La poeta y psiconoalista acaba de publicar El cuerpo (Portaculturas, 2020), libro que continúa el trabajo realizado en La vista, en donde las películas sirven de puntapié para la escritura poética. El desafío de la sensibilidad en tiempos de pandemia, los avances de los discursos del odio y la llegada a la literatura por parte de la autora. «Ambos, psicoanálisis y poesía, me mostraron que es posible transformar ese padecimiento en fuerza, en potencia, en afirmación y celebración del hecho extraño y hermoso y único de estar vivxs», destaca Claudia Masin a La Primera Piedra. Además, su balance sobre lo ocurrido en relación al concurso del Fondo Nacional de las Artes.
Si hay algo que caracteriza a la obra de Claudia Masin es la desobediencia: ante lo hegemónico, ante lo estereotipado, ante lo predecible. Fruto de esa particularidad, en 2018 la autora nacida en Chaco en 1972 publicó s obra reunida en La desobediencia (ConTexto). El propio cuerpo es desobediente por naturaleza: pocas veces respeta lo que la conciencia manda. En ese sentido, su último libro El cuerpo (Portaculturas, 2020) es un nuevo aporte a su nutrida obra en la que la rebelión se encuentra en los detalles más mínimos de la vida cotidiana así como también en los laberintos de las personalidades de cada una de las voces poéticas propuestas.
«Resultó para mí muy impactante que un libro llamado nada menos que El cuerpo comience a circular en un momento en el que -precisamente- como medida de cuidado nos vimos obligadxs a “guardar” el cuerpo en la intimidad, en los espacios cerrados, lejos del intercambio con otrxs», señala Masin en diálogo con La Primera Piedra. En la contratapa de El cuerpo, la poeta estadounidense Robin Myers destaca que los poemas de la autora «observan, con una lucidez brutal, el daño que nos hacemos es mutuamente y a nosotros; toman un íntimo registro de cómo aquel dolor nos transforma; y afirman, una vez tras otra, que desear y amar han valido la pena«.
En cuanto a la cuarentena, la estoy viviendo con la mayor tranquilidad posible y experimentando el cuidado propio como una decisión política: cuidar de no contagiarme implica a su vez cuidar a lxs demás de la posibilidad de contagiarlxs. Y eso implica salirse de la lógica liberal de las “libertades personales” como valor por encima de todos los otros, como la máxima aspiración.
Esa lucidez brutal que menciona Myers puede encontrar en versos como los siguientes: «darte la furia/ y el amor y la tristeza por no poder durar,/ por haber sido traída aquí/ a desear algo que no existe: la permanencia». O también: «El cuerpo/ que súbitamente se desordena, se desmembra,/se convierte en un trapo raído,/ colgado de una soga, entregándose a los golpes de un viento bruto,/ inesperado, que se alzó de repente». A lo largo de este nuevo poemario, Masin desplega esa vista precisa en los pliegues de los sentimientos, en donde la dulzura tiene un costado filoso, al igual que donde existe la amenaza también anida la salvación.
En la misma dirección, la escritora señala en esta entrevista los desafíos de conservar la atención, la sensibilidad en los tiempos actuales: «Eso es para mí “perder la vista”: convertirnos en personas indiferentes a la materia sensible que nos constituye, que constituye a lxs demás, al mundo». Al mismo tiempo, Masin destaca la valoración del género poético en la actualidad, aunque advierte: «Creo que junto al crecimiento del discurso poético se está dando el crecimiento de un discurso que yo llamaría el discurso del odio, que busca cargar de sentido el lenguaje por la vía opuesta a la de la poesía».
Por último, la autora de libros como Geologías y ganadora del Fondo Nacional de las Artes en 2017 da su opinión sobre la polémica desatada en torno al lanzamiento de un premio temático este año, algo que luego fue rectificado por las propias autoridades del FNA: «No estaba en juego un premio literario sino un tema de fondo que es necesario discutir: las políticas de estado en relación a la cultura y – en lo que a nosotrxs atañe- particularmente a la poesía, como el género más abandonado de la mano de tales políticas«, concluye Masin.
