Cometierra (Sigilo, 2019) , la primera novela de Dolores Reyes alcanzó en poco tiempo reconocimiento internacional. Traducida en cinco idiomas, la historia de la joven vidente del conurbano bonaerense, a quien la tierra le habla de desapariciones y de violencias, recorrió Latinoamérica y llegó a Estados Unidos y Europa. «Me parece que hay muchas historias que sentía que no estaban siendo contadas o que estaban siendo contadas de otra forma, y tenía ganas de tomar la posta y hablar desde ahí, con una voz joven y plantada en ese territorio”, dice la autora en diálogo con La Primera Piedra.
Para Dolores Reyes, los inicios de su primera novela comenzaron con un ejercicio del taller literario al que asistía, cuando uno de sus compañeros leyó un texto que terminó con la imagen “tierra de cementerio”. Una idea que creció y tomó forma hasta convertirse en aquella vidente del conurbano bonaerense que protagoniza Cometierra (Sigilo, 2019), libro que obtuvo reconocimiento internacional. Al día de hoy, ya lleva cinco ediciones y fue traducido al inglés, francés, italiano, polaco, sueco y neerlandés. “La recepción en movimientos feministas fue muy diversa. Hay una clara recepción respecto a los femicidios , donde hay una población en riesgo solo por el hecho de ser mujer”, cuenta la autora en diálogo con La Primera Piedra. Y es que la violencia de género es uno de los ejes sobre los cuales se desarrolla la historia: a la protagonista la tierra le habla, le cuenta las historias de mujeres desaparecidas, víctimas de femicidios, allí donde el Estado está ausente.
“Me parece que hay muchas historias que sentía que no estaban siendo contadas o que estaban siendo contadas de otra forma, y tenía ganas de tomar la posta y hablar desde ahí, con una voz joven y plantada en ese territorio”, agrega Dolores. Su rol como docente fue también lo que le permitió construir un estilo particular, un relato formado por voces y vivencias muchas veces silenciadas. “Influyó mucho el estar en relación permanente con niños y adolescentes, escucharlos, conversar con ellos, debatir cosas centrales de la vida, porque esos pibes van creciendo y te buscan y tienen que tomar decisiones, y es en esos momentos en los que quizás te van a consultar”, explica la autora a esta revista. El reggaetón, los boliches, las rondas de cerveza, los vínculos familiares y de amistad son algunos de los elementos que toma para configurar un universo concreto, donde también se habla de vulnerabilidad social.
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— Mencionás en otras entrevistas que Cometierra arrancó a partir de un ejercicio de taller, con la imagen de «tierra de cementerio», pero también a partir de un interés sobre el culto a los muertos. ¿Cómo es tu vínculo con esa temática?
— Siempre me interesó muchísimo, tengo una primera experiencia de cuando mi abuela nos llevaba al cementerio donde estaba enterrado mi abuelo – que no conocí porque murió muchísimo antes de que yo naciera – y era como un ritual: ir un vez por mes o cada dos meses y poner la foto, el florerito, todo este ritual amoroso de relacionarse con alguien que no está más. Yo era una nena y trataba de leer lo que decían las otras tumbas. Me interesaba mucho el tema de la despedida, qué es lo que dice ahí una persona o una familia despidiéndose de un ser querido que no vuelve más en una materialidad que es mínima, porque es una tumba, un epitafio. También me resulta carne de ficción, para empezar a imaginar una historia a través de esa situación y de esas palabras. En Cometierra, lo que también pasa es pensar cuál es el impacto cuando eso se interrumpe violentamente, cuando hay un desaparición o una desaparición seguida de muerte y no se devuelve ese cuerpo o no se encuentra, justamente todo eso tan necesario de ese ritual se interrumpe y no es soportable. Nosotros necesitamos como sea hacer eso, ese ritual, esa despedida simbólica y en corporalidad también de transportar ese cuerpo amorosamente y despedirnos de él.
Me parece que cada feminismo va leyendo algo distinto, pero siempre en torno a lo que puede lograr en esta sociedad una chica, una mujer, plantándose y haciendo otra cosa.
— La novela tuvo éxito internacional y una recepción muy grande al interior de los movimientos feministas. ¿A qué lo atribuis?
— La recepción en movimientos feministas fue muy diversa. Hay una clara recepción respecto a los femicidios y en relación a que hay historias que no se venían contando, donde hay una población en riesgo solo por el hecho de ser mujer. Me parece que se lee por ese lado, pero además, cada una va leyendo otras cosas. Hay muchas que se conectan por el lado de los poderes de Cometierra, de alguna forma la revalorización de la bruja o de la vidente está ahí siendo leída. Hay otras que se relacionan muchísimo desde la conexión con la tierra, que también me parece lectura súper válida. Otras se relacionan con el vínculo con su hermano y con Miseria. Me parece que cada feminismo va leyendo algo distinto, pero siempre en torno a lo que puede lograr en esta sociedad una chica, una mujer, plantándose y haciendo otra cosa.
