925, pero se continuaría declarando contrario a la inclusión de las mujeres por años, a medida que comenzaron a ocupar un lugar en las distintas disciplinas. Aunque hoy en día la situación es otra, no fue hace tanto que se consideraba que las mujeres no podían correr más de 200 metros  o que no tenían habilitada la posibilidad de competir en deportes grupales.

Cuando los Juegos Olímpicos modernos se inauguraron por primera vez, en 1896, las mujeres tenían prohibida la participación. Su principal impulsor, el francés Pierre De Coubertin, identificaba al “héroe olímpico” como “el adulto masculino individual”: de allí el lema de la competencia “El más alto, el más rápido, el más fuerte” – “Citius, Altius, Fortius” en latín –

En este sentido, los Juegos de Tokyo 2020 marcaron un giro respecto de ediciones anteriores, reflejando el cambio de época a la par de la expansión de los movimientos feministas durante el último tiempo. Con una participación de 6106 varones y 5550 mujeres, estas últimas han representado un 47,7%, el mayor porcentaje en la historia de las Olimpíadas modernas, estando muy cerca de la paridad, meta para la futura edición de París de 2024. Un camino lento pero seguro: si vamos hacia atrás, encontramos que el piso de 10% de participación femenina se alcanzó recién en los juegos de Helsinki de 1952 y no fue hasta Londres 2012 que hubo una atleta compitiendo en todas las categorías, hecho por el cual esa edición fue nombrada como “Los Juegos de las Mujeres”. El próximo avance histórico fue en Río 2016, cuando se habilitó por primera vez la competencia para personas trans sin que estuviese obligadas a someterse a cirugías, condición impuesta desde Atenas 2004. Fue así como en Tokyo 2020 participaron por primera vez dos personas trans entre 162 competidores LGBTIQ+, el número más alto de la historia.

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Los primeros gestos de voluntad del Comité Olímpico Internacional (COI) para fomentar la igualdad habían comenzado en la década del 90, estableciéndose que todos los nuevos deportes que se incorporaran desde 1991 debían ofrecer al menos un evento para mujeres. Pero fue en 1996 cuando se emendó la Carta Olímpica para incluir entre sus fines «estimular y apoyar la promoción de las mujeres en el deporte, a todos los niveles y en todas las estructuras, con objeto de llevar a la práctica el principio de igualdad entre el hombre y la mujer». En 2007, el Comité volvió a realizar una modificación prohibiendo  “cualquier forma de discriminación contra un país o una persona basada en consideraciones de raza, religión, política, sexo y otros motivos”. Este año, la edición de Tokyo 2020 tuvo como novedad la modificación en el juramento olímpico, que incluyó los términos “inclusión e igualdad”. Además, por primera vez, todas las delegaciones nacionales tuvieron que contar con al menos un atleta varón y una mujer, mientras que la ceremonia inaugural contó con paridad en duplas de abanderados. Por su parte, los eventos mixtos ascendieron de 9 a un total de 18.

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Juegos Olímpicos

Santiago Lange y Cecilia Carranza, abanderadxs argentinxs en Tokyo 2020//Foto: Voleyplus


Por supuesto que, a pesar de todos estos avances, las brechas persisten y es válido preguntarse por la extensión de esta paridad. Cuando analizamos las estadísticas dentro del COI, encontramos que la asamblea tiene un 37,5% de mujeres, un porcentaje que desciende al 33,3% en su Comisión Ejecutiva. Aunque en las diferentes comisiones representan el 47,8%, muchas de las integrantes se repiten en varios grupos. Sí es destacable que, este año el comité organziador estuvo presidido por segunda vez en la historia por una mujer, que sustituyó al anterior presidente por sus comentarios misóginos. Pero la mayor brecha se encuentra entre las entrenadoras y las juezas de competencias: según un informe del propio COI de 2018, en las últimas cuatro ediciones de los Juegos Olímpicos, incluyendo tanto los de verano como los de invierno, las árbitras no alcanzaban ni siquiera un tercio del total, mientras que las entrenadoras no pasaban del 11 %, números que no han variado demasiado en esta última edición de Tokyo.