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— En el poema “Ondas que se desvanecen” se puede leer: “Si no hay voz/ si no hay piel, si no hay olor/ ni cuello, omóplatos, manos, / sólo quedan palabras, pensamientos, semillas/ de las que va desprendiéndose/ lentamente la vida que llevaban”. ¿Cómo se te resginifca este libro en este contexto?
— Resultó para mí muy impactante que un libro llamado nada menos que El cuerpo comience a circular en un momento en el que -precisamente- como medida de cuidado nos vimos obligadxs a “guardar” el cuerpo en la intimidad, en los espacios cerrados, lejos del intercambio con otrxs. Precisamente, desde mi visión -y esto es bastante visible en los poemas que conforman el libro- el cuerpo es más una construcción social que una “posesión” personal. Es a través del cruce con otrxs que puede hablarse de la existencia de un cuerpo. A partir de las marcas que ese cruce, que ese choque, produce, que el cuerpo empieza a existir como tal. El libro habla precisamente del cuerpo no desde la idea que lo concibe como una construcción monolítica, no es el cuerpo “hegemónico” aquel del que hablo, sino de aquel disidente, desobediente, que no responde a lo esperable ni a lo dado, que hace más de lo que se espera de él, que hace otra cosa que lo que se espera de él. Y ese cuerpo se construye -a diferencia del organismo, que nos es dado- siempre en relación.
— Esto me lleva a una pregunta inevitable: ¿cómo estás atravesando la pandemia?
— Estoy viviendo la pandemia con preocupación y con esperanza, algunos días prima uno de los dos sentimientos pero generalmente conviven. En cuanto a la cuarentena, la estoy viviendo con la mayor tranquilidad posible y experimentando el cuidado propio como una decisión política: desde esta mirada de la que te hablaba, cuidar de no contagiarme implica a su vez cuidar a lxs demás de la posibilidad de contagiarlxs. Y eso implica salirse de la lógica liberal de las “libertades personales” como valor por encima de todos los otros, como la máxima aspiración. Yo creo y apuesto por una sociedad en la que el cuidado propio y el ajeno sean una misma cosa, que está por encima de mi conveniencia o preferencia personal como sujeto. Apuesto a la idea de comunidad, de construcción común. Por eso no vivo la cuarentena como una restricción sino como una decisión (más allá de las indicaciones del gobierno, de los gobiernos, ya se ha visto que cada cual tiene un margen de decisión enorme). Yo elijo quedarme en casa y esperar, y hacer de este tiempo el mejor tiempo posible. No es una decisión personal, es una decisión política, tan política como la de aquel que -no siendo trabajador/a esencial o no estando obligado a salir por motivos externos- decide hacer “vida normal”, decide ignorar o minimizar las muertes, lxs enfermxs. Desde mi idea de las cosas, no hay posición más obediente al poder (al verdadero poder, no al del gobierno de turno) que esa: ser funcional al sistema, salir a consumir y a gastar y a mantener la maquinaria capitalista funcionando aunque -literalmente- te pueda costar la vida. La propia o la de otrxs.
Desde mi visión -y esto es bastante visible en los poemas que conforman el libro- el cuerpo es más una construcción social que una “posesión” personal. Es a través del cruce con otrxs que puede hablarse de la existencia de un cuerpo.
— Hablando con diferentes autores y autoras, las respuestas eran bastante disímiles en relación a la concentración con la lectura y escritura, ¿cómo se está dando en tu caso?
