La historia de las mujeres en la literatura

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La presencia de las mujeres en la literatura varía según la época que se decida analizar. Al comienzo, las autoras estaban ocultas bajo seudónimos o recluidas en sus hogares. Con el avance del tiempo, y del movimiento feminista, se logró visibilizarlas y así, dar paso a obras fundamentales para el arte literario y a una escritura diversa, alejada de una visión divisoria de géneros.



En el siglo XIX, la opresión masculina sobre las figuras femeninas era una fuerza invisible. A veces tomaba forma en nombres de varones inexistentes que les quitaban el crédito de su trabajo y, otras, en un sometimiento constante que las mantenía ocultas y encerradas. El camino para las escritoras de esa época tenía pocas salidas: cambiar su identidad o llevar una vida de encierro. Para comprender las bases de la escritura feminista es necesario, entonces, mirar nombres masculinos porque es detrás de estos que se encuentran escondidas las grandes escritoras del siglo XIX: como resultado del rechazo a la creación femenina, las mujeres escritoras se convirtieron en escritores.

En el siglo XIX, la opresión masculina sobre las figuras femeninas era una fuerza invisible. A veces tomaba forma en nombres de varones inexistentes que les quitaban el crédito de su trabajo y, otras, en un sometimiento constante que las mantenía ocultas y encerradas

Nombres como Currer Bell, Ellis Bell o A.M Bernard, adjudicados a autores hombres, son en verdad seudónimos que encubrían a las verdaderas mentes detrás de grandes obras de la época. Currer Bell y Ellis Bell fueron las firmas que utilizaron las hermanas Brontë para poder publicar sus novelas; la primera corresponde a Emily Brontë, escritora de la aclamada Cumbres Borrascosas, publicada en 1847 y la segunda oculta a Charlotte Brontë, creadora de Jane Eyre, en 1874. Louisa May Alcott, quien de todos modos en el siglo XIX pudo salir a la luz como autora de su éxito Mujercitas, tuvo primero que hacerse un lugar. Y ese espacio fue concedido por su alter ego: A.M Bernard. Bajo este seudónimo publicó varias obras, una de ellas es Tras la máscara, o el poder de una mujer, sobre una protagonista que debe ocultarse bajo una máscara (tal como su creadora lo hace bajo otro nombre) para conseguir sus objetivos.

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Otra forma de opresión para las artistas femeninas era mantenerlas aisladas del resto de la sociedad. Este fue el caso de Emily Dickinson, la poeta estadounidense que se veía discriminada por actitudes inapropiadas para una mujer en esa época, como por ejemplo no casarse. Ella encontró un resguardo en el encierro: desde el mundo de su habitación creó los poemas que cambiaron la literatura para siempre. Similar a las anteriores autoras, Dickinson también prefirió publicar algunos de sus trabajos en el anonimato. A pesar del encierro, la firma anónima y los intentos por conseguir un espacio en el mundo literario, menos de una docena de los poemas de Emily Dickinson fueron publicados en vida.



Mujeres en la literatura

Mujeres en la literatura. Las hermanas Brontë


Con la llegada del nuevo siglo, se produjo una revolución. Alejada de la rebeldía en silencio de las grandes mujeres del siglo XIX, el siglo XX trajo literatura con nombres femeninos. Además de superar el deber de esconder su identidad, a partir de 1900 las escritoras se dedicaron a obras que se centraron en temas como la desigualdad de género y la violencia machista. De esta forma, sentaron las bases fundamentales para el movimiento feminista, que empezaba a universalizarse. 

En 1928, Virginia Woolf escribió Una habitación propia. Basado en conferencias realizadas en diferentes universidades exclusivas de mujeres, este es un ensayo feminista dedicado a las escritoras que debieron encontrar su lugar en el mundo literario de hombres. Woolf critica, con el material volcado en su libro, las condiciones a las que se vieron reducidas las creadoras mujeres, que vivían en la discriminación y sin ningún tipo de autonomía. Así, se lee por ejemplo en su obra: «Una mujer debe tener dinero y una habitación propia para poder escribir novelas; y esto, como veis, deja sin resolver el gran problema de la verdadera naturaleza de la mujer y la verdadera naturaleza de la novela.