Más allá de las estadísticas, los Juegos Olímpicos han dejado también otros interrogantes claves: ¿cómo se vive realmente esa búsqueda de paridad al interior de las competencias? ¿El incremento de mujeres vino efectivamente acompañado de menor discriminación?

Más allá de las estadísticas, los Juegos Olímpicos han dejado también otros interrogantes claves: ¿cómo se vive realmente esa búsqueda de paridad al interior de las competencias? ¿El incremento de mujeres vino efectivamente acompañado de menor discriminación? Tokyo 2020 ha dejado muchos momentos que permitirían responder estas preguntas y que además muestran la conciencia que se ha generado alrededor del mundo y que hace eco de las denuncias de los feminismos. Uno de ellos fue el reclamo de Ona Carbonell, integrante del equipo español de nado sincronizado que elevó un pedido al comité olímpico para llevar a su bebé con ella y poder así continuar amamantándolo durante el período de lactancia. Al igual que ella, fueron muchas las atletas que se encontraban en la misma situación y reclamaron condiciones básicas para conciliar tareas de cuidado con la competencia olímpica. Sin embargo, los requisitos del gobierno japonés que establecían que los bebés tenían que quedarse, por protocolo, con familiares acompañantes alejados de la Villa Olímpica y que las atletas lactantes debían abandonar su burbuja para amamantar, hacía imposible la situación.

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Otro caso que tuvo repercusión fue el del sexismo reflejado en los uniformes, frente al cual muchas deportistas decidieron levantar la voz. Esa fue la decisión de la selección noruega de handball femenino, que modificó su traje al usar un short en lugar de una bikini, explicando sentirse expuestas, sobre todo en comparación de sus pares varones que visten shorts y remeras holgadas. A pesar de la clara diferencia, la Federación Europea de Handball decidió multar a la selección con 150 euros por persona por “no seguir el reglamento”, en una clara postura conservadora que continúa fomentado la sexualización de las atletas para su exhibición – y para las marcas que funcionan de sponsors – antes que el rendimiento deportivo. El otro equipo que denunció la sexualización fue el de las gimnastas alemanas, que decidieron participar con trajes de cuerpo entero en lugar de los tradicionales maillots cortos, con los que no se sentían cómodas, algo que ya habían llevado adelante en el campeonato de Europa disputado en Suiza en el mes de abril. 

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Equipo alemán de gimnasia artística y rítmica. // Foto: as.com


 

Tampoco se pueden dejar fuera de estas menciones las discriminaciones que rodean a deportistas trans. Como se mencionó anteriormente, esta edición contó por primera vez con la participación de dos: Quinn, de la selección de fútbol canadiense y Laurel Hubbard, neozelandesa que compitió en levantamiento de pesas. A pesar de que el COI ya no obliga a personas trans a someterse a cirugías para ser admitidas en las competencias, aún tienen que demostrar que sus niveles de testosterona estén debajo de lo que está determinado como los valores “habituales” para mujeres cis. A esto se suma la prohibición de competir bajo otra adscripción genérica durante el lapso de cuatro años. Pero más allá del reglamento del comité, no tardaron en llegar  las críticas desde el interior del deporte. Anna Van Bellinghen, su rival y atleta belga calificó su participación como “una broma de mal gusto” y el presidente de la Federación española de Halterofilia declaró que le parecía “injusto”, que a pesar de las normas el tema “debe ser estudiado en el futuro” y que Hubbard probablemente no hubiese clasificado para la prueba masculina antes de su transición y que en cambió ahora “tiene opciones de medalla”.

A pesar de que el COI ya no obliga a personas trans a someterse a cirugías para ser admitidas en las competencias, aún tienen que demostrar que sus niveles de testosterona estén debajo de lo que está determinado como los valores “habituales” para mujeres cis.