— En mi caso, es fluctuante. Me cuesta mucho más que antes, es imposible abstraerse de lo que te rodea, al menos en mi caso. Me es mucho más sencilla la relación con el cine, que siempre, en momentos de crisis personal o social, estuvo ahí para mí, no solo como “modo de evasión” de una realidad oprimente en un sentido si querés más superficial, sino como modo de salir del yo, de lo autocentrado del yo. Hay algo en el discurso de la imagen que me captura y me permite esa liberación. En cuanto a la lectura y la escritura, implican una concentración que no siempre tengo, he leído mucha novela y ensayo en esta cuarentena, particularmente a Paul B. Preciado y Virginie Despentes -entre muchxs otrxs ensayistas y novelistas- que eran lecturas pendientes. O bien he releído novelas (algunas de ellas por tercera vez, como la obra de Jonathan Franzen completa) La lectura de poesía ha sido escasa y en general ligada más bien al trabajo, a los talleres virtuales que vengo dando.
— ¿Sos de pensar en “la nueva normalidad?
— Sí, pienso con bastante frecuencia en la postpandemia. Prefiero no pensarla como una “nueva normalidad”, básicamente porque detesto la idea de normalidad y la combato todo lo que puedo. Creo que es la “normalidad”, es decir todos los errores y horrores que hemos naturalizado, la que nos ha llevado a este escenario de pandemia, como a otros escenarios paralelos y para nada ajenos a ella (la destrucción a la que hemos sometido al planeta, el calentamiento global, los desmontes, la naturalización de la miseria y el hambre, las múltiples formas de esclavitud humana, ya sea en trabajos insalubres y mal pagos, o mediante la sumisión al papel de consumidores pasivos en un capitalismo al que el ser humano no le interesa más que como eso, en fin: el escenario de normalidad prepandemia). Más bien pienso, o apuesto, a la posibilidad de crear nuevos modos de relacionarnos entre nosotrxs como tribu, menos brutales y dolorosos. No estoy para nada convencida de que sea posible, pero si hay algo nuevo que advenga después de la pandemia, por favor que no se trate de ninguna normalidad: que sea lo excepcional, lo nunca pensado, lo que va a contramano de la dirección en la que íbamos.
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— El cuerpo completa una trilogía de libros junto a La vista y Lo intacto en el que los poemas parten de películas. ¿De qué manera trabajás la unión entre lo ajeno y lo propio en ese proceso para crear algo nuevo?
— En realidad El cuerpo es la segunda parte de una trilogía que se cerrará con un libro llamado La intensidad, que está en etapa de revisión, corrección y reescritura. No lo pienso en serie con La vista, pese a que también es un libro basado sobre películas, porque el eje temático de La vista -involuntario, fue produciéndose a medida que iba escribiendo sobre ciertas películas y solo lo descubrí a posteriori- son los vínculos iniciáticos, los de la infancia y la adolescencia, y el eje de Lo intacto, El cuerpo y La intensidad son los vínculos que nos atraviesan el resto de nuestra vida, por supuesto ligados a esos primarios, pero ya no serán en estos tres libros esos lazos “del origen” los que estarán en primer plano como en La vista. Pienso la cuestión de la creación a partir de algo ya existente -en este caso las películas- como una oportunidad hermosa para (como te decía antes) salirse al menos un poco del yo omnipresente, ligar la subjetividad a una ficción. Si bien esto siempre sucede en la poesía (no creo para nada que la poesía se base en “expresar emociones” o sea una suerte de reflejo de la biografía del/la autor/a, sino que también construye su propio imaginario ficcional) sí pienso que trabajar a partir del recurso de una “máscara”, adoptando en este caso la voz de un/una/une determinadx personaje, permite un extraordinario ejercicio de empatía.
— ¿Empatía en qué sentido?
— La empatía pensada como un modo de intentar “entrar” en otrx, de comprender su modo de estar en el mundo, de vivir las experiencias tal como las vive otrx, de entrar en sintonía con su sensibilidad. Un intento que nunca -por supuesto- alcanza su objetivo porque hay algo intransferible en cada cual, pero un intento que nos permite, por un rato, destronar al yo -y a sus experiencias- del centro de la escena. Lo mismo he buscado, creo, cuando escribí Abrigo, un libro basado en las cartas y diarios de Katherine Mansfield, que por supuesto terminó convirtiéndose en una suerte de “conversación” con la Mansfield de sus textos, porque como te decía, pienso que es imposible abandonar la propia subjetividad y devenir absolutamente “otrx”. Pero creo que es un buen horizonte al cual aspirar.
