«Soy esto que soy/ en la ventana/ de una cocina que no me pertenece/ pero sostengo la mirada/ que da a la sierra/ como si fuera dueño de los dominios/ o al menos del jardín», se lee en uno de los poemas de Juan Fernando García, los cuales forman parte del libro inédito «Charo. Los poemas a mi padre«. Con una melancolía que no cae en la trampa de la nostalgia, la ausencia toma carne en estos versos para hablar de lo que ya no está e intentar dar cuenta de lo que queda mientras también empieza a terminarse. (Foto: Fabián Muggeri)
Sobre el autor
Juan Fernando García nació en Necochea, provincia de Buenos Aires, en 1969. Escritor y gestor cultural. Publicó, entre otros, los libros La arenita (suscripción, 2000), Todo (uno+uno, 2004), Ramos generales (Nuevohacer, 2006), Morón (Muchos Libros Felices, 2014), Sobre el Carapachay (Leviatán, 2017).
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1. Enero de 2016
Soy el hijo que vio morir a su padre.
Así dicho. Así la respuesta
a aquella pregunta
¿Soy el hijo
que va a ver a su padre morir?
vi el último suspiro
exhalación gloriosa
el momento exacto
en el que lo vi morir.
Soy esto que soy
en la ventana
de una cocina que no me pertenece
pero sostengo la mirada
que da a la sierra
como si fuera dueño de los dominios
o al menos del jardín.
Miro y evoco a mi padre
soy algo de él que permanece
que me pertenece.
Hecho de silencios,
mi padre murió en silencio
pero yo lo evoco en las risas
en su contemplación
del paisaje
en los nietos jugando
así
Mora y Fabián
juegan con la tablet
y aprende cada uno
de la alegría del otro.
Mi padre-abuelo
sus nietos poblaron
de risas lo dramático
y mi padre murió
y la voz aparece
cada tanto
rumoreada en este jardín inmenso
entre los árboles
frente a la sierra
él sonríe.
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2.
Fui recorriendo
un camino en paralelo
vi envejecer a mi padre
lo vi deteriorarse
y su prestancia
elegía la vida
cada vez
cada internación
¿un padre eterno?
no era esa su promesa
¡Que vea a su nieta cumplir los 15!
ruega una abuela arruinada
en su extracto de tradición irreversible.
Que te vayas tranquilo, deseaba
y así te vi, en tu segundo crucial.
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3.
Después de la lluvia
de esta lluvia persistente
la fragancia del pino te trae
y recuerdo aquella caminata
que hicimos entre el bosque y la costa
era diciembre
y tu cuerpo aún débil saliendo
de una nueva batalla
mantenía la erguida altivez
tu elegancia.
Hablamos de cierta manera del futuro.
Y volvimos tarareando un tango
esa alianza que desde la adolescencia
cruzamos en las charlas
como un don de los dos, sólo nuestro.
El brillo de este pino y aquel
con sus fragancias
también es el don que me guardo
para mi pequeña eternidad.
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4.
El saco azul que heredé de Charo
resulta ideal para esta primavera.
Me lo pruebo por primera vez
de ese fin de diciembre en que recién muerto
mi madre desbordada, repartía las prendas.
Te queda pintado, me hubieras dicho.
Y sin dudarlo, decidirías que era para mí.
Pero no llegamos a esa transacción
que siempre hablaba de tu generosidad,
de tu desinterés por esas cosas nimias.
Luzco el blazer
con la clara intención de subrayar
su carácter. Tu saco azul, de dos botones
es una herencia razonable
para un trabajador portuario.
Cuando me resuelvo a tomar la calle
meto en el bolsillo la mano con la llave.
Un papelito con tu letra inconfundible:
la dirección exacta
de la fiesta de nuestro casamiento
para el que te habías comprado
este precioso saco.
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5.
El rumor de diciembre
te trae en su vuelo. Sagitarios
te esperan, padre, para brindar
con tu vino preferido
la dicha de estar juntos.
Y cuando recorro con mi mano
el borde de la última
lapicera Parker que
me regalaste,
acaricio la pluma de metal,
y es de oro el oro regalado
en esa estilográfica que vos
elegiste para la última
Navidad que celebramos.
Orgulloso, extendiendo tu mano,
me alcanzaste
ese rectángulo que ya intuía.
Un Papá Noel demasiado evidente,
un papá que nunca
podía elegir regalo,
escribe con su particular caligrafía
“Fernando”,
para que reaparezca ese niño
que fui, en esa tarjetita
que quise bordarme para siempre.
Volvés en sueños, volvés
cuando empieza a declinar noviembre,
en esta música que lleva tu nombre.
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