En días en que la profesión periodística está en jaque, es bueno recordar que incontables veces se ha debatido acerca del fin de la televisión como medio de comunicación hegemónico, y mucho se ha hablado acerca de desuso frente al consumo de redes. Sin embargo, a pesar del incremento de su audiencia, el periodismo televisivo es cuestionado por sus líneas editoriales y lo combativo de sus discursos fuertemente politizados. En suma, el daño de vender la noticia como commodities, la banalización de los contenidos y la polémica por sobre la veracidad. Entonces, ¿sobrevive el espectáculo pero muere el periodismo?
Por Ignacio Martínez*
Incontables veces se ha debatido acerca del fin de la televisión como medio de comunicación hegemónico, y mucho se ha hablado acerca de desuso frente al consumo de redes. En Argentina, la TV como medio masivo está lejos de ser aquel dominante del siglo XX, cuya icónica primera señal data del 17 de octubre de 1951. No obstante, tras setenta años de su inicio, el dispositivo técnico TV tampoco es esa “caja boba” que tan despectivamente se le ha adjudicado ser.
De hecho, ha devenido en costosos Smart TV cuya interfaz y lenguaje complejizan el consumo, con el fin de darle una reinvención para aggiornarse al nuevo ecosistema mediático. Los programas de aire y cable han otorgado más espacio a la participación del televidente, no ya como consumidor pasivo, sino como un activo receptor crítico que puede hacerse del contenido televisivo para, por ejemplo, compartirlo en redes.
Debido a la categoría de “servicio esencial” –debatible, al menos en sus matices- el contexto pandémico favoreció al aumento del consumo de programas periodísticos en televisión que apuestan al panelismo. De hecho, a la fecha, más allá de los clásicos noticieros de señales de aire, hay siete canales de cable que producen noticias las veinticuatro horas del día: TN, C5N, A24, Crónica TV, Canal 26, LN+, e IPTV.
“Infomedia” o “pan-media”, han sido términos que categorizaron al periodismo como un mal emergente a causa de la falta de responsabilidad en el manejo informativo de la pandemia.
Pero a pesar del incremento de su audiencia, el periodismo televisivo es cuestionado por sus líneas editoriales y lo combativo de sus discursos fuertemente politizados. En suma, el daño de vender la noticia como commodities, la banalización de los contenidos y la polémica por sobre la veracidad, dejan al rol del periodista en un segundo lugar, replegado y hasta humillado. “Infomedia” o “pan-media”, han sido términos que categorizaron al periodismo como un mal emergente a causa de la falta de responsabilidad en el manejo informativo de la pandemia.
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Aunque el fenómeno TV y Covid-19 sea reciente, no son novedosas las discursividades a través de las cuales se da el “debate” periodístico de la agenda mediática que, mayoritariamente, son fácilmente detectables en casi todos los programas de la grilla televisiva. La preponderancia a generar titulares polémicos tiende a plagar el estudio de periodistas trajeados –hombres, en su mayoría- para introducir una falsa pluralidad de voces que resulta empañada por la medición del rating.
El abordaje superficial en el contenido noticioso, responde a una espectacularización de la información política en detrimento de los hechos, y haciendo hincapié en los modos en los cuales se presenta. Son cada vez más los programas que mutan a ser un talk show sobre información dura, cuyo tratamiento deviene en sensacionalismo a la carta de un conductor, y casi diez personas a su alrededor opinando (un ejemplo son los formatos de interés general vespertinos cuya soltura les permite el tratamiento de toda la agenda mediática).
Los méritos de Intratables recaen en que responden a una sociedad que demanda infoentretenimiento, léase un cóctel de información dura, mezcla de escándalos y polémicas que rozan la irrespetuosidad.
No es casual que el ejemplo icónico de este tipo de formatos sobre el panelismo sea Intratables, y tampoco que sea América TV el canal, ya que la preponderancia de formatos con panelistas es un rasgo propio de la emisora. Si bien pasaron ocho años desde la creación del programa conducido en un comienzo por Santiago del Moro –alguien sin formación previa en el periodismo político-, el rating aún sigue justificando el horario prime time en el que se emite. Sus méritos recaen en que responden a una sociedad que demanda infoentretenimiento, léase un cóctel de información dura, mezcla de escándalos y polémicas que rozan la irrespetuosidad. En otras palabras, la producción de Intratables supo y sigue siendo capaz de vender la noticia a pesar de lo cuestionado del periodismo argentino, pero sobre todo, el televisivo.
Frente a la adversidad de un contexto en donde la información es consumida en una vorágine insaciable, el formato periodístico de TV ha cedido terreno para que las caras poco importen, siendo las habladurías verborrágicas una condición sine qua non para dejar el televisor encendido. El televidente sabe de antemano la línea editorial del programa, pero lo descarta entendiendo que algo de lo que se “debate” es entretenido.
