La poesía de Martín Vázquez Grillé: una luz que se va

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En Este año que se desvanece (Llantén, 2020),  el narrador se pregunta: ¿De qué estoy hecho? Y pareciera responderse: No lo sé. Entonces repregunta: ¿Cómo hago para saberlo? Y se contesta: Tratando de entender de dónde vengo, buscando en el origen – siempre parcial, provisorio, precario – la forma de lo que sos. Un libro en donde resolver no es hacer las paces, no es pacificar, es reconocer las tensiones y los conflictos. 

Por Silvina Giaganti



Es cierto, como dice el texto de la contratapa escrito por Pablo Katchdajian, que Este año que se desvanece (Llantén, 2020) propone dos valencias; la primera formulada por Charles Simic en uno de los dos epígrafes del libro: “todo lo que no entendiste te convirtió en lo que sos”. La segunda, enunciada por el propio poeta, o por su disfraz, el narrador, en el poema 1996: me dice que hay que saber/ de dónde uno viene/para no volver.

Es como si el narrador se preguntara: ¿De qué estoy hecho? Y se respondiera: No lo sé. Y se volviera preguntar ¿Cómo hago para saberlo? Y se volviera a responder: Tratando de entender de dónde vengo, buscando en el origen – siempre parcial, provisorio, precario – la forma de lo que soy.

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En este sentido, en Este año que se desvanece ser poeta parece más un procedimiento para llegar a conocerse – para poner en acto los recuerdos, las emociones, las percepciones y las razones que lo habitan – que una identidad cristalizada desde donde organizar sus temas literarios. Como si el narrador supiera, Martín diría yo, que la ansiedad cultural – ya sea la de producir o la de consumir cultura, esa ansiedad por identificarse como sujeto cultural – es un tipo de vanidad no demasiado elegante.

En Este año que se desvanece ser poeta parece más un procedimiento para llegar a conocerse – para poner en acto los recuerdos, las emociones, las percepciones y las razones que lo habitan – que una identidad cristalizada desde donde organizar sus temas literarios.

Y mi hipótesis es que el vínculo entre ansiedad cultural y vanidad Martín lo puede establecer por venir de Avellaneda, sí, por proceder de un lugar geográficamente cercano a las grandes luces del centro pero simbólicamente distante de esas luces en las que performatear intimidad con la cultura es un gesto instantáneo de autocelebración permanente.



Este año que se desvanece

Este año que se desvanece (Llantén, 2020), de Martín Vázquez Grillé

Como toda marca de origen, el sentido de pertenencia puede ser extremado para reforzar prejuicios y blindarse contra lo otro desconocido, o puede ser resignificado para moverse con más soltura y usar el vestido de poeta más como disfraz que como uniforme. El camino que toma Martín es uno bastante interesante: no performatea exceso de barrio ni lo rechaza; no performatea exceso cultural ni rechaza la cultura, ni tampoco considera que ambas sean instancias que se autoexcluyan. Martín usa el artilugio de la puesta en tensión de su entorno, sus deseos, su mirada, sus saberes, para recordar y para recordarnos que la flor de loto sale del barro.

Este año que se desvanece es un libro tenso, es un libro donde hay tensión y para que haya tensión, el narrador, Martín, algo tienen que haber resuelto. Porque resolver no es hacer las paces, no es pacificar, es reconocer las tensiones y los conflictos. Por eso, este libro de poemas me remite, más que a otros libros de poemas, a los libros de memorias, memorias como las que por ejemplo trazaron Didier Eribon en Regreso a Reims y Jeanette Winterson en ¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal? autores que creo a Martín lo interpelan y que escriben, entre otras cosas, sobre la infiltración, sobre ser un infiltrado.

Este año que se desvanece es un libro tenso, es un libro donde hay tensión y para que haya tensión, el narrador, Martín, algo tienen que haber resuelto. Porque resolver no es hacer las paces, no es pacificar, es reconocer las tensiones y los conflictos.