El interés que me hizo acercarme al psicoanálisis (como psicoanalista y también como paciente) es muy parecido al que me hizo acercarme a la poesía: encontrar una cura, una reparación. Pero me gustaría aclarar que no hablo la cura desde el punto de vista de una “normalización” o de una adaptación al mundo tal como es. Esa es la aspiración de cualquier sistema patriarcal-capitalista que se precie de tal
— ¿Esta temática de hacer convivir tus poemas con el cine es algo que vas a continuar en los próximos años?
— Queda, como te comentaba recién, pendiente la publicación de “La intensidad”, que cierra la serie de libros que toma como disparador el cine, y probablemente (aunque esto nunca puede saberse de antemano) también cierre la línea de poemas ligados al cine en mi obra.
— Algo que se respira en todo el libro, así como en gran parte de tu obra, es la convivencia de sentimientos: los límites entre el amor y el desamor, la felicidad y la tragedia, la soledad y la compañía son difusos y muchas veces se entrecruza. ¿Es un interés que también generó que te formaras como psicóloga?
— El interés que me hizo acercarme al psicoanálisis (como psicoanalista y también como paciente) es muy parecido al que me hizo acercarme a la poesía: encontrar una cura, una reparación. Pero me gustaría aclarar que no hablo la cura desde el punto de vista de una “normalización” o de una adaptación al mundo tal como es. Esa es la aspiración de cualquier sistema patriarcal-capitalista que se precie de tal: lograr que lo aceptemos e incluso que pensemos que no hay alternativas y que más nos vale adecuarnos a él. Esa idea de “cura” (muy extendida) implicaría dejar de sentir malestar ante las injusticias o ante los horrores que cotidianamente vemos, padecemos u otrxs padecen a nuestro alrededor. Más bien todo lo contrario, tanto mi formación como psicoanalista, como mi experiencia como paciente y como poeta, me permitieron abrazar mis “rarezas”, mi sensación de profunda inadecuación al mundo, empezar a pensarlas -y a sentirlas- como el modo de curarme y no como la enfermedad. Vivimos en una sociedad que tiende a pensar a la diferencia como monstruosa, como peligrosa, como una amenaza. Y lo es: amenaza a un modo de vida que ofende a la vida. A un modo de vida que está más bien ligado a la muerte. La diferencia, como yo la pienso, está en la base de cualquier revuelta, de cualquier desobediencia, hay que empezar por ese gesto de no aceptación de “lo hegemónico” como la única opción para poder pensar formas de estar en el mundo más ligadas a lo vital, a la alegría, a los encuentros. El padecimiento me llevó al psicoanálisis y a la poesía, pero ambos, psicoanálisis y poesía, me mostraron que es posible transformar ese padecimiento en fuerza, en potencia, en afirmación y celebración del hecho extraño y hermoso y único de estar vivxs.
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— Otra temática que figura en El Cuerpo –un poco quizás por las películas que te inspiraron- y en otros de tus libros la infancia revisitada y la posibilidad de adoptar voces de niñxs y adolescentes. ¿Qué te motiva a detenerte en ese momento particular de una vida?
