El célebre director es conocido por tener violencia explícita y sangre como protagonistas de sus películas. Sin embargo, quizás sea necesario mirar un poco más allá para comprender que en verdad, el icono del cine moderno no es más que un romántico intentando traer algo de luz a una humanidad con un historial desangelado. Bastardos sin gloria (2009), Django (2012) y Había una vez en Hollywood (2019) son fieles ejemplos del intento de Quentin Tarantino por redimir al mundo, al menos por un rato, de sus más terribles tragedias.
El director y guionista Quentin Tarantino se lanza a la fama en 1992 con el estreno de Perros de reserva, una más dentro de la larga lista de películas sobre mafiosos, pero contada con un guion tan original que parecía una temática tratada por primera vez. Desde ese año el éxito no dejó de acompañarlo, continuando con proyectos como Pulp fiction, Jackie Brown, Kill Bill y muchos otros.
En el año 2009 innova con un filme basado en hechos históricos reales, pero con un final completamente fantástico: Bastardos sin gloria, uno de los más aclamados proyectos del director, quien le da una vuelta de tuerca al abordaje del genocidio más grande de la humanidad, el nazismo. La película logra lo impensado, hacer reír a la audiencia (aunque incómodamente) de la siniestra figura de Hitler.
Bastardos sin gloria lo impensado, hacer reír a la audiencia (aunque incómodamente) de la siniestra figura de Hitler. Hasta ese momento parecía algo prohibido abordar el tema con originalidad y gracia, pero como siempre Tarantino logra, a su manera, romper con los moldes establecidos por la industria.
Hasta ese momento parecía algo prohibido abordar el tema con originalidad y gracia, pero como siempre Tarantino logra, a su manera, romper con los moldes establecidos por la industria. Trae a la pantalla a un Hitler ridículo, al general nazi más aterrador de todos los tiempos (Christoph Waltz) y a un grupo de soldados norteamericanos, hambrientos de revancha e irónicamente perfectos que se dedican, en palabras de su líder (Brad Pitt) “a una cosa y solo una cosa: matar nazis”. A través de relatos paralelos y muchos personajes (todos maravillosos), se llega al final del filme, cargado de un incontrolable deseo de redención. Tarantino hace arder aquél pasado oscuro y deja a la audiencia, entre risas y llantos, con un desenlace anhelado por todos.
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Otro intento de romantizar la historia a través del cine llega en el año 2012 con Django. Esta vez, pone el foco en otro de los crímenes más despiadados de la humanidad: la esclavitud. Tarantino vuelve a innovar poniendo la figura del “vaquero western” en manos de un actor afroamericano (Jamie Foxx).
La película relata la historia de este esclavo rebelde llamado Django, quien logra escapar de su patrón y se va en busca de su esposa (Kerry Washington), la que fue comprada por un blanco terrateniente (Leonardo Dicaprio). Para adentrarse en esa travesía, el protagonista cuenta con la compañía de su fiel amigo alemán, encarnado por el siempre magnífico Christoph Waltz. El director logra, con otro guion atrapante y su infaltable humor, regalarnos un final superador: el triunfo del esclavo, nuevamente haciendo arder al perverso enemigo, en este caso puesto en el hombre rico blanco.
Tarantino logra con Django otro guion atrapante y, gracia a su infaltable humor, regalarnos un final superador: el triunfo del esclavo, nuevamente haciendo arder al perverso enemigo, en este caso puesto en el hombre rico blanco.
En la línea de estos finales utópicos, el último proyecto de Tarantino estrenado en 2019: Había una vez en Hollywood. Esta vez, el director y guionista, nos trae a la pantalla una versión alternativa del asesinato más mediático llevado a cabo por el Clan Mason. Aquel trágico crimen terminó con la muerte de Sharon Tate, entones embarazada de ocho meses, y de otras cuatro personas que la acompañaban en su mansión de Los Ángeles.
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Situada en los años 60, en un caluroso Hollywood que desborda glamour, fiestas y fama, la estética de la película es casi tan llamativa como su trama. En los roles principales tenemos a Rick Dalton, un actor en decadencia (Leo Dicaprio) y a su doble de riesgo (Brad Pitt), compañero inseparable y, ahora, sostén en la desolación. Ambos personajes absurdos y desopilantes logran ganarse el cariño de la audiencia.
La otra figura protagónica es Sharon Tate (Margot Robbie), quien se muda al lujoso barrio de las estrellas de L.A, a la casa vecina de Rick Dalton. Durante la película transcurren 3 tramas paralelas y levemente entrecruzadas, cada una con uno de los actores como protagonista, y que se unen en un final común: la noche del ataque del Clan Mason a la mansión de Tate. Durante los últimos 20 minutos de película se agrega una dosis típica del director cargada de adrenalina, en donde, además de acción y lucha, volvemos a ver arder al villano de la historia.
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Si hay algo que atraviesa a estos filmes, además de los desenlaces felices, las excelentes actuaciones y el fuego, es el humor con el que los guiones logran tratar aquellas tragedias que, antes de caer en las ingeniosas manos del creador, parecían ser temas vedados a la risa.
Si hay algo que atraviesa a estos filmes, además de los desenlaces felices, las excelentes actuaciones y el fuego, es el humor con el que los guiones logran tratar aquellas tragedias que, antes de caer en las ingeniosas manos del creador, parecían ser temas vedados a la risa.
Si se tienen en cuenta estas películas, queda cuestionado el lugar de “director de filmes sangrientos” en el que, usualmente, se lo pone. Sería más acertado pensarlo como un romántico, que reescribe la historia con finales felices y poéticos para regalárselos a un público que va al cine con ganas de gore.
Considerando que casi todos sus proyectos son éxitos de taquilla y que, los tres mencionados, tuvieron nominaciones al Óscar, se puede suponer que el creador se aprovecha de aquella violencia explícita que se le adjudica para atraer a una audiencia heterogénea, sedienta de acción, que termina viendo (en parte) una historia de amor: el anhelo de reconciliar a la humanidad con su pasado.
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