Dejando de lado la histórica legalización del aborto en Argentina, es un lugar común pensar que este año dejó prácticamente nada digno de ser visto con entusiasmo. Sin embargo el sector editorial se encargó de desmentirlo: ya sea desde los grandes grupos editoriales o sellos independientes, la variedad y calidad de libros publicados en 2020 fue más que satisfactoria a pesar del impacto de la crisis económica y el distanciamiento social que canceló presentaciones y ferias. Un listado que recorre novela, poesía y no ficción.
1 – Poeta chileno (Anagrama), de Alejandro Zambra
En este libro, que salió cuando la pandemia daba sus primeros pasos en el mundo y llegó a la Argentina en septiembre, Alejandro Zambra (Santiago de Chile, 1975) cuenta una historia en distintas capas temporales y a través de diferentes protagonistas que dan lugar a su primer novela extensa. Retomando la sensibilidad característica de sus anteriores obras como Bonsai o Formas de volver a casa, en este caso se da una multiplicidad de voces que recorren diferentes tramos de una misma vida.
A lo largo de la novela se puede respirar el clima de un Santiago de Chile a través de diferentes décadas, pero con un mismo telón de fondo: el país de los grandes poetas y las deudas no saldadas con respecto a la dictadura de Augusto Pinochet y el liberalismo explícito. Gonzalo, el poeta chileno protagonista del libro, parece traspasarle a Vicente, su hijastro ocasional, no solo la pasión por la literatura, sino el sentimiento de desconcierto por el mundo en el que les toca vivir. Mientras tanto, los poetas más jóvenes buscan encontrarse en la dualidad que encarna cualquier poeta: sentir que sus versos tienen que cumplir la obligación de cambiar al mundo al mismo tiempo que nadie les presta demasiada atención.
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2 – Tundra (Chai Editora), de Abi Andrews
¿Cómo nos vinculamos con la naturaleza en el siglo XXI? ¿Qué rol tiene el cuerpo ante un entorno que cada vez desconoce más? En esas preguntas que crecen al mismo ritmo que la digitalización de la vida se mueve Tundra, la novela de Abi Andrews (Gran Bretaña, 1991), un relato en donde se disfruta el aire libre que abre una narrativa precisa y atenta. En este relato, se pone en jaque la idea de libertad cuando es una mujer la que decide emprender un viaje, con los riesgos implícitos que eso conlleva en una sociedad machista.
Erin, una joven de 19 años de Londres decide dejar todo para empezar una travesía hacia Alaska, ese destino soñado para muchos jóvenes desde la salida de la película Into the wild. Con la idea de vivir en profundidad y conocer el mundo, la protagonista manifiesta su enojo de que esas decisiones siempre sean tomadas por hombres y Tundra es una especie de diario íntimo de esa aventura tanto con el exterior con el autodescubrimiento. Lejos del panfleto, cerca del autodescubrimiento, un libro atrapante que le agrega calor y vida a la tundra, uno de los paisajes más solitarios y fríos del planeta.
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3 – Vamos a tocar el agua (Seix Barral), de Luis Chaves
Luis Chaves (San José de Costa Rica, 1969) es uno de los poetas leídos con más entusiasmo del continente y en 2020 volvió a la narrativa con Vamos a tocar el agua, libro publicado en Argentina en marzo, semanas antes del confinamiento global. Se trata de un diario de viaje, en donde el lector se adentra en los detalles de la familia del propio autor que debe adaptarse de una rutina en Costa Rica a un contexto completamente diferente en Alemania gracias a una beca conseguida por el propio Chaves.
A medida que avanza, Vamos a tocar el agua pasa por todos los estados de ánimo de un largo viaje: la ansiedad y el temor del comienzo, la nostalgia y el extrañamiento de los primeros días, la costumbre que hace olvidar todo, la ansiedad, el temor, la nostalgia y el extrañamiento -todo junto- de la vuelta. Lejos de detenerse en una guía turística de Alemania, Chaves logra hacer un tour detallado por los estados anímico de una familia que intenta saber cuál es su verdadero lugar en el mundo: el presente.
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4 – Realidades (Muchas nueces), de Susy Shock
Susy Shock (Buenos Aires, 1968) es una de las artistas argentinas centrales de la actualidad. Ahora, con ilustraciones nuevas y una edición cuidada, se publica toda su obra poética, que también incluye relatos: Realidades. Editado de manera especial por el sello autogestivo Muchas Nueces, se recopilan títulos como Revuelo Sur, Poemario transpirado, Relatos en canecalón y versos inéditos.
