«Cuando pases por un pasillo y veas hojas llenas de tierra, bañarlas como si fueran un bebé», se lee en un fragmento de «Autoayuda», texto inédito en el que Gabriela Luzzi está trabajando en la actualidad. Dueña de una voz en donde el humor, el brillo y la oscuridad conviven en una misma parcela, su obra es una de las más difíciles de clasificar dentro de la poesía y narrativa argentina actual, pero también una de las que más gusto da leer.
Sobre la autora
Gabriela Luzzi nació en Rawson, Chubut, en 1974. Publicó Medidas de urgencia, Club Hem Editores (2019); El resto de los seres vivos, Editorial Conejos (2016); Warnes, Eloísa Cartonera (2016) y Liliputienses (2019), Un alhajero sin terminar, Santos Locos (2016); Liebre, Ediciones Vox (2015), La enfermedad, incluida en la colección “Leer es Futuro” del Ministerio de Cultura de la Nación (2015) y Garfunkel, Eloísa Cartonera (2014). Participó, entre otras antologías y publicaciones, de: Martes Verde, Poetas por el derecho al aborto legal; Veni Vidi Vici, proyecto Madonna, edición a cargo de Germán Weissi y Alejandro Parrilla y 53/70. Poesía argentina del siglo XXI, Editorial Municipal de Rosario. Lleva adelante el sello Paisanita Editora.
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1. Cómo convertirse en madre
Cuando te regalen muñecos para que los trates como si fueran tus hijos, tenerlos durante años y después, al perderlos, recordar con nitidez sus caras.
Cuanto salgas y por el camino juntes unas piedras, fabricarles cunas con sábanas y mantas.
Cuando estés por poner la mesa e imagines la disposición de los objetos, calcular el tamaño que podrían tener los utensilios de seres diminutos, si vivieran con vos.
Cuando cortes verduras o estés preparando cualquier otra comida, imaginar cómo serían las porciones adecuadas para alimentar a los seres diminutos.
Cuando pases por un pasillo y veas hojas llenas de tierra, bañarlas como si fueran un bebé.
Cuando viajes en colectivo con una embarazada que lleva además a sus dos hijas, ofrecerte a llevar a una de ellas para que no aplasten la panza de la madre. Llegar a destino con olor a pis y manchas de caramelos.
Cuando en un avión aceptes cuidar a una nena que viaja sola tocar el timbre para pedir servilletas, cada diez minutos, cada vez que la nena tira cucharadas de yogur sobre el asiento y recibir los retos de la azafata.
¿Sobre qué le podrías conversar a los seres diminutos?
Cuidar a tu abuela los fines de semana. La familia te avisa que la van a dejar sola. Darle de comer únicamente las cosas que ella comía de chica y que ahora no le dejan comer.
Cuando vayas al supermercado a buscar ofertas aprovechar el libro de Anne Geddes con fotos de bebés de todos los colores, que viene para mirar del derecho y del revés de manera infinita.
Cuando entres a la cocina y hayan dejado un plato con galletitas surtidas, elegir la que está rota.
Cuando guardes en tu casa la caja con la ropa de bebé que usó tu abuela, tu madre y vos misma, poner también la batita hecha en actividades plásticas y ombligos y dientes que no se sabe de dónde salieron.
2. Cómo recibirse en una carrera y no trabajar de eso
Leer el manual del alumno sin marcar las carreras para las cuales se siente una vocación, por miedo a terminar trabajando como profesora.
Anunciar que se seguirá la única carrera que hay sin matemáticas.
Cursar siempre en horarios diferentes y con diferentes compañerxs.
Aprobar materias con notas que vayan de 4 a 10, de la manera más variada posible.
Tramitar el título y obtener la matrícula profesional, a destiempo.
Antes de eso empezar a trabajar de otra cosa.
No comentar con nadie lo del título ni la matrícula profesional.
A los cinco años dejar de renovar la matrícula y de todas maneras hacer un trabajo profesional, que por falta de experiencia y otras condiciones emocionales se iniciará con un error.
Pedir a un profesional que continúe con ese trabajo. Argumentar una catástrofe personal. El profesional va a pedir que sigas firmando vos porque el error inicial produjo un beneficio, que es mejor que nadie analice para no perderlo.
Firmar todo lo que el otro profesional te pida, aunque siempre a destiempo.
Dejar un block de hojas en blanco firmadas a distintas alturas para que el profesional pueda usarlas sin depender de vos.
Formar una pareja con otro profesional y plantearle como estrategia que vos te vas a dedicar a otra cosa, hasta que la situación económica mejore.
Si la situación económica llegara a mejorar, argumentar que todavía te gustaría esperar hasta que todo se estabilice.
Responder a la pregunta ¿alguna vez ejerciste tu profesión?, con la palabra sí.