Eribon, de quien leí por primera vez ese estudio enorme llamado La cuestión gay hace más o menos 15 años, – un libro sobre el éxodo: porque toda sexualidad disidente se vive como un éxodo –  en Regreso a Reims – un estudio sobre el regreso – vuelve al lugar del que se tuvo que ir para poder vivir con plenitud su sexualidad y sus búsquedas académicas y culturales, pero a cambio, para hacerlo tuvo que meterse en otro closet, el closet de la clase: tuvo que salir de un entorno cuya comprensión de la sexualidad, de la cultura y de los bienes simbólicos era escaso, para meterse en otro entorno donde las bibliotecas y el acceso la educación superior estaban naturalizados. Es conmovedor leer a Eribon diciendo que su padre le daba no solo vergüenza sino repulsión por cómo era, y a medida que avanza el libro, ver como se detiene en la vida de su padre y reflexiona sobre las carencias que lo limitaron a ser un hombre más bien brutal y a sentir un poco de pena por no haber hablado un poco más con él antes de que se muriera.

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O las memorias de Jeanette Winterson, fantástica escritora inglesa que iba a la iglesia con su madre adoptante y que, si bien detestaba el puritanismo de la institución en todo lo referido a comportamientos privados, sentía que la iglesia reforzaba el sentido de solidaridad de la comunidad obrera del suburbio de las afueras de Manchester en el que vivía. Winterson resume este y muchísimos otros contrastes de su vida infantil y adolescente con la frase: es difícil comprender las contradicciones hasta que las has vivido.

Martín también se disfraza de un narrador que señala contradicciones a su manera. Con su madre embarazada, que mientras ve un montón de cuerpos que se depositan en una fosa común del Cementerio de Avellaneda y trata de pensar en otra cosa, en Julio Iglesias y en el cielo de Biarritz, él, en esa panza, aún no nacido, año 1975, dice que nunca se va a olvidar de ese olor de. O cuando intenta explicarle a unos muchachos que lo empiezan a golpear por llevar una remera de los Sex Pistols en plena guerra de Malvinas, que él no era antiargentino y cipayo por eso, y que la gente de Brixton y Manchester tienen muchísimo que ver con la gente de Barracas y de Gerli. Pero igual le pegan. O cuando mira el casamiento de Lady Di con su madre y su abuela deslumbradas en la pieza explotada de manchas de humedad, el piso levantado y el empapelado despegado. El narrador ejercita la pronunciación del inglés en un rincón del conurbano que lo último que necesita es manejarse en inglés; escucha música moderna y traduce las canciones sobre un ruido de fondo de casas de clase media baja, algunas viviendas sociales y el olor incareteable que viene del Riachuelo. El narrador es un candidato a irse y Este año que se desvanece podría ser un catálogo de motivos por lo que tiene que irse.

Este año que se desvanece es un libro de amor sobre ese mundo rajado que nosotros no llamamos conurbano, es un libro de amor a esos barrios amurallados de casas bajas, de economías familiares condenadas a moverse como un samba y de heterosexualidad como régimen identitario.

Pero también Este año que se desvanece es un libro de amor, sobre el amor mezclado a una zona no glamorosa del conurbano, es el amor a ese primer cordón de la provincia, un cordón de golpes y caricias, el cordón umbilical de Martín y también el mío. Es el amor a Avellaneda, al borde limado del pasado industrial pujante hoy arrasado. Es una declaración de amor a una ciudad hermosa en su fealdad, el tipo de hermosura que puede tener un paisaje que nunca repunta, como un parque de atracciones abandonado. Y, aun así, aun Avellaneda siendo una localidad arrinconada por su falta de gracia, siendo, como dice Martin la Manchester del sur sin la elegancia de Morrisey, a pesar de eso tiene una luz que nunca se va, Como le escuché decir una vez a Eladia Blazquez, otra hija escupida por ese primer cordón: de Avellaneda no puedo decir que me guste; puedo decir que la quiero. Su letra El corazón al Sur confirma que, más que de lo perfecto, es del defecto de lo que que brota algo: ahora sé que la distancia no es real y me descubro en ese punto cardinal, volviendo a la niñez desde la luz teniendo siempre el corazón mirando al sur.

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Este año que se desvanece es un libro de amor sobre ese mundo rajado que nosotros no llamamos conurbano, es un libro de amor a esos barrios amurallados de casas bajas, de economías familiares condenadas a moverse como un samba y de heterosexualidad como régimen identitario. Pero también es un libro sobre la modestia, sobre la cultura del trabajo, sobre nuestros padres, sobre los primeros descubrimientos del deseo y de la amistad, sobre saber lo que significa desde muy chicos pertenecer a una clase social y sobre nuestro deseo de irnos y de dejar atrás lo que fuimos. Lo que empezamos a saber, tal vez, Martin y yo en este momento de nuestras vidas es que esa necesidad de escapar no era tan necesaria, pero solo pudimos saberlo habiéndonos ido.


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