Entre los poemas que ven la luz en un libro por primera vez, se encuentran dedicatorias a Eva Perón y al recientemente fallecido Diego Maradona. Como si fuera poco, entre las ilustraciones se encuentran las firmas del gran León Ferrari y un dibujo de Susy hecho por Fernando Noy. Después de leer el trabajo hecho a lo largo de tantos años, no se puede más que reafirmar lo que Shock ha manifestado con tanta claridad: «No queremos ser más esta humanidad». «Fue un trabajo hermoso de mirarme hacia atrás, reconocerme, volver a poner la firma sobre textos que representan distintas etapas de mi vida pero que siguen gritando lo mismo, que siguen pensando lo mismo, sintiendo lo mismo”, dijo la propia autora, performer y cantautora.
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5 – Papel para envolver verduras (Emecé), de Fabián Casas
Muchas veces lo que necesitamos escuchar no siempre viene de donde pensábamos. Salir a la calle y oír por accidente una conversación entre dos personas que no conocemos puede cambiar el ánimo de nuestro día de manera radical. Algo similar sucede al leer los ensayos de Fabián Casas (Ciudad de Buenos Aires, 1965) recopilados en Papel para envolver verdura: cuando menos se lo espera, el lector se encuentra ante un momento de epifanía en donde los melones se acomodaron por un segundo, aunque para que eso suceda otras frutas se hayan estrellado contra el suelo.
En su célebre texto How to speak poetry (Cómo decir poesía), Leonard Cohen sostiene: “No quieras ser un cantante admirado con un público leal que fue siguiendo los altibajos de tu vida hasta el día de hoy. Las bombas, los lanzallamas y toda esa mierda destruyeron mucho más que árboles y poblados. Destruyeron también el escenario. ¿Creíste que tu profesión iba a escapar de la destrucción general? Ya no hay escenario, ya no hay candilejas. Estás entre la gente. Así que sé modesto”. Leer a Casas en uno de los formatos en los que mejor se desenvuelve, como es el ensayo breve, genera ese efecto de sentir que alguien nos está conversando al lado nuestro, a la vez que que es una certeza de que la prueba puede ser la forma final.
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6 – No es un río (Random House), de Selva Almada
«Así debía ser un hombre, de pocas palabras. Y aunque tenía ganas de soltar la lengua y preguntarle un montón de cosas, no abrió la boca; mirando de reojo hizo lo mismo que hacía el otro”, se lee en el cuento “Un primo” de Selva Almada (Entre Ríos, 1976), descripción que sirve para caracterizar a los protagonistas de No es un río. Esta novela viene a concluir con una trilogía que se fue conformando con el correr de la escritura y que incluye a dos de sus libros más leídos: El viento que arrasa (2012) y Ladrilleros (2013), ambas publicadas por la editorial Mar dulce.
A lo largo de esta historia, dos amigos y el hijo de otro amigo fallecido van a pescar a un lugar que los recibe y los expulsa al mismo tiempo, donde la violencia hacia la naturaleza y entre las personas se entremezcla con los matices que conforman todo vínculo humano. Eusebio, ese personaje que murió también en una noche de pesca, vuelve todo el tiempo en la novela gracias a la habilidad narrativa de Almada: una no linealidad temporal ni espacial que logra la fluidez misma de un río. En definidas cuentas, una novela que viene a reafirmar una de las voces más potentes de la literatura argentina contemporánea.
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7 – Televisores (Caleta Olivia), de Gabriela Luzzi
Un libro en el que lo fragmentario hace las veces de hilo invisible para retratar una relación entre padre e hija que se nutre más por la lejanía que por el cariño, en donde todo punto en común es el desencuentro, o como bien sintetiza Eugenia Pérez Tomas en la contratapa: «Afecto y distancia hacen una alquimia exquisita». De esta manera, Gabriela Luzzi (Chubut, 1974) puede desplegar su voz personal, en donde la ternura, la mirada atenta y lo cotidiano dan lugar a un humor particular.
Televisores, que coquetea con el microrrelato y la poesía, da lugar a una narración que retoma la vida familiar a través y más allá del electrodoméstico que hacía las veces de centro de encuentro. «Siento que estoy especialmente inclinada a la omisión y el olvido, no creo estar capacitada para perseverar en ninguna acción. Mi tema fue cómo hacer jugar la omisión y el olvido a favor», escribe Luzzi en uno de los fragmentos que recuerdan al estilo favorito del francés Roland Barthes. Dividido en dos partes, la segunda que lleva el título «Anotaciones» es una especie de diario de trabajo de la primera parte, en donde se encuentra una definición precisa del formato elegido: «El silencio puede verse también como una herramienta o máquina que trabaja con un movimiento de corte similar a un ‘torno'».