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En 1949, Simone De Beauvoir publicó El segundo sexo, un ensayo que trata sobre cómo se concibe a la figura femenina en el mundo. A partir de la crítica a la concepción existente sobre ser mujer siempre respecto de algo (esposa de, madre de, etc.), no solo da a luz una literatura que impulsa a rearmar los cimientos de la sociedad, sino que su obra es también un homenaje a aquellas escritoras que se vieron forzadas a ocultarse, justamente, por ser mujeres en una sociedad de hombres

La serie El cuento de la criada, que hoy es parte de la actualidad, logró adentrarse en la vida cotidiana y revivió, además, la novela original: una historia creada por Margaret Atwood, en 1985. Desde un futuro distópico, El cuento de la criada analiza el rol femenino en la sociedad capitalista y patriarcal: tras una epidemia en la que se reduce la fertilidad, las familias de mejor posición económica utilizan “criadas” para la reproducción, una nueva forma de esclavitud. Atwood escribió así no solo una de las obras más influyentes de esa época, sino también una fuerte crítica a la imposición de la maternidad y la violencia ejercida hacia las mujeres.

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Con la herencia de estas heroínas literarias, la escritura de las mujeres del siglo XXI cobró vida propia. La lucha continúa y los ensayos feministas siguen siendo igual de influyentes como por ejemplo: La teoría de King Kong de Virgine Despentes, publicado en 2006. Pero el verdadero logro de estas luchadoras fue conseguir que la literatura femenina fuera entendida  como legítima literatura. Esta nueva era tiende a la no división y a la diversidad. Las escritoras forman parte del mundo literario – no sin los conflictos que aún resta resolver de la sociedad patriarcal – y sus obras cuentan con temáticas libres, que pasan por la ciencia ficción, el amor, las autobiografías ficcionadas y mucho más.

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Mujeres en la literatura

Mujeres en la literatura. Margaret Atwood


Mariana Enríquez es un nombre que resuena en el día a día de la literatura. Sus obras de cuentos Los peligros de fumar en la cama y Las cosas que perdimos en el fuego son muy aclamadas. Pero fue con su última novela Nuestra parte de noche que consiguió un reconocimiento internacional y el Premio Herralde de Novela. En ella, logra entremezclar la fantasía y la adultez, en escenarios del Litoral, cargados con la oscuridad típica de la escritora. 

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Otra escritora recurrente renombrada de estas décadas es Amelie Nothomb. Polémica y algo excéntrica, su escritura ha logrado llegar a todo el mundo con críticas positivas y negativas. Su obra Acido Sulfúrico, de 2005, trata sobre un reality show que recrea los campos de concentración, centrándose en los pensamientos y emociones de las personas que participan.

En 2019 Camila Sosa Villada, poeta, novelista y actriz, publicó Las malas, quizás uno de los libros con más repercusión del último tiempo. En esta novela, romántica y dramática, cruel y sensible, la escritora relata una parte de su vida. Es un hito feminista, sin duda, pero alejado del formato de ensayo, comúnmente elegido por las escritoras para hablar de la desigualdad de género. Las malas es una historia de vida y no necesita más que eso para ser una obra de escritura feminista.

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Esta diversidad e inclusión de las escritoras en el mundo del arte es el resultado de la larga lucha, comenzada en el siglo XIX, por las escritoras silenciadas por el machismo. Gracias a ellas, las artistas posteriores pudieron encontrar y expresar su voz. A pesar de una actualidad prometedora, la historia habla por sí sola: de los Premios Nobel de Literatura otorgados – 114 en total -, tan solo 14 fueron entregados a mujeres y estas ganadoras aparecen recién en la década del 90. Otro dato que demuestra que, aún hoy, la lucha por una literatura inclusiva debe seguir creciendo.


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