«Cuando sos chico recibís órdenes de todo tipo. Desde andá a devolver lo que te robaste, hasta andá al baño. Comé y abrigate parecen las más inofensivas», comienza este relato breve de Gabriela Luzzi, el cual forma parte de Televisores (Caleta Olivia, 2020). Con un estilo que insinúa y muestra más que lo que cuenta y explica, la autora nacida en Chubut en 1974 sigue construyendo una obra difícil de encasillar en las diferentes corrientes actuales, pero muy fácil de reconocer y disfrutar.
Sobre la autora
Gabriela Luzzi nació en Rawson, Chubut, en 1974. Publicó Medidas de urgencia, Club Hem Editores (2019); El resto de los seres vivos, Editorial Conejos (2016); Warnes, Eloísa Cartonera (2016) y Liliputienses (2019), Un alhajero sin terminar, Santos Locos (2016); Liebre, Ediciones Vox (2015), La enfermedad, incluida en la colección “Leer es Futuro” del Ministerio de Cultura de la Nación (2015) y Garfunkel, Eloísa Cartonera (2014). Participó, entre otras antologías y publicaciones, de: Martes Verde, Poetas por el derecho al aborto legal; Veni Vidi Vici, proyecto Madonna, edición a cargo de Germán Weissi y Alejandro Parrilla y 53/70. Poesía argentina del siglo XXI, Editorial Municipal de Rosario. Lleva adelante el sello Paisanita Editora.
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Cuando sos chico recibís órdenes de todo tipo. Desde andá a devolver lo que te robaste, hasta andá al baño. Comé y abrigate parecen las más inofensivas.
Creo que me dieron pocas órdenes de esas. Mamá usaba la teletepatía. Y si alguien me daba una orden en voz alta, yo tomaba la frase como un juego de palabras y para seguirlo hacía lo contrario. Esto también dicen que puede deberse al zodíaco, porque hay un signo de nativos porfiados.
Tuve un primo que no era del mismo signo que yo, o sí, pero me ganaba: había empezado su desobediencia antes de cumplir los tres años. Tenía la boca roja y babosa y no respondía ninguna pregunta. La primera vez que vino a quedarse en casa entró corriendo y, atrás de él, persiguiéndolo, mi tío, que se agachó para pasar la puerta y darnos un beso y mi tía saludando rápido para ir a agarrarlo. Cuando lo agarraron, se sentaron en los sillones con él en brazos.
¿Estos son los sillones que hiciste vos? Le preguntó mi tía a mamá y le pidió a mi tío que los mirara. Hundió los dedos en el almohadón de lona verde a rayas. ¿Pero esta funda la cosiste vos o la mandaste a coser?
No, respondió mamá y mi primo raspó con los talones de las zapatillas el tapizado. Ese detalle del cordón en los bordes se lo pedí a unos amigos que tienen las máquinas para coser estas telas.
Están armados básicamente como un cajón de manzanas dado vuelta con un almohadón encima, dijo mi tío.
Saqué la idea de una revista de decoración, dijo mamá y fue a buscar unos sánguches, que acomodó sobre la mesa ratona, también hecha por ella. Mi primo los empezó a mordisquear. Los dejaba marcados nada más, a razón de dos sánguches por segundo. Forcejeaba en los brazos de su madre o mordisqueaba sin dirigir la mirada a ninguna persona.
Lo seguí estudiando por varios minutos y me di cuenta cómo hacerlo funcionar. Le empecé a ordenar lo contrario de lo que quería que hiciera. Movete, movete. Parate. Saltá en los sillones. Mordisqueá. Hasta que se enojó, o se cansó, o me estudió él a mí y salió corriendo otra vez. Se encerró en la cocina. Gritaba, pateaba el piso y se había tirado contra la puerta. Mamá, con un plato en la mano, que no alcanzó ni a soltar, le pidió que abriera, que del lado donde habíamos quedado el picaporte no funcionaba. Debería haber arreglado esta puerta hace un tiempo, se disculpó.
No te preocupes, dijo mi tía, no es la primera vez que nos pasa y después gritó: Abrí esa puerta te pido.
Mi tío tocaba las bisagras mientras nosotras intentábamos convencer a mi primo. Mi tía dijo que estaba agotada, que al otro día podíamos sacar la puerta, pero ahora se iba a ir a la cama, que por una noche en la cocina el chiquito no se iba a morir.
Mi tío la acompañó y nos quedamos con mamá frente a la puerta de la cocina cerrada.
Del otro lado mi primo pegó un alarido más y se calló. Escuchamos que corría una banqueta y toqueteaba cosas en la mesada. Le dije a mamá, yo sé cómo sacarlo, pero no te lo puedo contar. Qué hago, me preguntó. Le respondí en secreto y después en voz alta la saludé: hasta mañana mamá.
Al rato lo llamé a mi primo diciendo su nombre bajito, contra la cerradura y cuando gritó de nuevo le pedí: no vayas a abrir la puerta y la abrió. Nos miramos, casi en la oscuridad. Sólo quedaba prendida una lámpara en la esquina del living. Entonces le dije: ahora me voy a ir a dormir, vos quedate despierto. No vayas al baño, hacé pis por ahí y sobre todo, por favor, no te acuestes al lado mío.
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