A partir de una serie de relatos breves que se interrelacionan entre sí, Cecilia Pavón arma en Todos los cuadros que tiré (Eterna Cadencia, 2020) una suerte de ensayo general sobre la escritura, el arte y su siempre complicada relación con el capitalismo. A través del humor y la inteligencia para ver de manera crítica lo que se suele pensar como normal y abrir nuevos interrogantes, el libro invita a pensar desde distintos enfoques. A continuación, un cuento para encarar la eterna la pregunta sin respuesta: ¿qué es un poema?
Vivo en Buenos Aires, una ciudad donde toda la gente que conozco está haciendo cosas. Todo el mundo está haciendo algún proyecto, pero… ¿hay alguien que en este momento esté escribiendo un poema? A veces, trato de imaginar cuántas personas en este exacto momento estarán haciendo lo mismo que yo ahora… (porque aunque no haya llegado a serlo, este texto nació queriendo ser un poema).
Primero, recorro mentalmente todas las personas que conozco que podrían estar escribiendo un poema. Jaqueline, Martina, Pablo, Francisco, Luz, Rodrigo, Candela, Claudio… gente que lo haría normalmente porque se dedican a eso o, mejor dicho, lo tienen como hobby, porque ¿quién puede dedicarse a la poesía? Dedicarse, así con ese verbo, a la poesía sería un infierno o un insulto. Infierno en el sentido de condena infernal, esas que no tienen fin. Porque un poema no se termina nunca, ese es el problema, siempre puede estar mejor o lo que es peor, siempre, siempre, siempre va a estar mal. No existe manera, a pesar de que se lo arme y desarme, una y otra vez, como un rompecabezas o un jigsaw, de que un poema sea perfecto. Y un insulto, porque proclamar que uno se dedica a la poesía sería ofender a los grandes poetas, como Enrique Lihn, a los cuales solo puedo leer y venerar mientras cierro los ojos y escucho su voz por YouTube. Ayer lo escuché leer un poema que hablaba del ocio y me sentí bien. Porque estaba re cansada de la interminable rutina de la casa, que igual estaba re desordenada y sucia, porque una casa es igual que un poema, nunca, nunca se termina de ordenar y limpiar. Igual, pensar en la belleza del ocio a la que hacía referencia Enrique Lihn me alivió. Un ocio al que de todas maneras me cuesta mucho acceder en carne y hueso porque soy madre, y siempre estoy pendiente de la casa y de mi hijo. Lo que come, la ropa, si se divierte, si leyó un libro… A pesar de que el ocio no toque mi biografía, puedo acceder al ocio como una ensoñación… o como una idea platónica. En Santiago, un editor joven me contó que Enrique Lihn no se ocupaba de sus hijos, pero a mí no me importa. No me importa que haya sido hombre y haya tenido los privilegios estructurales de los hombres, no voy a odiarlo por eso. Su voz de poeta imperfecto me hace feliz en este crepúsculo de un día rutinario.
En fin, como estaba diciendo, la posibilidad de disfrutar del ocio al menos de manera acotada en un par de horitas, hizo que se me ocurriera una idea para escribir un poema contemporáneo, porque uno así del siglo XX, como el de Enrique Lihn, ya me parece imposible de escribir en 2017. Lo que pensé es lo siguiente: voy a mandarles a todas las personas que creo que podrían estar escribiendo un poema en este exacto momento la siguiente pregunta por watsap:
Hola, quería saber qué es un poema para vos. Te agradecería si lo pudieras definir en algunas palabras.
Pasaron varias horas, y nadie contestó, a pesar de que whatsapp me decía que casi todas las personas a las que les envíe el mensaje, unas diez más o menos, lo habían leído. Me quedé sentada en mi sillón de cuerina verde agua mientras atardecía, con el teléfono en la mano y la vista clavada en el pequeño jardín del otro lado de la puerta ventana de mi living, y nadie contestó. Apoyé mi teléfono samsung galaxy lite, que tiene la carcasa rajada, en mi frente un rato largo, después en el estómago, por último en el corazón, con la esperanza de que ese gesto arbitrario y remotamente ritual desencadenara telepáticamente en mis adressés el deseo literario de responderme.
Se hicieron las doce de la noche y yo seguía ahí, no cené, no vi las noticias, no me bañé, no hice nada… Mi hijo comió tres manzanas que había en la heladera y se fue a dormir.
Como a las dos de la mañana escuché ese sonido del teléfono que te avisa que ha llegado un nuevo mensaje, pero multiplicado por diez por veinte por cien. Era una catarata de tin-tines, una sinfonía, una rave. Era como si de repente todos mis amigos poetas del siglo XXI se hubieran puesto a definir la poesía a la misma hora. El corazón me dio un salto.
Estos son algunos de los mensajes que llegué a transcribir:
No sé qué es un poema, pero la mesa de la cocina junto a las migas de las tostadas del desayuno me parece un lugar perfecto para escribir un poema. Un poema es una casa, un castillo, una fuente, una sangre. Aunque mientras me bañaba pensé que un poema no era nada de eso sino apenas una música. Un poema es un perrito caniche atrapado en un cubo gigante, kilométrico, de jalea roja. Un poema es una piscina climatizada y antigua a punto de agrietarse. Un poema es cenar rodeados de las cabezas despeinadas y furiosas de los agapantos. Un poema es caminar desnuda por la casa con una cinta de seda negra atada a la cintura. La parte del jardín en la que se mezclan y confunden los dos tipos de pasto: el carex y la grama bahiana. Un poema es cuando quiero aprender a querer. Un poema es la adicción infinita a un poema.
La lista sigue, pero ahora tengo sueño. Mañana la termino.
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