— En los dos últimos libros en particular (Lo intacto y El cuerpo) solo en unos pocos poemas me detengo especialmente en la infancia, a diferencia de lo que sucedía en La vista, que está centrado en películas cuyos protagonistas son mayoritariamente niñxs y adolescentes. Me interesa la infancia como invención, como la piensa Bachelard en el epígrafe que abre mi libro Geología, cuando dice que hay que volver a imaginar la propia infancia. No habla del recuerdo sino de la imaginación. Buena parte de mis poemas trabajan sobre esa idea: una especie de construcción de un mito de origen, de una historia que si bien está basada en hechos efectivamente sucedidos, los trasciende y los transforma, y de esa manera también repara, modifica el pasado. Yo estoy convencida de que la poesía tiene ese poder de transmutar lo ya vivido, de sacarlo de su aparente fijeza y convertirlo en otra cosa. Y en ese movimiento nos transforma y -a veces- transforma a otrxs. También me centro en la infancia porque creo que es el momento en que se gestaron las primeras rebeliones y se nos forzó a las primeras obediencias. Y me interesa mucho esa cuestión: pensar en cada momento de la vida a qué “amo” estamos obedeciendo, e intentar -por supuesto- cortar ese circuito de obediencia que solo puede traernos dolor para entrar en un circuito infinitamente más gozoso: el del propio deseo, tan pero tan difícil de reconocer y respetar.
— La última vez que hablamos acababas de publicar La desobediencia, ¿cómo fue encarar nuevas publicaciones después de reunir toda tu obra anterior?
— Fue relativamente sencillo porque ya estaba metida de lleno en la escritura de Lo intacto, y después de ese libro aparecieron -al poco tiempo- los poemas que formarían El cuerpo y La intensidad. Yo tiendo a escribir mucho en poco tiempo y muchas veces luego vienen etapas largas en las que no escribo, o más bien debería decir, etapas en las que corrijo o reescribo o leo, que es para mí una parte central de la escritura. Yo pienso que cuando estamos leyendo un libro que nos apasiona, estamos ya en la primera parte de un trabajo que comienza a hacerse solo: el de nuestra propia escritura, que cristalizará más adelante en los poemas que efectivamente escribamos, pero que de alguna manera se empezaron a escribir en el momento de la lectura, o de la experiencia vital, o de ambas cosas. O sea, la experiencia de la lectura es una más (pero central) en esa montaña de experiencias que luego van a recalar en el poema.
También me centro en la infancia porque creo que es el momento en que se gestaron las primeras rebeliones y se nos forzó a las primeras obediencias. Y me interesa mucho esa cuestión: pensar en cada momento de la vida a qué “amo” estamos obedeciendo, e intentar -por supuesto- cortar ese circuito de obediencia
— En esa misma entrevista me señalabas lo siguiente: “En los momentos de mayor incertidumbre social es cuando la poesía se planta y empieza a crear sus propios espacios”. ¿Qué pensás que puede aportar la poesía en este contexto tan atípico?
— Creo que la poesía puede aportar lo que ha aportado siempre: su rareza, su capacidad de incomodar, su inadecuación, su deseo de revuelta. Pero creo que es aun más necesaria en tiempos como este, en los que cada una de estas cosas hacen falta más que nunca porque la vida que llevábamos, el orden social que contribuíamos a sostener, están mostrando su absoluto, su ruidoso fracaso.
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— Hay unos versos tuyos que yo siempre cito a la hora de hablar del trabajo específico de escribir poesía: Crecer es el tránsito de la imagen precisa a la distorsión. Quiero seguir siendo niña para conservar la vista. ¿Qué desafíos pensás que existen en la actualidad para seguir conservando la vista ante tanto estímulo de información y conexión?
— El desafío es siempre, creo, mantener la sensibilidad despierta, no desensibilizarse, no dejarse tomar por ese exceso de estímulos que nos adormece, que nos desubjetiviza. No es fácil, yo misma me siento expuesta todo el tiempo a eso y no son pocas las veces en que caigo en esos estados de los que hablo, en los que me alejo de lo sensible para entrar en una especie de piloto automático, un modo de estar en el que nada me emociona ni impacta demasiado. Por suerte, el piloto automático, la “ceguera” no suele durar y trato además de estar atenta cuando se produce. Eso es para mí “perder la vista”: convertirnos en personas indiferentes a la materia sensible que nos constituye, que constituye a lxs demás, al mundo.