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8 – La hija única (Anagrama), de Guadalupe Nettel
¿Quién puede decir que se conoce a uno mismo a la perfección? Siempre hay momentos límites en donde la revelación puede tomar la forma de la aceptación de aquello que pensábamos contrario. En el caso de La hija única de Guadalupe Nettel (Ciudad de México, 1973), el autodescubrimiento de las protagonistas de esta novela se da en torno a la maternidad, ya sea con la idea de concebir un bebé como el vínculo adulto con la madre. A partir de la historia de Alina, la mejor amiga de Laura -la narradora del libro-, a quien le avisan cerca de la fecha que su bebé no iba a sobrevivir al mismo, se abre un entramado de vínculos y sensaciones a la par de los acontecimientos.
Además, transcurre el drama familiar de una madre y su hijo que también se introduce en la vida de Laura, una joven académica que desde siempre supo que no quería tener hijos. En muy poco tiempo, se ve sorprendida por la decisión de Alina de ser madre, así como su interés por acercarse a ese niño que escucha todos los días discutir y llorar en su edificio, el cual va a ir en aumento a lo largo de La hija única. También en simultáneo, la narradora se replanteará el vínculo con su propia madre, caracterizado por la frialdad y la distancia. Con una sencillez que esconde un gran talento, este libro recorre a la maternidad desde distintos enfoques, en especial aquellos que no se suelen visibilizar.
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9 – Telepatía nacional (Eterna Cadencia), de Roque Larraquy
Un libro rara avis, la tercera novela de Roque Larraquy (Buenos Aires, 1975) retoma varios de los aspectos trabajados en sus títulos anteriores: La comemadre (2010) y Informe sobre ectoplasma animal (2014). El pasado revisitado, un coqueteo con la ciencia ficción y un ritmo narrativo cargado de un humor inteligente, son algunas de los pilares de la obra del también guionista de cine y televisión, algo que sin dudas se entremezcla en su literatura.
Ambientada en la opulenta y desigual década del 30 en Argentina, un variopinto comité de aristócratas e ilustras importa indios de América, África y Asia con el fin de ser exhibidos al público. Amado Dam, voz cantante del grupo, tiene que alojar a las personas forzadamente trasladadas a su propio departamento en el corazón de Recoleta, abriendo paso a una historia que lejos de caer en un humor delirante, termina siendo preciso e inteligente. Telepatía nacional se encuentra dividido en dos partes: en la primera, se narra la desventura de los indios y aristócratas, mientras que en la segunda ya se pone en funcionamiento la Comisión de Telepatía Nacional. Con un estilo fragmentario, la ficción y la realidad se entremezclan para intentar penetrar en la percepción de los habitantes porteños. Un libro único en su especie.
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10 – Correspondencia (Rara Avis), de Virginia Woolf y Victoria Ocampo
“Solo puedo ofrecerles una opinión sobre un tema menor: para escribir novelas, una mujer debe tener dinero y un cuarto propio; y eso, como ustedes verán, deja sin resolver el magno problema de la verdadera naturaleza de la mujer y la verdadera naturaleza de la novela“, se lee en uno de los fragmentos más populares de Un cuarto propio, libro que catapultaría a Virginia Woolf más allá de su propio tiempo. Ese espíritu de constante reflexión sobre el lugar de escritura de la mujer en el siglo XX se continúa e incluso se profundiza en el intercambio de cartas que mantuvo con Victoria Ocampo, reunido por primera vez por la editorial Rara Avis en Correspondencia.
El primer encuentro entre ambas se va a dar en Londres en 1934 en un contexto particular: mientras Virginia era autora consagrada, Victoria Ocampo empezaba a ganar terreno en el masculino ambiente literario argentino de la época. En el bello y extenso ensayo Virginia Woolf en su Diario, escrito por Ocampo en 1954 y recuperado por esta edición de Rara Avis, puede leerse: “Hace veinte años que nos conocimos. ¿Qué representaba ella para mí en aquella época? La cosa más valiosa de Londres. Para ella, ¿qué habré sido? Un fantasma sonriente, como lo era mi propio país”. Un libro para respirar el clima del siglo XX entre dos de sus mayores exponentes literarias.
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