La autora estadounidense que visitó el país el año pasado y que fue furor por ¿Quién se hará cargo del hospital de ranas? (Eterna Cadencia, 2019) reaparece ahora con su primera novela. En ella, los mismos personajes viven diferentes situaciones para confirmar que crecer es lidiar con el anagrama de las historias que fuimos dejando atrás.
Dueña de una ternura y melancolía que atraviesan gran parte de su obra -incluso en sus ensayos y críticas literarias- Lorrie Moore supo ganarse la atención del público lector en Argentina. ¿Quién se hará cargo del hospital de ranas?, novela reeditada por Eterna Cadencia llegó, en 2019, a las cinco ediciones y despertó un interés por su obra que hasta el momento quedaba en espacios reducidos. Incluso, esa misma novela, en una edición del 2002, pasó sin pena ni gloria.
Ahora, Anagramas, su primera novela originalmente publicada en 1986, reaparece en la escena literaria para mostrar a una autora que no le tiene miedo al humor, a la ironía ni al hastío, sin descuidar la melancolía y la ternura que tiñen su producción. En ese sentido, resulta fácil empatizar con los personajes de sus libros, incluso desde la distancia y la disidencia.
Ahora, Anagramas, su primera novela originalmente publicada en 1986, reaparece en la escena literaria para mostrar a una autora que no le tiene miedo al humor, a la ironía ni al hastío, sin descuidar la melancolía y la ternura que tiñen su producción.
En el caso de esta novela, eso sucede aún con mayor potencia, ya que Moore logra recrear cinco escenarios diferentes con los mismos personajes, con el hilo en común de dejar atrás la juventud y empezar a embarrarse las rodillas en el lodo de la adultez. En ese sentido, una de las protagonistas reincidentes en cada nueva versión de la historia se pregunta, casi de manera desesperada: “¿Puedes ver que estoy tratando de ser feliz?”.
Tanto en Anagramas como en la vida de cada uno de nosotros, la búsqueda por la comprensión de lo que nos sucede se da justo en el momento en el que la vida da su gran spoiler: no hay explicación alguna. Puede leerse: “Me daba cuenta de que la vida era demasiado corta como para ser capaz de superar ciertas cosas de forma absoluta y sincera, pero estaba claro que algunas personas estaban esforzándose más que otras”. El tono de autoconocimiento en medio de la penumbra, en puntas de pie en una casa que no conocemos, resulta de una calidez más que necesaria para atravesar las historias de esta novela.
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Si nos detenemos en el concepto de “anagrama”, esas palabras que nacen después de reordenar las letras de otra, podemos entender que eso aplica a otros aspectos de la vida. En una entrevista reciente por motivo de la publicación de esta nueva edición del libro, con traducción de Cecilia Pavón, Moore señala: “El humor es una especie de anagrama de la tristeza. En inglés, decimos: “Tragedia + tiempo = comedia”. Pero el humor es también un cambio en el sentido del énfasis. Se puede tomar una historia triste y convertirla en graciosa con un par de retoques. Más un poco de tiempo”. Entonces, podríamos pensar que todo queda atado a ese bien tan preciado que a esa altura de la vida nos empezamos a dar cuenta de su escasez: el tiempo.
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En ese sentido, Anagramas logra coquetear todo el tiempo con ambos lados de la misma experiencia: mientras por momentos el humor gana terreno, por otros la tristeza tiñe todo. Una suerte de combinación de ambas es, en todo caso, la melancolía: recordar con una sonrisa agridulce lo que se fue. Más avanzado en el libro, nos encontramos con esta reflexión: “Todo el asunto, finalmente, pareció menos una expresión de atracción mutua que un acto suave e improvisado de existencialismo”. La importancia del presente justo cuando es inevitable mirar al pasado y al futuro, ese momento bisagra de la vida del no retorno.
Escrito en 1983, tres años antes de la aparición de esta novela, la autora ya tenía en claro que la queja no es el mejor fertilizante para que una historia crezca. Sus personajes tiene motivos para hacerlo, pero prefieren siempre otras alternativas para salir adelante.
De lectura fluida y desafiante, que conlleva al lector a aceptar las reglas del juego propuestas por Morre, Anagramas es un libro que deja una sensación única, como sucede en cada una de las producciones de la autora nacida en Nueva York, en 1957. En un ensayo de Moore que aparece en A ver qué se puede hacer, se deja en claro que “la catarsis no se vislumbra en ningún lado, y es así cómo debería ser el arte”. Escrito en 1983, tres años antes de la aparición de esta novela, la autora ya tenía en claro que la queja no es el mejor fertilizante para que una historia crezca. Sus personajes tiene motivos para hacerlo, pero prefieren siempre otras alternativas para salir adelante.
Retomando a Nicanor Parra en su poema “El peregrino”, después de leer a Moore es difícil no sentirse “Un árbol que pide a gritos se le cubra de hojas”. El problema, claro, es que esas hojas no se consiguen por ningún lado.