La cuarentena prometía el paraíso idílico del tiempo libre y la comodidad ininterrumpida que nos iba a permitir ponernos al día con una larga lista de series para empezar, continuar o terminar de una vez. Seis semanas después, comenzamos a vislumbrar la salida del aislamiento y nos encontramos culpándonos por haber fallado en la misión, habiendo desperdiciado, quizás, una oportunidad única. ¿Dónde se fue todo el tiempo que queríamos dedicarle a nuestras nuevas o clásicas series favoritas?
Días antes de que el gobierno nacional decretara el aislamiento social, preventivo y obligatorio, la pregunta era una sola: ¿qué vas a aprovechar a hacer durante la cuarentena? Miles de planes e ideas novedosas se entrelazaban en la esperanza de, finalmente, llegar a concretarse: ordenar la casa, volver a tocar la guitarra, cocinar comida casera a diario y, sobre todo, ponerse al día con todas esas series pendientes para las que nunca antes hubo tiempo. A muchos los invadía la incertidumbre, pero también la emoción de enfrentarse a un escenario completamente nuevo: hay que quedarse en casa, trabajar desde casa, estudiar desde casa y buscar entretenimiento desde casa. Incluso para los más ocupados, por lo menos las horas que antes se perdían en el transporte público están ahora disponibles para el ocio. No hay planes que cancelar para quedarse viendo una serie. No hay excusas. Y ahora, ¿qué?
La cuarentena enfrentó al público consumidor de la industria cultural a un dilema cotidiano, maximizado por la ampliación del tiempo libre: ¿qué elegir cuando puedo ver todo a toda hora? Hoy en día, existe un catálogo inabarcable de contenido disponible en las diversas plataformas de streaming, que ni una vida en cuarentena alcanzaría para completar: hay series policiales, comedias, dramas, deportivas, reality shows, documentales, series clásicas, nuevas, miniseries, una infinidad de opciones. Todas esas alternativas se cruzan con las apasionadas recomendaciones del círculo íntimo y los comentarios que se viralizan en redes sociales: la serie que hay que ver, la que “no podés no haber visto”, la que más se comenta, la digna de maratón o la que “seguro a vos te va a gustar”. Tantas opciones y tanto tiempo libre para terminar en un mal de estos días: no sabemos qué elegir y cuando elegimos, no podemos dedicarle más atención que a las notificaciones del celular.
Uno de los males que aqueja a los consumidores se resume en la paradoja de la elección que desarrolla Barry Schwartz en una charla TED que con 15 años no pierde vigencia: a pesar de que el mercado nos quiere hacer creer que más alternativas nos darán más libertad de elección, la realidad es que los consumidores experimentan una parálisis cuando se enfrentan a demasiadas opciones al mismo tiempo. Cuanta mayor sea la cantidad de series para ver, mayor será la posibilidad de equivocarse y elegir la incorrecta y, al mismo tiempo, mayores serán las expectativas puestas en la opción elegida. La serie a la que decida darle play tiene que merecer el tiempo que le estoy dedicando y estar a la altura de las circunstancias, debe superar con creces a las otras miles de opciones que había disponibles. Y si no elegí bien, la responsabilidad es mía y la culpa también: una noche desperdiciada viendo algo que no valió la pena.
¿Qué puede ser lo suficientemente bueno para no generar culpa de no estar perdiéndose todo el resto del catálogo interminable de una plataforma como Netflix? Ahí, en parte, está la trampa de la empresa que se hizo famosa por jactarse de competir únicamente contra las horas de sueño de sus consumidores: por mucho que consumas, siempre hace falta más. Siempre hay una serie más, una nueva temporada, un capítulo estreno, que sentimos que nos estamos perdiendo. Y si le dedicamos tiempo a una serie, habrá publicaciones en redes sociales que no estamos viendo, noticias de las que no nos estamos enterando, videollamadas con amigos a las que no nos estamos sumando, budines que no estamos cocinando, cursos online a los que no estamos asistiendo, y la lista sigue infinitamente.
En épocas de cuarentena además, los estímulos que nos conectan con el mundo exterior se sienten más necesarios que nunca. El concepto de llegar a casa y desconectarse viendo una serie cambió por completo en tiempos de aislamiento: si estamos siempre en casa, lo que necesitamos es re-conectar con lo que está pasando afuera para no perdernos de nada. Una forma de demostrar que todos esos vínculos sociales que nos mantienen vivos siguen ahí afuera, aunque se mantengan a la distancia. Esa necesidad de conexión se mezcla con la soledad, la incertidumbre sobre la economía, el incierto futuro cercano, y la presión constante sobre nuestras propias decisiones: ¿cómo no podés comprometerte ni siquiera a terminar una serie?
Un contexto tan extraño como el aislamiento social al que nos enfrentamos hoy en día pone a prueba nuestros sentimientos y sensaciones, llevándolos al máximo. Creíamos que lo más fácil que nos podían pedir era que nos quedáramos en casa mirando series, pero no fue así. Con la oferta de contenido audiovisual de la que disponemos en internet, es difícil no verse paralizado por la necesidad de verlo todo y escabullirse por la salida fácil de las redes sociales hasta agotar todos los recursos. No es posible verlo todo y, al fin de cuentas, tampoco es tan importante. Sobrevivir al aislamiento debería ser triunfo suficiente.