Creo que es la primera vez que el colectivo de poetas reacciona con energía y potencia ante una falta de respeto mayúscula a su oficio (no solo a partir de un planteo de premio literario que desconocía y despreciaba las particularidades de la escritura poética sino ante los insultos lisos y llanos por parte de una funcionaria).
— La poesía parece haber recuperado un lugar de cierta importancia tanto en el mercado editorial como en distintos ámbitos, además del interés de los lectores. ¿Por qué creés que se está dando este fenómeno?
— Creo que responde en parte a lo que te comentaba antes: los discursos estereotipados, hegemónicos, los de la comunicación, los que parecen traernos verdades incontestables y únicas, se están revelando cada vez más como discursos vacíos. Ante ese vacío, el discurso de la poesía resuena trayendo otra relación con la palabra, una relación de respeto y amor, en la cual no da igual lo que se dice, no da igual cómo se dice, porque es un decir que apunta a transformar lo hegemónico -lo logre o no-, es un decir que no repite sino que inventa. Pero ojo, que creo que junto al crecimiento del discurso poético se está dando el crecimiento de un discurso que yo llamaría el discurso del odio, que busca cargar de sentido el lenguaje por la vía opuesta a la de la poesía. Lo que en la poesía es pregunta, en el discurso de odio es certeza, lo que es sorpresa y maravilla ante lo que está profundamente vivo y creciendo, en el discurso de odio es rechazo y desprecio. Y ansias de exterminio. Quizás esa mayor necesidad en las personas del discurso poético no responde solamente a ese vacío del que hablaba al comienzo, sino también a este otro discurso que siempre ha existido -el del odio- pero que actualmente a veces parece inundarlo y envenenarlo todo. Quizás las sociedades, así como enferman, también buscan sus antídotos. Y la palabra poética puede estar constituyéndose, al menos para algunos (pero ciertamente para cada vez más personas) en uno de esos antídotos.
— Por último, luego del debate en relación a la convocatoria temática del Fondo Nacional de las Artes de este año y las solicitadas firmadas, ¿qué balance sacás de todo lo que ocurrió?
— El balance que hago es muy optimista: creo que es la primera vez que el colectivo de poetas reacciona con energía y potencia ante una falta de respeto mayúscula a su oficio (no solo a partir de un planteo de premio literario que desconocía y despreciaba las particularidades de la escritura poética sino ante los insultos lisos y llanos por parte de una funcionaria). El colectivo (o La Colectiva, como hemos llamado al grupo de poetas que actuó en representación de lxs poetas) tuvo, creo yo, la altura y el respeto (que ciertamente faltaron en las funcionarias estatales) para plantear su disidencia y sus razones. Y por más que algunxs hayan pretendido que nuestra reacción fue hacer comentarios destemplados en las redes (que los hubo, minoritarios y en nada representativos de la posición general de lxs poetas), no puede ser más distinto a eso lo que pasó: hubo una organización reflexiva, seria, conciente. De hecho, esa organización, esa confluencia de voluntad y pensamiento, es la que hizo retroceder una política errada. El FNA debió pedir disculpas y reconocer tácitamente el error de haber planteado un concurso así de restrictivo y sesgado, al ofrecer como reparación no uno sino dos premios este año, uno exclusivamente para poetas y el premio “tradicional” sin la absurda restricción temática. Creo que lxs poetas nucleadxs en la Colectiva, en representación de la mayoría de lxs poetas que comparten nuestro pensamiento, entendimos rápidamente que aquí no estaba en juego un premio literario sino un tema de fondo que es necesario discutir: las políticas de estado en relación a la cultura y – en lo que a nosotrxs atañe- particularmente a la poesía, como el género más abandonado de la mano de tales políticas. Ahí hay una deuda histórica por saldar y seguiremos luchando para que sea saldada.
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