Los ocho cuentos que conforman Bebé Vampiro (Concreto, 2020), de Nadine Lifschitz, posan su mirada sobre momentos bisagra en la vida de sus protagonistas. Desde la infancia, hasta la vida adulta, pasando por la maternidad, estos relatos narran las sensaciones que impactan sobre mujeres que se ven obligadas a enfrentarse al impacto de lo incierto. Universos con imágenes potentes que nos permiten acompañar de cerca experiencias vitales.
¿Cómo decidir qué momentos son los que marcan una determinada etapa de la vida? ¿Cuáles son las experiencias que se elige reconstruir al mirar hacia atrás? ¿Qué imágenes son las que quedan rondando en la memoria? Con cada cuento de Bebé Vampiro (Concreto, 2020) Nadine Lifschitz ensaya una respuesta distinta desde las voces de mujeres marcadas por sucesos de importancia vital, atravesando la infancia, la adolescencia y la vida adulta. Ocho relatos en los que las memorias surgen como parte de eventos trascendentales para cada una de sus protagonistas y que disparan sensaciones que logran condensar un universo amplio, en el que es posible sumergirse más allá de la historia puntual que se narra.
Con precisión, la autora construye personajes y miradas que se despliegan en toda su complejidad, al recorrer afectos y vínculos primarios que toman formas diferentes, pero que cargan siempre con la intensidad propia de cada vivencia.
Con precisión, la autora construye personajes y miradas que se despliegan en toda su complejidad, al recorrer afectos y vínculos primarios que toman formas diferentes, pero que cargan siempre con la intensidad propia de cada vivencia. Los lazos de una amistad de la primaria – que como tal, se siente eterna – disueltos por la distancia; la muerte de la madre de una amiga, que guardó secretos y acompañó corazones rotos con milanesas caseras; desilusiones adolescentes; la amenaza de una enfermedad inesperada; la despedida de un padre en el consultorio de una psicóloga a la que se quiere dejar; la maternidad, explorada desde múltiples aristas, para terminar alejándose así de modelos idealizados. A su manera, cada protagonista transita un duelo, se ve obligada a afrontar el impacto de lo inesperado, de la muerte o del desencanto.
“En los cuentos de Bebé Vampiro lo quebrado está a la vista y brilla”, dice Cecilia Fanti en la contratapa. Y agrega: “La narrativa de Nadine explora con pulso, piedad y humor zonas amargas, ocultas y condenadas. Como una practicante del arte del Kintsugi, construye sus historias sobre los rastros, las fallas y las heridas”. Es precisamente esa habilidad por captar ese destello, ese lugar donde las cosas no están dichas, lo que caracteriza a este libro. Experiencias que no quedan únicamente en lo anecdótico, sino que constituyen aquellos lugares que se revisitan y que quedan marcados con la precisión y la potencia de imágenes claves, como un cigarrillo manchado con el rouge de alguien que murió o los labios de un bebé por los que cae leche mezclada con la sangre de un pezón agrietado.
“En los cuentos de Bebé Vampiro lo quebrado está a la vista y brilla”, dice Cecilia Fanti en la contratapa. Y agrega: “La narrativa de Nadine explora con pulso, piedad y humor zonas amargas, ocultas y condenadas. Como una practicante del arte del Kintsugi, construye sus historias sobre los rastros, las fallas y las heridas”
Las historias de Bebé Vampiro podrían incluso imaginarse hiladas entre sí, como relatos que forman parte de un mismo barrio, un universo cercano donde asistimos a ese extrañamiento que experimentan las protagonistas al enfrentarse a lo incierto. El relato de una memoria coral, con la que asistimos a momentos bisagra, a puntos de inflexión, de esos que quedan grabados por el impacto de las sensaciones que provocan, por la agudeza de observar de cerca todo lo posible para comprender aquello que nos rodea.