El autor chileno, radicado en México, publicó Poeta Chileno (Anagrama, 2020) su primera novela de largo aliento, en donde vuelve a forzar los límites de los géneros y los recursos literarios. «Es imprescindible entender que no eres mejor que otros por el solo hecho de escribir o de escribir ‘bien’ (sea lo que sea lo que eso signifique)», destaca en diálogo con La Primera Piedra. El clima social en Chile, la distancia reforzada por la pandemia y el espacio que puede ocupar la literatura en este contexto.
Cada tanto ocurre algo que no debería ser una excepción: un escritor latinoamericano que es leído con interés en todo el continente. Ese es el caso de Alejandro Zambra (Santiago de Chile, 1975), autor de obras tan versátiles como contundentes- como es el caso de Bonsai, Formas de volver a casa o Facsímil-, en donde la literatura puede tomar la forma de un experimento sutil o una apuesta arriesgada. En el caso de Poeta chileno, libro que salió cuando la pandemia daba sus primeros pasos en el mundo y llegó a la Argentina en septiembre, Zambra cuenta una historia en distintas capas temporales y a través de diferentes protagonistas que dan lugar a su primer novela extensa. Uno de los epígrafes elegidos es del escritor argentino Fabián Casas: «Una técnica que sirve para escribir/ debe servir también para vivir».
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«Escribas o no, yo creo que es crucial mantener el vínculo con tu comunidad de origen. Y crear otra comunidad, idealmente, y tratar de mezclarlas«, señala en esa dirección el autor chileno que en la actualidad reside en México en conversación con La Primera Piedra. En el caso de Poeta chileno, se puede respirar el clima de un Santiago de Chile a lo largo de diferentes décadas, pero con un mismo telón de fondo: el país de los grandes poetas y las deudas no saldadas con respecto a la dictadura de Augusto Pinochet y el liberalismo explícito. Gonzalo, el poeta chileno protagonista del libro, parece traspasarle a Vicente, su hijastro ocasional, no solo la pasión por la literatura, sino el sentimiento de desconcierto por el mundo en el que les toca vivir.
Pienso que es imprescindible entender que no eres mejor que otros por el solo hecho de escribir o de escribir «bien» (sea lo que sea lo que eso signifique). Suena obvio, pero hay quienes nunca lo entienden.
En ese sentido, Zambra reflexiona sobre el aura especial con el que carga la poesía en el país trasandino: «Chile ha sido más y mejor «narrado» por los poetas que por los narradores, pero tampoco creo que se trate de mundos diferentes o antagónicos«. A lo largo de su novela, los poetas más jóvenes buscan encontrarse en la dualidad que encarna cualquier poeta: sentir que sus versos tienen que cumplir la obligación de cambiar al mundo al mismo tiempo que nadie les presta demasiada atención. Al respecto, el escritor estadounidense Ben Lerner destacaba en una entrevista de 2017 sobre el lugar que se le otorga a la poesía en la actualidad: «La gente a veces responde como si fueras un anacronismo, otras como si fueses un idiota pretencioso, y a veces como si fueras un enfermo mental».
Por su parte, el autor chileno ganador del Premio Príncipe Claus en Holanda por el conjunto de su obra subraya a esta revista que necesario seguir escribiendo poesía con «p» minúscula, al mismo tiempo que un escritor debe ubicarse «en la multitud, pues, mirándolo todo, viviéndolo todo». En relación a la pandemia y al momento social que se vive en Chile desde hace ya varios meses, Zambra destaca la importancia del plebiscito del 25 de octubre en donde se buscará iniciar el proceso de reforma de la constitución chilena heredada de la dictadura de Pinochet: «Espero que en el plebiscito del 25 el triunfo del Apruebo sea rotundo y que ese triunfo siente las bases para construir una esperanza más nítida y menos fatalista», sostiene.
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— Poeta chileno es tu primera novela de “largo aliento”, aunque eso no significó un cambio de voz ni de búsqueda estética. ¿Qué desafíos te representó la escritura de este libro?
— Creo que siempre lo más difícil es entender el libro y dejarlo que respire por sí mismo. Darle forma sin traicionar los balbuceos que lo originaron. Hubo varios desafíos puntuales, pero siempre fue más gravitante el placer, porque lo pasé muy bien escribiéndolo.
— En el libro se habla de un fenómeno muy particular: mientras que en la mayoría de los países los narradores cuentan con más prestigio y una suerte de aura mayor que los poetas, en Chile sucede algo inverso. ¿Cómo viviste ese fenómeno en tu pasaje de la poesía a la narrativa en los primeros años de tu carrera como escritor?
— Creo que siempre fui mejor contando historias que intentando poemas, pero el deseo literario estaba, en mi caso, más ligado a la poesía que a la narrativa. Igual, nunca he dejado de escribir poesía, no te creas. Y no las separo tanto, la verdad. Chile ha sido más y mejor «narrado» por los poetas que por los narradores, pero tampoco creo que se trate de mundos diferentes o antagónicos. Por suerte hoy son cada vez más naturales los saltos de la poesía a la prosa y viceversa, ni siquiera suenan ya noticiosos, son más como cambios de ritmo o de instrumentos o de estilo. En mi novela, sin embargo, predominan los poetas-que-no-leen-novelas y que las desprecian, cuyo padre putativo es el Chico Molina, autor de esa frase tan arrogante que siempre me hace tanta gracia: «la novela es la poesía de los tontos». Los personajes de mi novela se alinearían con Molina y por lo tanto no perderían el tiempo leyendo novelas como la mía, lo que de algún modo extraño me entristece un poco…
Por suerte hoy son cada vez más naturales los saltos de la poesía a la prosa y viceversa, ni siquiera suenan ya noticiosos, son más como cambios de ritmo o de instrumentos o de estilo.
