En el marco del Día Internacional del Libro que se celebra cada 23 de abril, cinco propuestas poéticas que pueden ayudar a pensar y repensar el contexto actual a través de la palabra. Desde el humor, la idea de hogar o una apuesta por el movimiento, las voces de Stuart Ross, Bárbara Alí, Paula Brecciaroli, Catalina Reggiani y Silvio Mattoni conforman un coro particular para atravesar la segunda ola de la pandemia.
1 – Sos una sola persona (Socios Fundadores, 2021), de Stuart Ross
El humor puede ser la única respuesta que nos queda, pero sobre todo es la más necesaria. En ese sentido, aparece la voz del canadiense Stuart Ross en Sos una sola persona, editado por el flamante sello Socios Fundadores y que fueron traducidos por Sarah Moses y Tomás Downey. En estos poemas del autor nacido en 1959 se puede encontrar un gran manejo de la ironía y de la imitación de otros lenguajes establecidos: el idioma de los focus groups, de los avisos de citas, del do it yourself, entre muchos otros. Con soltura e ironía, siempre en servicio del poema, los lectores y lectoras se encuentran con una voz provocadora.
Cuenta justamente Moses, una de las traductoras del libro tras haber leído un poema de Ross por primera vez: “Pensé: una persona que puede decir tanto sobre el asunto en tan pocas palabras es alguien a quien querría conocer”. Más adelante, va a destacar: “entiendo qué es lo que me encanta de la su poesía: los atisbos de torpeza, la tensión, la comicidad y la tristeza con la que nos relacionamos los unos con los otros”. Un poema del libro:
Invitación al amor
Hola, me llamo Stuart.
Tengo 41 año, el pelo negro —
al menos solía tener el pelo negro,
ahora es gris. Tengo los ojos marrones —
bueno, solía tener los ojos marrones,
me los saqué.
Mido metro,75 cuando estoy erguido,
aunque suelo encorvarme.
No creo mucho en la astrología,
pero soy de Cáncer, lo que me parece apropiado
y nací en 1959, el Año del Cerdo,
lo que explica el estado en que se encuentra mi apartamento,
aunque es cierto que lavé un par de platos la semana pasada
hasta que me distraje. Cosas que disfruto…
Disfruto ponerme mal por el estado del mundo
y preocuparme por ataques con misiles
de estados enemigos
y disfruto pasar una noche junto al hogar,
mientras pienso en tirarme al fuego.
También me gusta tomar a solas
Y mirar vídeos de Meat Loaf y Pat Benatar.
Me considero
un amante de la naturaleza, y tengo una planta
muerta en mi ventana,
pero no sé bien qué planta es.
Tengo trabajo, y me gusta,
pero temo que me echen pronto
porque están siempre reduciendo personal
Estoy buscando a esa persona especial
que me diga cosas lindas
porque mi autoestima está por el piso
(está por debajo del mínimo en un test de psicología que hice
que lleva el nombre de dos psiquiatras alemanes),
y básicamente estoy buscando a alguien
a quien pueda arrastrar conmigo.
Si estás interesada
quizás podamos arreglar algo.
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2 – Movimiento de ida (Deacá, 2020), de Bárbara Alí
Los poemas forman parte del libro Movimiento de ida, de Bárbara Alí trazan un mapa sensible de los pequeños movimientos diarios que suceden: nuestros cuerpos se mueven en sintonía o a contra ritmo de lo que también pasa a nuestro alrededor. El cambio de estaciones bien puede coincidir con el cambio de amor, así como una temperatura alta puede contrastar con la apatía de una vida desconectada de nuestro propio deseo.
A través de poemas certeros y delicados, en donde la sustracción y lo que no se dice ocupa un importante lugar, la poeta argentina nacida en 1984 se propone fotografiar ese instante exacto antes del cambio externo e interno, ese punto de no retorno en el que hay que reaprender casi todo de vuelta y el miedo que eso puede provocar. Un poema del libro:
Otra vez
el patio de casa
cubierto de hojas amarillas.
No hubo viento
y sin viento
las hojas no saben
más que caer.
No es fácil alejarse
si no se sabe
a dónde.
Se corre el riesgo
de volver
ante la duda
siempre al mismo lugar.
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3 – Cuarenta gotas de azufre (Santos locos, 2021), de Paula Brecciaroli
Siguiendo la línea de su anterior poemario, La sinceridad de un golpe (Santos Locos, 2018), Paula Brecciaroli desplega en su nuevo libro un abanico de sentimientos a partir de la separación: un duelo del cariño que no figuraba en los planes de nadie y que ahora tiene que reconstruirse para entenderse, así como también para atravesar lo que vendrá. Con versos breves y contundentes, los lectores y lectoras se adentran en lo profundo de una mente que disecciona cada gesto para encontrar respuestas a algo que probablemente no las tenga.
Cuarenta gotas de azufre vuelve a traer la voz de una autora que se mueve de manera sutil y eficaz en un registro fragmentario, en donde micropoemas alcanzan para transmitir una emoción y para desacomodar a quien se anime a completar todo lo que no se dice, pero se insinúa. Dos breves poemas del libro:
1) Vuelvo a escuchar
el latido de tu corazón
como una amenaza
como un balazo
como algo
que no debería
haber olvidado.