Además de las reacciones conservadoras y violentas, es importante llamar también la atención sobre la decisión del COI de establecer los niveles de testosterona “permitidos” para el ingreso a las competencias, a pesar de que no hay estudios determinantes sobre la supuesta ventaja por sobre atletas mujeres cis. De hecho, a lo largo de los últimos años se han realizado investigaciones que muestran que para la mayoría de los deportes los niveles de testosterona no tienen correlación con un mejor desempeño. Aún así, el propio COI sigue alimentando un mito en casos como el de la corredora sudafricana Caster Semenya que tiene lo que se denomina “síndrome de hiperadrogismo”, lo que genera que sus niveles de testosterona sean más elevados que el promedio establecido por el comité. La deportista tiene marcas destacadas, pero no acercan de ninguna forma a las masculinas.

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Sin embargo, luego de que su performance mejorara en 2009, otras deportistas la denunciaron. La decisión del COI fue que no podría competir a menos que redujera sus índices con una terapia médica innecesaria que podría traer efectos secundarios crónicos, algo a lo que Semenya se negó, quedando fuera de la competencia olímpica. Su caso no es el único: también están las corredoras namibias Christine Mboma y Beatrice Masilingi, con marcas que les habrían permitido entrar en la competencia olímpica si la Federación Internacional de Atletismo no se los hubiera prohibido por sus niveles naturales de testosterona. La solución del COI fue que ellas intentaran cambiar su organismo para ajustarse a los parámetros, sin mucha deliberación. ¿Por qué hacerlo? ¿Alguien pensó lo mismo en el caso de Michael Phelps con características físicas  que lo hacen imbatible en natación? ¿O con Usain Bolt, que gracias a sus fibras musculares de contracción rápida que le permiten un desempeño excepcional?

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Laurel Hubbard, primera atleta trans en participar de los JJOO// Foto: Reuters

 


En cuanto a romper reglamentos se refiere, mención aparte merece la gimnasta estadounidense Simon Biles. Campeona nacional, mundial y olímpica, la deportista de 24 años considerada una de las «estrellas» de Estados Unidos, anunció su retiro de la prueba final por equipos luego de algunos aterrizajes errados en la prueba de salto. Comentaristas y audiencia que la habían visto alcanzar el pico de su carrera en Río 2016 se preguntaban qué pasaba, pero ella fue firme: «No estoy lesionada, y por eso di un paso al costado, para no hacer algo que podría lastimarme». «Creo que hay que priorizar la salud mental porque en caso contrario no vas a disfrutar del deporte y no vas a tener éxito, no pasa nada por dejar pasar una competencia para centrarse en una misma, eso demuestra lo competitivo que se es en lugar de seguir luchando contra ello», declaró en una conferencia de prensa. 

Las palabras de Simone fueron poderosas porque pusieron en jaque algo que nadie esperaba: la misma idea de «espíritu deportivo» que la maquinaria de los Juegos Olímpicos ha sostenido de forma histórica sobre la figura de atletas construidas desde el heroísmo.

Las palabras de Simone fueron poderosas porque pusieron en jaque algo que nadie esperaba: la misma idea de «espíritu deportivo» que la maquinaria de los Juegos Olímpicos ha sostenido de forma histórica sobre la figura de atletas construidas desde el heroísmo. El lema original de Pierre De Coubertin, «el más alto, el más rápido, el más fuerte», no solo encarnaba el machismo en el deporte, sino también la creencia de que el sacrificio está en la base de la competencia. Que ser un atleta en los Juegos Olímpicos es formar parte de un grupo especial, que se destaca por sus habilidades pero más por su disciplina: no se quejan, no se rinden, no vacilan, tienen los ojos en la menta para llevar adelante un ideal de perfección. Como si no fueran humanos. Simon Biles corrió ese velo: «No somos entretenimiento», sentenció y desarmó los engranajes de aquello que estaba planeado hasta el último centímetro para abrir también el debate sobre la forma en que se expone el tema en los medios de comunicación y dentro del deporte y dejar en claro que hablar de salud mental no es debilidad.


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