— Eso me remite también al hecho de que Cometierra no tiene un nombre en la novela, sino que su identidad se define a partir de esa característica.
— El hecho de que no tenga nombre tiene un montón de rebotes. Lo pensé muchísimo, por un lado tiene que ver con el don y la doble carga de ese don, que le permite ver lo que los demás no pueden y que tiene un costo terrible: la señalan en ese barrio tan particular donde la marginalizan, porque comer tierra en la sociedad está visto como algo extraño y sucio, ligado a la pobreza y también un poco a la locura, ¿quién come tierra en una edad avanzada? También quería problematizar otras cosas, como dar por seguro que todos tenemos un nombre, y muchas veces no es así. Hay niños a quienes no se los inscribe, que no tienen documentos, que no tienen casa. También está el tema central de los desaparecidos, quería problematizar por ese lado, hay gente en Argentina y en toda Latinoamérica a la cual todavía se está buscando, un nieto que quizás no tiene un nombre porque nació en cautiverio.
—Cometierra, además, no se centra exclusivamente en la violencia de género, sino que también habla de todo un contexto de vulnerabilidad social. ¿Qué te motivó a esa decisión?
— Me parece que es un contexto muy válido, hablar desde el conurbano que tiene millones de niños, adolescentes y mujeres. Somos 16 millones o más, y me sorprendió, por un lado, que no hubiera más ficción de ese conurbano y también sobre esas voces de chicas jóvenes que tienen muchísimo para decir y aportar. Cometierra es la hija de un femicida y descubre el don, justamente, en el momento en que se está despidiendo de su madre. De alguna forma, su condición de hija de un femicida es lo que le permite conectarse con ese don: ella come tierra que acaba de cubrir el cuerpo de su mamá como para llevarse algo suyo dentro de su propio cuerpo. Por otro lado, me parece que la provincia de Buenos Aires es un territorio en el que eso pasa todo el tiempo y en el que pasan un millón de cosas que están en la novela: el tema de los umbanda, de los trabajos, la vinculación o no con el colegio, con la seño, con los amigos, con las bailantas los fines de semana… Me parece que hay muchas historias que sentía que no estaban siendo contadas o que estaban siendo contadas de otra forma, y tenía ganas de tomar la posta y hablar desde ahí, con una voz joven y plantada en ese territorio.
— En ese sentido, se observa un trabajo muy importante en la construcción de las voces de jóvenes, ¿influyó tu rol como docente en esa tarea?
— Sí, por supuesto, me parece que a mí no me interesaba solamente contar una historia, sino hacer un trabajo sobre la lengua para hacerlo, encontrar o construir voces para vehiculizar ese relato. Influyó mucho el estar en relación permanente con niños y adolescentes, escucharlos, conversar con ellos, debatir cosas centrales de la vida, porque esos pibes van creciendo y te buscan y tienen que tomar decisiones, y es en esos momentos en los que quizás te van a consultar. Todo eso me sirvió muchísimo a la hora de construir los personajes y ponerlos a hablar y a funcionar en la novela.
Me parece que hay muchas historias que sentía que no estaban siendo contadas o que estaban siendo contadas de otra forma, y tenía ganas de tomar la posta y hablar desde ahí, con una voz joven y plantada en ese territorio.
— Hablando con autoras sobre la relación entre la literatura y los feminismos, algunas me decían que la efervescencia contribuyó a visibilizar ciertos temas. ¿Considerás que hubo algún cambio en la ficción a partir de la masividad de los feminismos en los últimos años?
— Ese cambio lo vengo siguiendo y me interesa muchísmo. Creo que antes se narraba desde otro lugar y desde otra forma absolutamente distinta, y me parece que muchos libros ahora vienen a narrar más de nuestro lado. Empieza a haber otra mirada absoluta, pienso en Gabriela Cabezón Cámara, Selva Almada… Historias que empiezan a surgir desde nuestras voces porque, de alguna manera, las mujeres muertas en la literatura han estado siempre. Hay un montón de asesinatos de mujeres y cuerpos en lo que es la novela negra, pero a mí me interesaba encontrarle una poética propia, narrar eso dese otra óptica y con otros costos de las mujeres.
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Historias que empiezan a surgir desde nuestras voces porque, de alguna manera, las mujeres muertas en la literatura han estado siempre. Hay un montón de asesinatos de mujeres y cuerpos en lo que es la novela negra, pero a mí me interesaba encontrarle un poética propia, narrar eso dese otra óptica y con otros costos de las mujeres.
— También me pareció me interesante la ausencia del Estado como uno de los puntos de la novela que, a su vez, forma parte de una demanda troncal en los movimientos feministas.