— La poesía la mayoría de las veces es tratada, incluso por los propios poetas, como si no fuera un género literario, sino una suerte más allá. Como si siempre se dudara si poesía se escribe con “P” mayúscula o minúscula. ¿Cuál es tu posición al respecto?
— Que hay que escribirla con p minúscula, compañero.
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— Hay un pasaje muy breve pero muy bello del libro en el que se hace una comparación de los poetas chilenos del libro, sobre todos los más jóvenes, con los perros callejeros de la ciudad de Santiago: sin rumbo fijo, siempre buscando en basureros de ciudades desconocidas. ¿Qué lugar puede ocupar un escritor, ya sea poeta o no, en un mundo como el actual?
— En la multitud, pues, mirándolo todo, viviéndolo todo. Escribas o no, yo creo que es crucial mantener el vínculo con tu comunidad de origen. Y crear otra comunidad, idealmente, y tratar de mezclarlas. Pienso que es imprescindible entender que no eres mejor que otros por el solo hecho de escribir o de escribir «bien» (sea lo que sea lo que eso signifique). Suena obvio, pero hay quienes nunca lo entienden.
— En tus novelas y relatos solés experimentar con las formas, aunque siempre en diálogo con la sutileza. ¿Ese equilibrio entre lo formal y lo experimental es algo que buscás de manera consciente?
— En este libro buscaba, en particular, una cierta calidez que me costaría muchísimo describir pero presentía y de pronto creía reconocer y cuya consecución me importaba más que cualquier otra certeza. En cuanto al estilo, lo pienso más como un ir y venir, como un vaivén. Empiezas precalentando con un par de pasos que alguna vez aprendiste y que te sirven por un rato para crear –en ti mismo– la sensación de que sabes bailar, de que no eres un desastre, pero luego te olvidas de esos pasos e inventas otros y recién entonces de verdad lo pasas bien.
En cuanto al estilo, lo pienso más como un ir y venir, como un vaivén. Empiezas precalentando con un par de pasos que alguna vez aprendiste y que te sirven por un rato para crear –en ti mismo– la sensación de que sabes bailar, de que no eres un desastre
— En esa dirección, en una entrevista anterior señalaste: “La idea de obra me parece un lastre, es pura parálisis, yo quiero sentir que estoy empezando, balbuceando, jugando, de ahí viene la energía verdadera”. ¿Qué lugar ocupa la incertidumbre en tu escritura?
— Todos los libros son libros del desasosiego. Eso te habría contestado en febrero. Ahora te contesto lo mismo, pero harto más angustiado.
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— ¿Cómo estás atravesando la pandemia? Durante un momento hubo una visión de que era una oportunidad para los grandes cambios, pero eso parece haberse dejado atrás. ¿Sos de pensar en la nueva normalidad?
— No creo que volvamos a ser como éramos antes de la pandemia y del estallido chileno. No creo ni quiero. La pandemia la he resistido a punta de telefonazos diarios con mi familia y mis amigos en Chile. Y leyendo muchos libros para niños y también algunos pocos para adultos. Mi hijo aprendió a hablar en pandemia. Ya medio sabía, pero en estos meses se súper desató. Presenciar su adquisición del habla ha sido lo más hermoso y alucinante que me ha pasado en la vida. Al menos la pandemia no me quitó esa felicidad.
— La cita de Fabián Casas que abre el libro, del poema “Técnicas”, lleva a la siguiente pregunta: ¿qué técnica de escritura te sirve para tu vida?
— Esos versos luminosos de Fabián han sido para mí como un mantra, no quisiera banalizarlos ni traducirlos/ traicionarlos. Que quede dicho en poema, mejor: «Una técnica que sirve para escribir/ debe servir también para vivir». Me encanta también el otro epígrafe, que es una frase de El gran Meaulnes versionada y tal vez perfeccionada por el poeta chileno Jorge Teillier: «No hay casa, ni padres, ni amor:/ solo hay compañeros de juego».
No creo que volvamos a ser como éramos antes de la pandemia y del estallido chileno. No creo ni quiero. La pandemia la he resistido a punta de telefonazos diarios con mi familia y mis amigos en Chile.
— Por último, ¿cómo vivís este momento de mayor estallido social en Chile –sobre todo antes de la pandemia- desde México? Siendo un tema que aparece de manera frecuente en tus libros, ¿creés que es un momento clave para repensar al país después de las consecuencias que dejó la dictadura de Pinochet tanto en el plano cultural como en lo social y económico?
— Claro que sí. Espero que en el plebiscito del 25 el triunfo del Apruebo sea rotundo y que ese triunfo siente las bases para construir una esperanza más nítida y menos fatalista. Ha sido un año tan cruel. De la fervorosa ocupación de las calles y el luto por las víctimas de los crímenes de estado, al confinamiento; de la explosión del nosotros a la reclusión obligatoria al amparo de autoridades en las que ya nadie confía. Pero ahora es cuando. Para explicarte cómo lo vivo desde lejos tendría que escribir otro libro, cosa que no descarto en lo absoluto. Por lo pronto espero un triunfo rotundo del Apruebo en el plebiscito del 25. Ah, parece que ya dije eso. Bueno, no está de más repetirlo.
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