Después de algunos años argumentar con un cruce de historias sobre tu vida que demuestre complicaciones a la hora de ejercer la profesión, y fuerzas sociales que no juegan a favor de que esas complicaciones se arreglen
Cuando pasen algunos años más, argumentar una falta constante de actualización. Sin embargo, si son familiares, agregar que de todas maneras esa profesión ayuda mucho a que puedas ganar la plata que ganás. Es decir, si bien ya no tenés más esa profesión, dejar en claro que te pagan por tenerla.
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3. Cómo convertirse en una persona que escribe
Aburrirse a los 5 años con un capítulo por noche de Heidi.
Preguntarse qué tiene de divertido que a una nena le pasen esas cosas.
Empezar a ver a tu abuelo tan aburrido como el abuelo de Heidi.
Revisar los cuartos donde no se puede entrar y leer lo que dicen los libros que guardan ahí.
Usar todos los elementos investigados en los cuartos a los que no se debe entrar para poner el nombre a juegos y animales.
Llevar un diario íntimo, esconderlo y olvidarlo. Al año siguiente, cuando descubran tu diario y te digan que no hay que dejar cosas tiradas, hacerte la distraída como si no supieras de qué están hablando.
En la escuela hacer un cuento poniendo la frase final tres o más veces, una a continuación de la otra. Cuando la maestra desapruebe ese procedimiento y te hable de la necesidad de no dejarnos llevar, negarte a leer durante todo un año, por más que te gustaría hacerlo.
Ofrecerte para participar en el coro y olvidarte de la letra de las canciones, ni bien se abra el telón.
Manifestar la intención de bailar en los actos escolares y, cuando te toque el turno, hacer expresión corporal de manera desatada. Ganarte el sobrenombre de Isadora Duncan.
Ofrecer una obra de teatro en tu colegio. Conseguir una fecha. Conseguir compañeras que quieran actuar. Conseguir que se aprendan de memoria la letra de una obra que es una conversación entre sordos, donde lo fundamental son los juegos de palabras y los malos entendidos. Cuando una de las compañeras olvide la letra y la obra de teatro se transforme en una conversación de sordos, sin juegos de palabras, bajar los hombros y la cabeza para decir el texto en voz baja.
Hacer una obra de títeres para exponer en el cierre de los talleres de la municipalidad, al que va a ir tu mamá. Escribir la obra usando como método el sinsentido y el disparate, pero sin contarle a nadie. Preguntarle a tu mamá si le gustó. Ella va a decir no entendí nada porque hablabas muy bajito y las personas ni siquiera se dieron cuenta de que la obra había terminado.
Escribir un cuento y llevarle una versión impresa a tu tía. Ella va a contarte que lo leyó su pareja y le dijo que tenés un problema psicológico grave.
En la universidad, tratar de inventar teorías y abandonar materias por cuestiones ideológicas. Ir vestida con un catsuit negro. Hacerte amiga sólo de un anarquista, el plomo de una banda de rock, una chica con pérdida de la ubicación espacio temporal.
Tener hijos con uno de tus compañeros de la facultad que hace trabajos ilegales sin percibir la ilegalidad.
Tirar la computadora donde guardabas todo lo que tenías escrito. Perder en un taxi los papeles impresos. Perder en google drive los nuevos archivos. Adoptar como arte poética el descarte. Los tachos de basura como un método de difusión.
Pedirle a tu novio y a tus hijxs que quemen tus diarios si morís y no llegás a quemarlos vos misma. Usar un fin de semana para picar todas las hojas posibles.
Escribir algunos cuentos y poemas y sentir que son realmente una porquería.
4. Cómo dejar terapia antes de tiempo
Pedir una entrevista con una psicóloga aclarándole que no contás con recursos, pero que de todas maneras irías.
Llegar media hora tarde.
No avisar que te resulta imposible ir en el horario acordado porque serían demasiados peros y podría interpretarse como una resistencia.
Nunca mencionar los problemas de percepción que tenés con tu cuerpo.
Pagar terapia con tus ahorros hasta que se terminen.
Seguir dos años más.
Notar cambios en tu vida.
Hablar en términos psicoanalíticos con tus amigxs. Escribir un poema que es un extracto de lo que descubriste en terapia.
Regalarle un libro a tu terapeuta chequeando que no diga nada raro.
Agradecerle por todo lo nuevo que está pasando en tu vida.
Mientras tanto, entender que como mínimo tendrías que asistir durante cuatro años más.
Recordar que en algún lugar Levrero dice que si tomás medicación es posible que dejes de escribir. Igualar medicación a terapia.
Sentir que lo mejor que podrías hacer es continuar terapia, pero todavía no llegó el momento apropiado para hacerlo.
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