¿Qué es la biodiversidad y por qué es importante preservarla? ¿Qué visión tienen las culturas no occidentales respecto de la relación entre los humanos, las plantas, los animales y los microorganismos? ¿Es posible mejorar el deterioro del planeta Tierra? Estas preguntas y algunas otras son las que explora Philippe Descola en su libro Diversidad de naturalezas, diversidad de culturas (Capital intelectual, 2016).
Por Julieta Escat
El próximo 22 de mayo se conmemora, como todos los años, el “Día Internacional de la Diversidad Biológica”, gracias a una resolución de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) que data del año 2000. Lo que se intenta promover es la preservación de la biodiversidad del planeta, lo que equivale a decir, según la resolución n° 55/201 de la ONU, que hay que conservar la amplia variedad de plantas, animales y microorganismos que existe en la Tierra, respetar las diferencias genéticas que hay dentro de cada especie y proteger la pluralidad de ecosistemas.
Para entender mejor cual es el objetivo central de esta fecha, se puede leer Diversidad de naturalezas, diversidad de culturas (Capital intelectual, 2016) de Philippe Descola, el antropólogo francés que sucedió al conocido investigador Claude Lévi-Strauss en la cátedra “Antropología de la naturaleza” del Collège de France. En el libro Descola propone abandonar el sentido común, instaurado sobre todo en las escuelas occidentales, que ve a la naturaleza y a la cultura como esferas completamente distanciadas entre sí.
Descola propone abandonar el sentido común, instaurado sobre todo en las escuelas occidentales, que ve a la naturaleza y a la cultura como esferas completamente distanciadas entre sí.
“La mayoría de los objetos de nuestro entorno, inclusive nosotros mismos, se encuentran en esa situación intermedia en la que son a la vez naturales y culturales. Tengo hambre, aquí tenemos una necesidad natural que no puedo controlar y que me conduce a la muerte si no la satisfago. Pero existen mil maneras de satisfacer mi hambre, y elegir una manera más que otra, comer un tipo de comida más que otro, todo esto depende de una elección cultural”, sostiene el autor.
Unas páginas más adelante, Descola indica que la antropología busca comprender, justamente, esas diferencias culturales, es decir, entender las elecciones que se dan al interior de otra comunidad para luego reflexionar sobre las propias costumbres y tradiciones. Y asegura que fue así, mediante su labor de antropólogo, que comenzó a cuestionar la perspectiva que da por “evidente” la diferencia entre humanos y no-humanos, o sea, entre cultura y naturaleza.
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Descola cuenta, por ejemplo, que hace unos años fue a la frontera entre Ecuador y Perú para conocer a los indígenas Achuar y, entre otras cuestiones, descubrió que se reunían antes del amanecer alrededor de una fogata para decidir lo que iban a hacer en el día en función de lo que habían soñado durante la noche. “Una vez un Achuar me contó que había visto en sueños a un hombre que había muerto recientemente y que estaba todo ensangrentado. Ese hombre le había reprochado haberle disparado, pero no era así. El día anterior, en cambio, había herido a un pequeño ciervo en la caza, y los Achuar dicen que el alma de los muertos se incorpora en diferentes animales, entre ellos los ciervos, razón por la cual está prohibido cazarlos. El hombre había infringido esa prohibición”, relata Philippe Descola en el libro.
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Luego, refiere que cuando preguntó a los Achuar por qué el ciervo —y otras especies no-humanas— se presentaba con una apariencia humana en sueños, ellos respondieron: “La mayoría de las plantas y de los animales son personas igual que nosotros. En los sueños podemos verlos sin su traje animal o sin su traje vegetal, es decir, como humanos”.
en Occidente se fue desarrollando, históricamente, otra cosmovisión al respecto. Descola lo plantea así: “El hombre se convirtió en ‘amo y poseedor de la naturaleza’. De esto resultó un extraordinario desarrollo de las ciencias y de las técnicas, pero también una explotación desenfrenada de la naturaleza»
Aunque con algunos matices, los indígenas Cree del norte de Quebec (Canadá), los Reungao de Vietnam central y los indígenas de Australia, según el antropólogo, también consideran a los animales y a las plantas como personas que poseen un alma y que, por eso, están dotados de las mismas cualidades que los humanos, sólo que con diferente apariencia física. En cambio, en Occidente se fue desarrollando, históricamente, otra cosmovisión al respecto. Descola lo plantea así: “El hombre se convirtió en ‘amo y poseedor de la naturaleza’. De esto resultó un extraordinario desarrollo de las ciencias y de las técnicas, pero también una explotación desenfrenada de la naturaleza —en adelante compuesta de objetos carentes de relaciones con los seres humanos—, de las plantas, los animales, la tierra, el agua, las rocas, otros tantos simples recursos de los que podíamos hacer uso y sacar provecho. (…) Sólo desde hace algunos años empezamos a medir el precio extremadamente elevado que hay que pagar por esta explotación desmedida de nuestro medioambiente, con la polución creciente de los suelos, el aire, las aguas y también de los organismos vivos, con la desaparición acelerada de numerosas especies de plantas y de animales, con las consecuencias dramáticas del aumento del efecto invernadero sobre nuestro planeta”.
Lo que vuelve a Diversidad de naturalezas, diversidad de culturas (Capital intelectual, 2016) un libro absolutamente recomendable, es la capacidad de Philippe Descola de llamar a los lectores a la reflexión e invitarlos a cuestionar la cosmología occidental que separa a la naturaleza de la cultura. Se trata de un libro que permite a los lectores despojarse, aunque sea por un momento, de las ideas y maneras de pensar ya conocidas, para comprender que pueden existir otras formas de imaginar un futuro para el planeta. En suma, es una obra que induce a tomar distancia del presente para enfrentar mejor el porvenir.
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