2) Te sueño
como alguien que no fuiste
y le agradezco al sueño
la clemencia
de distorsionarte.
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4 – Algarabía (Concreto, 2021), de Catalina Reggiani
¿Qué es una casa? ¿Cuándo se convierte en un hogar? ¿Es posible llevarla con nosotros a donde sea que vayamos? El poemario de Catalina Reggiani hace un movimiento constante entre el interior y exterior de un ambiente propio, las personas que ingresas, las que se van y las que nunca van a volver. A partir de detalles de la vida cotidiana, estos versos dan el salto hacia algo más profundo, un estado de ánimo que se respira en el aire ni bien se cruza el umbral.
En tiempos en donde el concepto de casa se resignifica debido a la cantidad de tiempo que pasamos en ella, Algarabía invita a ver todo con otros ojos, a redescubrir las pequeñas rutinas y costumbres que forman parte del día a día y quedan invisiblizadas por el ritmo frenético de la rutina laboral. Un poema del libro:
Llamaron por teléfono
al fijo
y como era su hora pensé
Debe ser la abuela.
Pero vi cómo se tomaba un ascensor
hasta abajo de la tierra
vi cómo la boca casi se le abría acostada
vi toda esa gente saludándola.
Vi a un hombre que me hizo llorar con cosas en las que nunca creo.
Así que estoy segura de que no debe ser ella.
Por las dudas no atendí
porque si mi abuela llamaba
hoy a la tarde, como todas las tardes,
para pasar el parte, escucharnos las
voces y repartir las historias
no hubiera sabido qué preguntarle.
O quizás sí, pero todavía
no quiero esa respuestas.
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5 – La buena suerte (Caleta Olivia, 202o), de Silvio Mattoni
En este caso nos encontramos con una predominancia de poemas extensos y con un corte narrativo, en donde lo poético está siempre latente a la espera de encontrar desprevenido al lector. A través de un gran manejo de las imágenes y de los climas, los versos de Silvio Mattoni logran encantar a medida que se suceden, conformando una sensación de extrañeza y calidez simultánea dentro de cada poema y en el conjunto que forma este poemario.
Se puede leer, por ejemplo: «Escribir no es la meta/ sino el registro de querer seguir/ mientras los chicos crecen/ y se gasta el cuerpo/ llamar al albañil, hacer un libro/ que nos devuelva la tranquilidad». Esas imágenes cotidianas, entremezcladas con las impresiones y sentimientos de un yo poético que no invade el poema, sino que conduce, hacen de La buena suerte una historia contada de a pequeños momentos poéticos, como si de cada momento histórico y personal pudiéramos quedarnos con lo estético. Un poema del libro:
El consejo moral
La tormenta dispuso un velo gris
sobre los árboles del campus. No
tengo nada que hacer salvo escaparme
de unas charlas despreocupadas que
deberían relajarme. Una prima
de mi esposa, que se le pareció
tal vez mucho en la risa, en las pecas,
en la forma del torso, ahora vino
de visita unas horas. Cada vez
que la veo reírse, como si fuera
una versión más ancha de la boca
que hace décadas beso, no consigo
sacar de mi cabeza una infidencia
sórdida. Y en paralelo crecen
mis fantasías de celar un cuerpo
que maduró conmigo. Ah, el amor,
como dijo un amigo, no debiera
ser una cuestión personal. La lluvia
se desató de nuevo en el cemento
de los baldosones, en el pasto vivo
de febrero. Ya es hora de volver
y decir unas frases, asistir sobre todo
a lo que dirás: “¡Qué extraño! ¡Qué raro!”,
para hablar de otro primo que hace diez
años que se esfumó y ya nadie sabe
si está vivo, está loco, si dejó
un hijo sin nombre en la Patagonia
y un cuerpo sin tumba en los trópicos
en donde se sumergió acaso para salir
de una manía o bañarse más en ella
o terminar de una vez con todo eso.
Lo conocí, era una especie de satélite
de los afectos familiares, nada
lo ataba demasiado. Cae agua y yo
tiro de la soga que siempre se anuda
y llegaré de nuevo al lugar donde escucho
un ritmo y una expectativa. Cuando
pare un poco el aguacero de afuera,
dejaré a dos poetas ingleses, a un francés
crítico, a un novelista italiano, estos
dos últimos sin leer, en la biblioteca
y habré cumplido un trámite. El poema
quizás fracase, pero la mano asiente
al movimiento de sus sensaciones
y mis ojos nublados en la lejanía
–presbicia que compensa la miopía–
se entregaron al goce de mirar las letras.
¿Y dónde están los otros, que no escriben,
que creen en fantasmas, que no saben
que este día de torrentes de agua
se parece a otras lluvias pero no
volverá nunca? El cerdo de la piara
epicúrea me susurra ahora que corte
minutos, frutas de estación, pero el consejo
moral vale más que el musical:
el loquito, el drogón, el nombre ausente
como árboles, pájaros, arbustos, mariposas,
se orientan al salvataje del momento
y las palabras siempre llegan tarde.
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