— Sí, además queda en evidencia que hay mucha gente buscando gente que le falta, y que tiene la desesperada obligación de recurrir a una vidente, que encima es una chica adolescente, precarizada y alejada de los centros, en un zona periférica. Eso implicó que esas personas que la buscan ya tienen un recorrido hecho, que es el de ir a la Justicia, al Estado, a la policía sin que se resuelva nada, por lo que terminan yendo a una vidente, que no tiene ni la obligación ni las herramientas que sí tienen los organismos estatales para resolver eso, y que, en definitiva, es la única que termina aportando algo a la resolución.
— Otra de las cosas que se destacan en Cometierra es el uso de un lenguaje poético para narrar la historia. ¿Cuál es tu vínculo con la poesía?
— Soy súper lectora de poesía, me gusta muchísimo leerla, porque de un verso siempre sale una historia, una imagen, un comienzo. Por otro lado, creo hay una confusión porque muchas veces se piensa que la poesía tiene que operar sobre los estados de la lengua que pertenecen a los estratos poseedores de todo, y me parece que no, que uno también puede trabajar poéticamente la lengua de los marginados. Eso me movilizo muchísimo a la hora de pensar cómo Cometierra ve el mundo, cómo siente su cuerpo, cómo atraviesa todas las situaciones tan fuertes que tiene que vivenciar.
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—En otras entrevistas también mencionás cómo lo fantástico puede funcionar como una herramienta para potenciar la realidad. ¿Cómo trabajaste eso en este caso?
— En ningún momento me puse a problematizar, mientras escribía, si estaba transgrediendo un género, si iba a ser realista o fantástico. Mi única preocupación era contar la historia, encontrar las voces sólidas, encontrarle un tono al texto y, desde ahí, laburar con la más absoluta libertad, y eso creo que es lo que hice. Nunca me preocupé si al hacerla comer tierra y ver cosas que quizás no se pueden ver de otra forma me estaba saliendo de cierto realismo. Para mí eso es una discusión posterior. De hecho, no creo que al momento de ponerme a escribir eso opere enriqueciendo la práctica. Me parece que a la hora de escribir respondemos con la libertad más absoluta.
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— ¿Qué autores o autoras podrías nombrar como referentes?
— Hay muchísimos, mencionaría Fernanda Melchor y su Temporada de huracanes, donde hay una bruja, que es la bruja muerta que opera sobre un pueblo de una forma muy particular; también Camila Sosa Villada con Las malas y muchos textos que son realmente los acontecimientos más importantes que dio la literatura en este último tiempo. María Fernanda Ampuero – a quien no se la está leyendo mucho acá pero sí afuera – me parece excelente. Pienso también en Lina Meruane, que tiene una muy potente para pensar los feminismos en América Latina. Después todo lo que serían las escritoras en Argentina, que están dando tanto que hablar, Samantha Schweblin, Mariana Enriquez, y muchas que están trabajando y construyendo ficción muy potente y que están siendo tan leídas y publicadas.
Mi única preocupación era contar la historia, encontrar las voces sólidas, encontrarle un tono al texto y, desde ahí, laburar con la más absoluta libertad, y eso creo que es lo que hice. Nunca me preocupé si al hacerla comer tierra y ver cosas que quizás no se pueden ver de otra forma me estaba saliendo de cierto realismo.
— Para ir cerrando, ¿cómo llevaste la cuarentena y este año tan particular en relación la escritura y la lectura?
Al principio fue bastante terrible, porque venía con un año en la cabeza y eso se pulverizó. Este año claramente no iba a existir y a mí eso me costó un montón, además estaba muy intranquila. Creo que la literatura siempre implica otra temporalidad, una mucho más tranquila y, al inicio era todo drama, frenes y nervios. Cuando me propusieron hacer los diarios del CCK, eso me permitió de alguna forma hacer bastante catarsis en esos textos. Yo no escribo mucho autobiográfico y ahí me metí a pleno, fue como volver a tomar el pulso de la lectura y de la escritura y, después, el resto del año fue al revés, trabajando a full, buscando materiales y proyectos, que finalmente vinieron muchísimos, así que, pese a toda la angustia que sigue generando lo incierto del afuera, fue un año de mucho crecimiento en la lectura y la escritura.
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— ¿Cómo ves el panorama de lo que se nombra como la “nueva normalidad”?
— Lo pienso desde la ficción absoluta y muy poco agarrada de la realidad, no me imagino la nueva normalidad, ya veremos. Creo que nada es absolutamente el camino certero, estamos viendo en Europa la segunda ola y los confinamientos y, de alguna forma todo es bastante relativo. No sé cuál es la solución que nos pueda dar establecer esto, algo tan importante o solido como una nueva normalidad.