Los grafs de los programas periodísticos tienden a cambiar incansables veces, en busca de titulares que impacten más para lograr detener un zapping cada vez más acotado. Dentro de los criterios de noticiabilidad de los medios digitales, los “cruces en vivo” o las “fuertes declaraciones” de los periodistas en TV, son tenidos en cuenta para construir noticias cuyo contenido son puro lenguaje. Una vez más, no importa el qué, sino cómo se narran los hechos para venderlos.
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Aunque se la trate de minimizar, la televisión argentina sigue siendo un medio fuertemente consumido, cuanto menos, si se tiene en cuenta que tan sólo 1 punto de rating equivale a 10 mil personas. Su poder de marcar agenda mediática no es menor, a pesar de que su audiencia no sea la misma que hace diez años. Por otra parte, si bien es cierto que la convergencia digital conduce a un consumo paralelo de la información –por ejemplo, hay quienes se informan usando sólo Twitter-, el periodismo hegemónico sigue valiéndose de los programas con formatos de panelistas. Con lo cual, si todos los caminos conducen a un mismo modo, la heterogeneidad de la oferta para ser cada vez menos voluminosa y disidente.
La posibilidad de un debate acerca del futuro de la tv y el periodismo puede decantar en diferentes vertientes que alerten sobre lo dañino de fomentar un contenido noticioso unívoco (por caso, el cansino tratamiento sobre “la grieta” política”)
En este sentido, la posibilidad de un debate acerca del futuro de la tv y el periodismo puede decantar en diferentes vertientes que alerten sobre lo dañino de fomentar un contenido noticioso unívoco (por caso, el cansino tratamiento sobre “la grieta” política”). Un eje de discusión podría ser que se trata de un medio sumamente hermético, cuyo acceso es restringido para quienes sean cercanos a los protagonistas, o cuya imagen ya arrastre una visibilidad notoria.
Desde hace al menos tres décadas, los periodistas más influyentes siguen siendo los mismos –hombres, en su inmensa mayoría-, no tanto por sus méritos propios, sino más bien por ser consecuentes a la editorial que promulgue el medio empresarial. Son los llamados “periodistas independientes”, cuyos intereses corporativos los posiciona a favor o en contra del gobierno de turno, sin matices, y cuyas combativas posturas son exageradamente tendenciosas: mayormente de derecha. La renovación de caras es casi nula, o por caso, se da lugar a comunicadores que emulan a los ya consolidados como el obvio caso de Diego Leuco, hijo de Alfredo Leuco.
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Otro eje de debate pasa por lo tradicionalista y poco cambiante que es la TV argentina, acorde a un discurso conservador. Muchas miradas no son para nada transgresores, salvo en sus modos de polemizar, y cuya peligrosidad puede decantar en seguir dándole espacio a retrógrados como Baby Etchecopar o Eduardo Feinman, entre otros. Dicho esto, resulta dificultoso dar nuevos lugares periodísticos en la señal televisiva, cuyo nicho fagocita a los periodistas de siempre de canal en canal, sin novedades y fomentando la única forma de seguir vendiendo contenido noticioso. A saber: un extenso panel, luminosas pantallas como paredes, y un apócrifo debate de voces plurales en vivo.
Si la corriente hegemónica propone el discurso sensacionalista por sobre el ético, entonces cada vez menos pesa el rol de la formación y la experiencia para opinar sobre un determinado tema. El falso debate televisivo, la lógica de opinarlo todo con el uso de redes y la posibilidad de visibilizar comentarios a costa de la polémica, sólo promulgan un horizonte de menos exigencia para les comunicadores futuros.
Detectar lo dañino de banalizar la información es detectar que la veracidad del periodista también se perjudica, en tanto se deslegitima una labor a priori profesional. Si la corriente hegemónica propone el discurso sensacionalista por sobre el ético, entonces cada vez menos pesa el rol de la formación y la experiencia para opinar sobre un determinado tema. El falso debate televisivo, la lógica de opinarlo todo con el uso de redes y la posibilidad de visibilizar comentarios a costa de la polémica, sólo promulgan un horizonte de menos exigencia para les comunicadores futuros.
No es casualidad que el cantante de cumbia El Dipy tenga un espacio en Radio Rivadavia, cuyos méritos han sido viralizar discursos antipolíticos, derechizados y cargados de odio en Twitter. Resulta imperante preguntarse qué otras herramientas puedan utilizarse en el periodismo televisivo, al menos para no dar lugar a controversias cuyas consecuencias sólo desinforman al televidente, y consagran periodistas añejos.
Si bien es cierto que quedan alternativas por fuera de la TV, su poderío mediático es menor, y por eso hay que cuestionar la hegemonía discursiva para dar paso a múltiples preguntas. Mientras tanto, siempre es bienvenida, necesaria y sana, una verdadera pluralidad de voces sin lo nocivo del periodismo combativo. Y por fortuna, para ese fin, existe la autenticidad de medios digitales independientes.